Elena, la incomparable

Una vez que Alejo se encuentra en la fiesta, su socio Don Fermín, lo recibe en un apartado con una hilera de chicas vestidas solo con lencería fina esperando por él.

—Sé que me dijiste que las eligiera yo, pero no pude decidirme, hay demasiado material, así que, te traje una pequeña selección para que tú mismo escojas tu preferida.

—Nunca dejas de sorprenderme querido amigo, por eso mismo tú y yo nunca dejaremos de hacer negocios juntos.

Alejo se acerca caminando hacia las chicas quienes no le quitan la vista de encima a medida que él pasa frente a ellas. Se detiene frente a una trigueña de ojos azules, preciosa y, sin previo aviso, coloca sus manos en su trasero y lo agarra con fuerzas para luego, lamerle el cuello.

—Tú eres mi primera escogida mamasita —dice mientras le toma el brazo y la saca de la hilera para colocarla a su lado.

Continúa caminando mientras se sonríe y muerde su labio para escoger. Le encanta crear este ambiente de tensión, lo disfruta. Vuelve a detenerse, esta vez, es una exhuberante rubia quien llama su atención. A diferencia de la otra chica, esta vez su movimiento es rasgar el mini vestido de seda y encaje que traía puesto, dejando sus pechos al aire.

—Sí, definitivamente tú eres la próxima víctima —dice y escupe justo entre sus dos pechos y el hilo de saliva corre lentamente por todo su abdomen— son perfectas para lo que tengo en mente

Don Fermín asiente sonriendo y da dos palmadas para indicarle al resto de las chicas que abandonen el lugar. Una vez a solas, los dos mafiosos toman asiento en un enorme sofá y las chicas comienzan a bailar suavemente al ritmo de la canción que está sonando por los altavoces.

—No te van a defraudar, son las mejores en lo que hacen.

—Eso espero, ya que mis expectativas están bastante alta.

Las chicas se mueven interactuando entre ellas, sus cinturas se mueven circularmente. Se acercan a ellos dos y comienzan a danzar sobre su regazo, pero a Alejo no lo convence, hay algo que falta. Ninguna de las dos chicas es tan genial como Elena, no, no tienen ni un mínimo punto de comparación.

Su cabeza comienza a recordar el último encuentro que tuvieron en su despacho. No sabe exactamente qué ha pasado, pero ella está diferente, no solamente por su físico, sino también por su forma de actuar.

Todavía recuerda la primera vez que la vio bailando en el club nocturno, parecía toda una diosa bajada directamente del Olimpo, no como estas dos novatas que, al parecer, están haciendo demasiado esfuerzo para poder seducirlo, mientras que Elena ni siquiera lo intentaba, le salía natural. Cierra los ojos y parece como si la estuviera viendo nuevamente. La trigueña pega su trasero a su miembro y se imagina el cuerpo de su Elena sobre él. La noche en que la conoció, ella se movía muy lentamente al ritmo de una música que la hacía verse mucho más sensual aún, de lo que ya era por sí misma.

Elena bailaba sin parar, sin contenerse, él no estaba metido dentro de su cabeza, pero era como si ella se encontrara completamente fuera de ese mundo, inmersa en una burbuja donde su única preocupación era mover su cuerpo al compás de la música. Aquella lencería roja, todavía le acelera la respiración con tan solo imaginarla. No era sólo él, todos los hombres estaban como locos por su presencia, incluyendo a Rubén que se acercó a la tarima y, sin pensarlo, la agarró del tobillo con fuerzas.

—Nena, vamos, tú, yo y un baile privado ¿qué te parece?

—Imposible, tú no tienes suficiente dinero para pagarme un baile privado, además, no tienes lo necesario para soportarlo —dice dando una patada con fuerza para librarse del agarre de Rubén.

ÉL jamás había conocido a una chica tan prepotente como ella ¿qué se pensaba? Se notaba que nadie nunca la había puesto en el lugar que se merecía y él estaba dispuesto a hacerlo, alguien debía domarla. Sin más, se subió a la tarima donde ella bailaba tranquilamente y la agarró por el pelo con fuerzas, sólo que no notó que ella había tenido el tiempo suficiente para agarrar una botella, la azotó contra el tubo donde estaba bailando, no se lo pensó dos veces para darle en el rostro con ella haciéndole un corte que iba desde su ojo hasta la esquina opuesta de su barbilla.

La ira se fundió en todo el cuerpo de Rubén y, justo cuando tenía en mente acabar para siempre con esa “puta”, Alejo lo detuvo.

—Ni se te ocurra ponerle un dedo encima, ella es mía a partir de ahora.

—Pero, señor, ella acaba de…—cubriéndose el rostro ensangrentado.

—Lo sé Rubén, acabo de verlo, te debería dar vergüenza, esa chica tiene más agallas que tú —se acerca a ella y le dice al oído— yo sí que tengo todo el dinero del mundo para pagarte un baile privado. Te tengo un trato ¿qué te parece? —ella respiró agitada, ver la sangre en el rostro de aquel hombre la perturbaba, aún así no se arrepentía de haberlo hecho, en aquel mundo, debes ser fuerte o morir en el intento.

