04

Narra Leah♥

Seis meses después, el juez dictó sentencia y fui declarada culpable. En mi estadía en la sede principal del Lado Correcto, mi padre se había encargado de suministrarme todos mis medicamentos. Por un mes me negué a tomarlos ya que no quería seguir con el proceso. Pero luego recibí una visita que termino por hacerme rendir completamente.

Mi madre se sentó en la silla metálica que esta frente a mí en la celda de castigo y como siempre su rostro no expresaba ni el mínimo de compasión por verme en aquella situación. Ciertamente estaba sucia y mi semblante verdoso. El encierro no me hacia bien y la falta de suministro de hierro me hacía perder fuerza, lo que seguramente me hacen tener un aspecto terrible.

—Lila.

—No soy Lila, madre. Eso lo sabes muy bien —respondí enojada.

Mi madre miro a su alrededor y fijo la vista en la cámara.

—Eres Lila.

Exhale.

—¿Qué quieres?

Mi madre sacó unas píldoras y las puso sobre la mesa, después busco en su bolso y saco una botella de agua. Volvió a fijar su vista en la cámara detrás de mí y luego cerro los ojos como esperando una señal. Intrigada me gire y observe que la luz verde había dejado de ser intermitente.

—Leah, por favor. Engulle las tabletas.

—¿Ahora soy Leah?

—Estoy siendo paciente contigo.

Mire las amarillentas píldoras y luego a mi madre. Sentí ganas de llorar y de pedirle que por misericordia me saque de este lugar, pero intuí que no serviría de nada.

—No quiero estar aquí.

—Leah, deja de comportarte como una niña. Conoces de forma exacta nuestra situación, por favor colabora.

Sentí mucho dolor y de alguna forma tenía que vaciar todo el rencor que había acumulado todos estos años contra ella. Era eso o terminar volviéndome loca.

—¡Soy tu hija, Laura! ¡Tu hija! ¿Por qué no lo quieres entender? Siempre me has hecho menos frente a los demás por mis defectos, pero yo también soy tu hija y al igual que Lila no pedí nacer. No puedes al menos demostrarme un poquito de tu afecto hacia a mí, aunque sea durante estos momentos. ¿Tanto me odias?

Laura miro a un lado antes de responder con total serenidad.

—Yo no te odio. Es una locura que pienses de esa manera.

—Entonces, sácame de aquí. Entrega a Lila o vámonos a otro país juntos.

Mis palabras sonaron desesperadas. Laura giro su rostro y con una mirada llena de dolor, me hizo saber que ya todo estaba perdido.

—Leah, te sacaremos de aquí en cuanto Lila vuelva y se case con Horacio. No podemos echar todo a perder por el simple amor que te tengamos. El honor de nuestra familia ha sido manchado y lograremos por todos los medios que algún día volvamos a ser una familia respetable. No he venido aquí a discutir lo que ya es un hecho.

—¿Para qué has venido entonces? —Seque mis lagrimas con mis manos atadas.

—Porque soy tu madre y te amo. —Esas palabras sonaron tan forzadas que escucharlas fue todo un sacrificio—. Leah, necesito que sobrevivas y para eso debes tomar tus medicamentos. Solo serán dos años y después, te prometo que todo volverá a la normalidad.

—No puedo pretender ser Lila toda la vida.

—Siempre has querido ser como ella ¿Qué diferencia existe ahora? —Guarde silencio. Era cierto, siempre había querido ser Lila y ahora tenía la oportunidad de serlo—. ¿Lo ves? Después de todo esto, podrás irte a donde quieras y vivir como quieras siendo Lila.

Dentro de esas frases, encontré un mensaje subliminal. Un mensaje que, me rompió el corazón para siempre.

—Ustedes no volverán a aceptarme como miembro de su familia después de la condena.

Mi madre abrió los ojos como platos y luego se levantó.

