Alessandro Di Sávallo alargó la mano sin mirar y palmeó con urgencia el brazo de su esposa para que prestara atención. Cuando Gaia se dio la vuelta buscando una explicación y siguió la dirección de su mirada, creyó que el corazón se le saldría del pecho. Entrando a la iglesia, como un condenado rey, venía su hijo mayor, con una hermosa mujer colgada de su brazo.
Lo acompañaba también un hombre joven como él, que miraba a todos lados con suspicacia, mientras mantenía las manos metidas en los bolsillos, pero nada de eso era relevante para la pareja más que ver de nuevo a su hijo y poder abrazarlo después de tantos años.
A fuerza de lágrimas y rechazos, Alessandro y Gaia Di Sávallo habían aprendido a mantenerse lejos de la vida de Leo, hasta que finalmente habían decidido darle su espacio, uno que había durado dem
Mía pasó las palmas abiertas sobre la falda del vestido de novia, era absolutamente precioso. Se limpió las últimas lágrimas que había decidido permitirse por él. Vio a través del vidrio polarizado cómo Galiana se acercaba al auto y destrababa la puerta, abriendo la boca con emoción.—¡Dios mío! ¡Estás bella! —exclamó mirándola de arriba abajo y luego tomó sus manos—. ¡Es un día maravilloso, Mía! ¡Preparé algo increíble para ti! ¡¿Y a que no sabes quién vino?!Mía lo sabía perfectamente, pero amaba a Galiana con todo su corazón así que prefirió darle el gusto de dejar que se lo dijera.—¿Quién, Gali?—¡Leo! ¡Leo está aquí! ¡Por fin regresó! —Galiana daba salto
Leo sintió que unas manos lo arrastraban fuera del salón, y no necesitó saber que era Guido quien lo llevaba afuera para que no se notara -demasiado- que había perdido el color y los nervios en el mismo segundo. Antes de salir alcanzó a ver que alguien corría hacia Mía, cuyo cuerpo se balanceaba peligrosamente hacia atrás.No llegó a saber si se había desmayado o no, solo que estaban con ella quienes podían auxiliarla.Sintió el aire fresco del mar en la tarde y trató de respirar, pero simplemente no podía. Ese pequeño video había logrado revolverle el alma, los sentimientos, hasta la vida misma.—¿Viste… tú viste…? —logró tartamudear apenas mientras Guido se mesaba los cabellos con desesperación. Leo ya tenía una profunda y terrible concepción del destino y su odio contr
Leo sintió que la cabeza empezaba a darle vueltas, y Guido se apresuró a rodear a la señora y ponerse entre ellos, porque el tono de aquella mujer estaba lleno de odio y su mejor amigo no estaba precisamente en su mejor momento como para responder de forma razonable a una provocación.—¡¿Qué diablos quiere decir?! —dijo Leo alzando la voz y Anthea rio con sorna.—Me sorprendió que la perra de Gaia no te dijera la verdad desde que eras un niño…—¡No se atreva a hablar así de mi madre! —gruñó Leo con rabia concentrada, levantando un dedo amenazante.—¿Tu madre? Jajaajajajaja. ¡Daría cualquier cosa por ver la cara de «tu madre» cuando vayas a pedirle explicaciones por haberte mentido toda tu vida! Algo tengo que reconocerle, es una maldita mentirosa pero esa perra te quiere.G
Mía sintió los golpes repetidos en la puerta y se levantó con las pocas fuerzas que le quedaban para ir a abrir la puerta del camarote. Se había dado una ducha larga que no había servido para quitarle el cansancio. Había vomitado un par de veces más y había tratado de dormir algo, pero parecía que era imposible. Finalmente había terminado encerrándose para no tener que lidiar con nada ni con nadie.No supo en qué momento se había dormido, pero aquello había sido más un knockout que un descanso. Giordi bien podía haberse destrozado los nudillos tocando toda la noche y ella no lo habría escuchado.Se envolvió en una bata de seda y enfrentó el rostro furioso de Giordi como si hablara con un niño con berrinche.—¡Bonita noche de bodas! —escupió su recién estrenado esposo entrando en
Guido sacudió la mano mientras lanzaba un juramento. Él tenía los malditos nudillos casi destrozados y Leo todavía seguía en pie. Pero si tenía que darle con un bate por la cabeza para detenerlo, entonces eso exactamente era lo que iba a hacer.—¡Siéntate de una puta vez! —dijo empujándolo contra uno de los sofás de la suite donde se quedaba en Génova, y lo vio caer pesadamente, quedándose quieto por algunos segundos.Guido había tenido que arrastrarlo literalmente para llevárselo del muelle, porque el primer instinto de Leo había sido de veras ahogar a aquella señora con sus propias manos. Se dijo que tenía suerte de que el alcohol hubiera empezado a hacer su efecto, porque en circunstancias normales, absolutamente nada ni nadie hubiera conseguido impedirle que fuera a reclamarle a Alessandro y a Gaia a esa hora de la madrugad
Leo creyó que su madre se desmayaría en ese mismo instante, pero Alessandro pasó el brazo alrededor de su cintura y la estrechó contra su cuerpo con actitud posesiva. Besó su frente y le acarició la mejilla con dulzura. Estaban frente a frente con una imagen a la que habían temido toda su vida, y lo único que podían hacer era permanecer juntos y confiar en todo el cariño que habían puesto en su hijo.—Te dije que esto iba a pasar tarde o temprano, amor —murmuró en su oído—. Parece que ya es tiempo. Ven, siéntate, vamos a contarle.Gaia asintió con los ojos empañados por las lágrimas y Alessandro se dirigió a su hijo y a su amigo con un gesto severo.—Esto es lo que va a pasar —advirtió señalando a su hijo con el índice levantado—. Yo voy a traer una botella de…
Leo se levantó y comenzó a dar vueltas por la habitación, como si las paredes comenzaran a cerrarse a su alrededor y ya no pudiera respirar. Había vivido en aquella mentira casi tres décadas de su vida, pero eso no era lo peor. Lo peor era que, sin importar lo que sucediera, no conseguiría recuperar el tiempo precioso y el amor que había perdido por su causa.—Leo… —Gaia trató de llegar a él, pero Leo solo caminó hacia atrás con las manos levantadas para evitar que lo tocara. Anthea tenía razón, las traiciones dolían más cuando venían de las personas a las que uno atesoraba.Guido se inclinó un poco para tomar el vaso que Alessandro le había ofrecido y se lo bebió de un solo trago. ¡Maldita suerte! Sin embargo había algo que lo tenía todavía más desvelado.—Se
Giordano Massari no tenía hambre, solo ganas de beberse toda la bodega de vinos que llevaba aquel barco. No estaba muy seguro de cómo se sentía con todo aquello de la boda a medias, la fiesta interrumpida y la repentina enfermedad de Mía.Había pasado por tres semanas insoportables mientras ella hacía aquel viaje antes de la boda, temiendo que se arrepintiera, pero la bruja de su madre no había querido decirle a dónde había ido. Sin embargo, Giordi no le había hecho ni un solo reclamo por todos aquellos días sin contactarlo.Después de dos años su relación con Mía era perfecta. Ninguno se metía en el camino del otro, se acompañaban y se divertían y… se querían. Sí, Mía y él se querían mucho, lo suficiente como para estar dispuestos a estrechar su lazo con una boda. ¿Entonces por qu&e