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Diez de la mañana del día sábado. Me estiro me levanto y toco mi nido, al que le llamo cabello. Bostezando me dirijo al lava manos y empiezo mi rutina de limpieza. Cuando estoy lista, me coloco mis licras negras y una camiseta deportiva con un gran corazón en el frente.

Seguro piensan que voy a hacer ejercicio.

Déjenme reírme.

No, no es así.

A este vestuario le llamo: Fin de semana.

Bajo porque mi estómago ruge, no porque me quiero encontrar al guapuras de Anibal. No, para nada. Tampoco me puse labial por él. Está bien, si fue por él.

Solo es brillo.

Peleando con mis lentes para que se queden en su lugar, baje. Cuando llegue al pasillo me detuve y como tortuga ninja mire a todas las direcciones.

Que se haya ido.

Que se haya ido…

—Muñeca.

Noooo.

Gire hacia las escaleras y alce mi mano para saludarlo con movimientos circulares. Algo así como un adiós, pues. Aunque ni eso me sale bien, porque creo que se parece más a un ¡Hao! Al estilo indio.

—¿Saludas así a todos tus amigos?

No porque n
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