—¿Qué tipo de trato? —preguntó con tono arrogante.

—En realidad es una manera de ponértelo todo más fácil, vas a ser mía a las buenas o a las malas, solo quiero darte elección. Nos vamos al privado, me das un baile especial y, si me logras sorprender, tendrás todos los lujos que desees, yo mismo te los proporcionaré, vivirás conmigo, aunque ya te lo he dicho, esto último va a pasar de cualquier manera.

Poco se imaginaba Alejo que esa noche, Elena le haría cosas que ni en sus sueños más salvajes se esperaba, nada que ver con lo que estas dos chicas estaban haciendo, eran demasiado básicas. No se dio cuenta de que la trigueña tenía su miembro en la boca hasta que abrió sus ojos y miró hacia abajo.

—¿A esto le llamas tú un buen trabajo? —diciendo esto, colocó su mano en la cabeza de la chica y la presionó hacia abajo sintiendo los ruidos de la garganta de ella mientras se ahogaba, no la liberó hasta que el pataleteo de esta cedió un poco casi cuando su cuerpo se quedaba sin oxígeno— hoy aprenderán cómo se hacen las cosas.

Las dos escort se quedaron mirándolo aterrorizadas, mientras que Don Fermín no hacía más que reír a carcajadas por el comportamiento salvaje de su socio.

—Enséñales a estas perras quién es Alejo Troconi —fue lo único que dijo.

Alejo safó su cinturón y se lo dio a la trigueña para luego, pedirle el suyo a Don Fermín.

—Golpéala —le ordenó señalando a la chica rubia, delicadamente, la de pelo castaño dejó caer el cinturón en el trasero de la otra— ¡He dicho que la golpees carajo! —dijo Alejo azotando a la trigueña con todas sus fuerzas en medio de la espalda, tanto que, de inmediato, puntos rojos se dibujaron en su piel— Si no la azotas, te lo haré yo a ti.

No le quedó más remedio que acatar sus órdenes, hasta que, la chica de pelo oscuro dejó caer el cinturón al suelo y, llorando, declaró:

—Ya no lo haré más. —Inmediatamente, Alejo sacó su pistola y, agarrándola por el cabello con fuerza le apuntó en la sien:

—¿Sabes acaso quién soy? Soy el jodido Alejo Troconi, yo pongo las leyes, las acatas o no sales de aquí sin vida ¿han entendido las dos?

Las pobres mujeres no tenían otro remedio, definitivamente esto no era lo que se esperaban para nada. Así estuvieron gran parte de la noche, recibiendo golpes la una de la otra mientras las lágrimas caían por sus mejillas, era eso, o morir. Cuando por fin Alejo se aburrió de torturarlas, viendo que ya estaban débiles, decidió tomarlas y follarlas despiadadamente hasta que el sol salió.

Ese encuentro no había logrado satisfacer a Alejo, sino todo lo contrario, ansiaba llegar a casa y estar a solas con Elena, ella sí que sabría qué hacer para contentarlo.

Cristina fue la encargada de despertar a Amanda, parecía tener prisa ya que no fue en lo absoluto delicada, la estaba zarandeando por los hombros cuando sus ojos se abrieron.

—Elena, despierta de una vez.

—¿Qué pasa?

—Alejo estará aquí en veinte minutos y ha pedido verte, tienes que alistarte ¡Ya!

Ahí está, Pablo se lo había dicho el día anterior, pero, después de la noche tan placentera que habían tenido los dos, a ella se le había olvidado la mala noticia. Saltó disparada de la cama y fue primero hacia la cuna de Emma.

—No te preocupes, yo cuidaré de ella hasta que tú regreses.

Amanda tuvo suerte en que Alejo le hubiera pagado a Elena una cirugía para que se realizara un aumento de busto; esa fue la excusa perfecta del por qué no podía amamantar a la pequeña, nadie podía sospechar nada.

Ella pensó que lo mejor era no darle más vueltas al asunto, quizás podría inventar una excusa para evitar el contacto con aquel monstruo una, dos y hasta tres veces, pero, tarde o temprano tendría que hacerlo, así que, lo mejor, era salir de eso lo más rápido posible.

Se dio un baño y se colocó la lencería que Cristina había dejado encima de su cama, se envolvió en su bata de seda y, exactamente a los veinte minutos, estaban golpeando en su puerta. Sus ojos se abrieron de par en par y su respiración se aceleró cuando vio a Pablo frente a ella.

—Ha llegado el momento, recuerda todo lo que te dije ayer.

Ella quería decirle más, quería decirle que en todo lo que pudo pensar esa noche fue en él y en las nuevas sensaciones que le mostró. Él, por su lado, quería salir de ahí corriendo con ella, no quería que Alejo pusiera sus manos sobre su piel, pero sabía que eso era imposible. Los dos querían hacer más, pero, en cambio, se mantuvieron en silencio y caminaron juntos todo el trayecto hacia el sótano.

—Hasta aquí llego yo, no temas, el jefe parece estar de buen humor. Te veré luego.

