Instalar su propio restaurante, Zack lo imaginaba luego de su conversación con Sheily. Un local en el centro de la ciudad, moderno, bohemio, que concentrara a una clientela exigente, pero de paladar adaptable, dispuesta a probar cosas nuevas y dejarse sorprender, por ejemplo, por algún espectáculo artístico a media semana o por los cuadros de pintores emergentes que revistieran sus muros, un restaurante galería. No había nada así en el país hasta donde él sabía, tendría que hacer un estudio de mercado.Un local en la playa tampoco estaría mal, lleno de turistas atraídos por los frescos sabores marinos, con una terraza con vista al mar y con fogatas para comer a su abrigo y bajo las estrellas. También podía escoger el campo, algún bosque, la montaña y montar un hotel boutique que fuera un refugio para los viajeros, con un restaurante que ofreciera lo mejor de la comida casera, acogedor y doméstico para hacerlos sentir en su hogar, pero a la vez aventurero, con actividades como senderi
Desde el pequeño refugio que Sheily había encontrado y donde recuperaba apenas la conciencia, oyó el desorden que hacía Monroe al buscarla. Tiraba cosas, movía otras. Se oía cada vez más cerca y ella no podía moverse, el cuerpo no le respondía. —¿Quieres saber cómo supe que eras la perra de Edward? Sal y te lo diré. Sheily intentó rodar los ojos, pero se le fueron para cualquier parte. No iba a salir ni aunque le pagaran. —Pensé que era un buen hombre, pero me equivoqué. Los hombres buenos no cogen con callejeras como tú. Terminó siendo un asqueroso y pagó por eso. ¿Quieres saber qué fue lo último que dijo antes de morir? Sal y te lo diré. En la farmacéutica, Zack pensó en ir a la oficina de Sheily, pero cambió de parecer a mitad de camino. No iba a presionarla y menos a arrastrarse por ella. No estaba desesperado, sólo muy emocionado por todo lo que quería que hicieran juntos. Hasta había pensado en casarse. Fueron sólo unos segundos en que la idea pasó fugazmente por su cabeza
La muerte era parte natural de la vida, del ciclo maravilloso en su finitud, incesante, eterno. Morir era el destino de todos. Morir de viejos, por alguna enfermedad, morir porque ya habías vivido lo suficiente. Era sencillo hallar resignación para los que sobrevivían cuando la muerte llegaba sola. Sin embargo, cuando alguien, un indeseable cortaba los hilos de la vida de otros y le daba un fin prematuro a su ciclo, no había paz que pudiera aliviar el dolor de la pérdida. No había justificación válida, ni consuelo para los momentos que ya no existirían; no había sosiego para la ira. Parado frente a la tumba donde reposaban los cuerpos de sus padres, Zack pensaba en aquellos momentos, en las cenas familiares que no habrían, en las fiestas que se silenciaron; en su hogar, tan vacío y solitario. Sheily, parada junto a él, le cogió la mano, tan fría como el aire de la mañana. Era la primera vez que se enfrentaba a la lápida que llevaba grabado el nombre de Edward y seguía pareciéndo
Experta en disimular, Sheily no se inquietó por la presencia de Williams. Saludó de beso a la rubia que lo acompañaba y a él le tendió la mano.—No recuerdo haberte invitado —le dijo, con el tono más amable que pudo.—Lo invité yo —dijo la rubia—. Soy Ivka, amiga de Zack, él me habló de ti en mi cumpleaños. Johannes también es mi amigo. Claro que sí, pensó Sheily, Williams era un hombre muy amistoso. De seguro la rubia era una más de sus sumisas. —Pasen, por favor. Zack y los demás están en la terraza. Recibió Sheily a unos cuantos invitados más y luego fue al baño. Ensayó su sonrisa de cortesía social y arregló su cabello. Afuera se encontró con Zack, que la empujó dentro. La arrinconó contra el lavabo y la besó con ímpetu. Sabía a pisco sour. —¿Por qué mierd4 está Johannes Williams aquí? ¿Qué clase de cumpleaños es éste, que tiene incluído a mi archienemigo? —balbuceó, arrastrando la lengua. Era temprano para que estuviera ebrio, pero lo estaba.—Pregúntale a tu amiguita la mod