Sin más, Pablo desaparece. Ella mira a su alrededor, anoche ni se había detenido a detallar el lugar, era horrible, oscuro y frío, parecía una prisión secreta. Tocó en la puerta y la voz de Alejo la invitó a pasar. El interior era mucho peor con la presencia de ese ogro allí, la habitación había perdido toda la magia que hace tan solo unas horas tenía.

—Sé que habíamos quedado en que te daría un tiempo para tu recuperación, pero me parece que, desde tu huida, el que ha tenido demasiado tiempo sin ser satisfecho he sido yo y eso no está bien ¿cierto? —ella asintió con su cabeza, no pensaba contradecirlo en lo más mínimo.

—Tiene razón, mi señor —antes de dormir había investigado un poco sobre el BDSM y utilizar ese término era usual en ese tipo de prácticas sadomasoquistas y de dominación— además, hoy me siento mucho mejor.

—Perfecto, sabía que no me defraudarías, ahora, ven aquí, no sabes el deseo que tengo de usarte —ella comienza a caminar lentamente, pero él la detiene enseguida— ¿qué haces, te he dicho que puedes caminar? Acércate por el suelo.

Ella se queda mirándolo un poco extrañada, pero hoy no se quiere ganar sufrimiento extra, así que, sin demoras, se agacha y comienza a gatear despacio sin dejar de mirarlo. Al parecer, su búsqueda no fue lo suficientemente exhaustiva, no puede evitar preguntarse a sí misma cuánto más habrá sobre esto que ella desconoce.

—Buena chica —le dice cuando llega hasta él— ahora, bésame los zapatos

Definitivamente, esto no lo había leído. Solo de pensarlo, su estómago comenzó a contraerse provocándole arqueadas debido al asco, pero supo esconderlas mientras hacía lo que él le pedía e incluso más, ya que pasó su lengua también. No soportaba rebajarse a tal nivel, pero prefería eso antes de ser golpeada desmedidamente como la última vez.

—Bien, puta, esta es la Elena que yo conozco —sus palabras fueron la confirmación que esperaba para saber que estaba haciendo un buen trabajo— Ahora ven aquí —le dijo extendiendo sus manos y ayudándola a ponerla en pie.

La llevó hasta el mismo centro de la habitación y elevó una de sus manos que amarró a una reja que tenía colocada sobre sus cabezas. Una vez tuvo sus dos manos sujetadas, él tomó una cuerda que colgaba y comenzó a tirar de ella haciendo que Amanda se elevara cada vez más hasta que sus pies no pudieron tocar el suelo.

—Ahí, te quiero desprotegida, hoy tengo ganas de acabar contigo. Todavía no te he castigado por escapar de mí, esto te enseñará a no hacerlo más —dijo mientras que, una de sus manos se deslizaban bajo su tanga de encaje— Se me antoja ser desmedidamente despiadado, acabar con tus entrañas más de lo que mi hija hizo —acto seguido, ella sintió un pequeño dolor al sentir dos de los dedos de él entrando por su vagina sin previo aviso, sin anunciárselo antes y con demasiada premura, sintió dolor, pero solo cerró sus ojos con fuerza, no le iba a dar el gusto a ese monstruo de escucharla quejarse.

Justo cuando pensaba que lo peor estaba por comenzar, unos golpes en la puerta hicieron que ambos miraran en la misma dirección.

—Jefe, siento mucho la interrupción —sólo de escuchar la voz de Pablo, el corazón de ella galopó a todo ritmo— pero hay algo mal con su hija, creo que debería ser llevada al hospital cuanto antes.

La cara de Alejo cambió, se encrispó por completo mostrando su descontento, pero ¿qué podía hacer? No iba a dejar en peligro a su propia hija.

—Muy bien —respondió, mientras comenzó a desatar a Amanda y, antes de que esta tuviera tiempo a colocarse su bata, abrió la puerta— llévalas a las dos al hospital y me informas si algo está mal y tú —se dirige a ella— hoy te has librado, pero la próxima me desquito.

Ella asiente y sale caminando a toda prisa con Pablo.

—Esta vez te he salvado el pellejo, pero no creo que pueda volver a hacerlo. Solo lo hice porque creo que no estás preparada todavía, necesitas más lecciones —él sabía muy bien que, en su interior, estaba comenzando a sentir algo que no entendía y, el hecho de saber que Alejo la estuviera poseyendo, lo alteraba hasta lo más profundo de sí. Mas no era capaz de admitirlo, mucho menos frente a ella.

—¿Qué haremos ahora? —le pregunta ella.

—Ir al hospital, es cierto que hay algo mal con Emma, no para de llorar y, en varias ocasiones su rostro se ha tornado violeta, así que, vamos.

A Amanda le brillan los ojos, esta puede ser la oportunidad que tanto estaba esperando para ver a su madre, Pablo se lo tendría que permitir, sólo verla unos pocos minutos para tranquilizarla, no podía decirle que no, se lo debía y, si ella escogía bien sus palabras, podría hacerle saber a su madre que estaba en peligro. Esta visita podría ser su vía de escape.

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