Era el regalo perfecto para un cumpleaños de porquería. Zack se levantó con el portátil todavía en las manos, aferró a Sheily de un brazo y la jaló dentro de la casa. Los invitados, atónitos, se miraban unos a otros, sin atreverse a decir palabra. Vicki apagó las velas del pastel, suponiendo que la fiesta había llegado a su fin y uno a uno los que no eran tan cercanos a Zack se fueron retirando. Lili y Jorge se mantuvieron firmes, estarían con su jefa al mando del barco hasta el final.En un despacho del primer piso, Zack empujó a Sheily dentro y cerró de un portazo.—¡Dime que estas fotos son falsas, Sheily! ¡Dime que se trata de una jodida broma de mierd4! —exigió, con la rabia colmando su voz.Ella miró la pantalla. ¡M4ldito el día en que Edward la había llevado a ese club de BDSM!Lo que Zack y el resto de los invitados habían visto eran fotos de ella y Edward allí. Ella de rodillas, jalada de una cadena; ella siendo sometida en medio de una sesión y quién sabe qué más, no quiso
En un rincón del bar y con medio cuerpo echado sobre la mesa, Sheily aferraba una jarra de cerveza, viendo las burbujas danzar en su interior. —Dejé mi teléfono en la encimera cuando fui a poner la velas en su pastel... ¡Su pastel con forma de yate!... —recordó y volvió a sollozar. Johannes bebió un sorbo de whisky. Ella no había bebido nada todavía. —El Titanic naufragó de la peor forma —añadió, perdida en sus cavilaciones sobre el pasado—. Él nunca aceptará subirse a mi tabla ahora... Soy la peor escoria del mundo para él, todos sus amigos saben que su novia es una zorra asquerosa. Y ni siquera alcancé a tomar mi billetera, no tengo nada, sólo la ropa que llevo puesta y mi corazón destrozado. Johannes estiró la mano y empezó a darle un masaje en la espalda, que el escote de su vestido dejaba expuesta hasta la mitad de los omóplatos. —Eso se siente bien, ¿tomaste clases? —preguntó y Johannes asintió—. Zack tomó clases de cocina... —recordó y volvió a llorar. Pidió otra cerv
«Quien no tiene voluntad, no guarda culpa por nada».***Sala de reuniones de la compañía farmacéutica Bertram, una mañana cualquiera desde la llegada de Zack. —¡¿Quién tuvo la brillante idea de hacer esto?! ¡¿Un mono?! ¡¿Desde cuándo contratamos monos?! —preguntaba Sheily Bloom, mirando hacia arriba como si interrogara a Dios y éste le debiera explicaciones. Liliana, su asistente, miró la hora. Llevaban exactamente doce minutos oyendo sus gritos y ella ni cansada se veía. Debía tener cuerdas vocales de hierro y pulmones de cantante de ópera. —¡No cambiamos de contratistas a mitad de año! ¡Eso no se hace! Repitan conmigo, ¡No... se... hace!Jorge, uno de los ejecutivos, le dio un codazo a Liliana y tuvo su atención.—A la jefa le hace falta polla —le susurró, con una sonrisa ladina. Ella se escandalizó por instantes. —Si te llega a escuchar, te mata —respondió ella entre risitas.Los gritos de Sheily continuaron hasta que el «mono» se puso de pie y dio sus razones para la decisión
La sonrisa de Sheily, no una de auténtica felicidad, sino más bien la de cortesía social, duró en su rostro hasta que se bajó del ascensor en el piso donde estaba su oficina. Hasta allí llegaba un penetrante aroma que le causó picor en la nariz y la hizo querer devolverse por donde había venido. —¿Qué es esa pestilencia? —preguntó con fastidio. El lugar olía a tugurio hippie. Liliana se levantó de un brincó y fue a recoger el abrigo de Sheily. Lo guardó en el armario junto a la ventana. —Es incienso, esta mañana Zack repartió en todos los departamentos, los trajo de su último viaje a la India. ¿La India? Esas porquerías las vendían en cualquier feria de barrio, pensó Sheily. Pero si él, para presumir de sus viajes, los había repartido en todos los departamentos significaba que no habría rincón del edificio donde pudiera estar a salvo de ese molesto olor a flores quemadas. ¿Cómo había gente que podía tolerarlo y hasta les gustaba? Fue a abrir la ventana, mientras Liliana inhalaba