—Me alegra que al menos hayas sacado mi inteligencia —Al final mi madre termino por quitarse la careta—. Mira Leah, en este mundo hay que aceptar las cosas tal cual como son. Desde que naciste supe que nunca encajarías en la sociedad y por eso no estuve de acuerdo en permitirte vivir. Por más que te duela aceptarlo Lila es nuestra única salvación, siempre lo ha sido y ahora ha cometido un solo error. Uno solo, Leah, mientras que tú... Bueno, solo te estamos pidiendo que hagas una sola cosa bien por tu familia, creo que es lo justo después de todo por lo que nos has hecho pasar.

Solloce en silencio, mientras abrazaba mi cuerpo en la sucia ducha de los Calabozos del Lado Correcto. El agua me hace escocer las heridas provocadas por los arañazos y los golpes de todas esas mujeres que me recibieron esta mañana. Parte de mi cabello esta arrancado y ahora nada en el amarillento suelo de baldosas y mi cuerpo tiembla de forma compulsiva. No quiero seguir recordando las palabras de mi madre en aquella visita. No me hace bien ahora.

—¿Quién está derrochando el agua? —Una voz tosca retumbo en las paredes y tape mis oídos. No quería levantarme ni mucho moverme. Mentalmente me sentía muerta y físicamente, no tenía fuerzas como para salir de aquel trance.

No pude defenderme. Mientras esas mujeres me golpeaban y me llamaban por nombres horrendos, no pude hacer nada. Sólo una cosa rondaba mi cabeza, una simple frase "Debes pagar por todo lo que le has hecho pasar a tu familia"

Los recuerdos hicieron que cada una de esas palabras cobraran sentido. Enfermedades mensuales que no le permitían a mi madre reunirse con sus amistades de forma seguida, vergüenzas por no poder ser tan lista, carismática y graciosa que Lila, humillaciones, al no poder expresarme de forma correcta ante los demás y señalamientos por parte de los demás al ser una mujer defectuosa.

Eran muchas cosas las que les debía. Mi madre tiene razón. Merezco todo esto.

—No lo vuelvo a repetir. Quien este en las duchas... —La cortina se abrió de repente y una mujer vestida de rojo frunció el ceño al verme tirada en el suelo—. Así que aquí estas. ¡Oficiales, ayúdenme!

Sentí que mi cuerpo se elevaba y luego de eso escuché voces a lo lejos. No intente descifrar que decían.

No podía.

No pude.

Luego de eso, desperté en enfermería. Cuando la malhumorada mujer detecto que podía moverme me mandó a fuera. Recordando lo ocurrido tuve pavor y entonces dos de las oficiales de la entrada me llevaron a empujones. Cuando estuve en medio del amplio patio, todo se detuvo y muchas de las mujeres presentes se me quedaron viendo.

—Pero miren nada más... La pecadora es fuerte como un roble. —Miré hacia mi costado y vi como una robusta pelirroja se reía de forma ridícula—. La refinada y perfecta Lila, quien diría que terminarías en este lugar.

Intente dar pasos hacia atrás, pero dos mujeres me detuvieron. Mis costillas duelen. Sé que deben estar fracturadas y mi respiración comienza a ser escasa.

—Por favor, no me hagan daño—suplique.

La pelirroja robusta miro a las demás y al unísono todas rieron.

—Tenemos carta blanca para divertirnos contigo.

No sé lo que significa ese término, pero sé que va a doler mucho. Cerrando mis ojos espero los golpes hasta que nada pasa. Con pánico los abro nuevamente y me sorprendo al ver que estoy sola. Doy un paso hacia adelante con brusquedad y me quejo. Todas las mujeres me tenían rodeada ahora miran desde lejos. No pude preguntar nada, porque alguien me tomo de la mano. De forma inmediata me aleje y luego aquellos ojos cafés llenos de arruga me indicaron que no había nada que temer.

—Vámonos de aquí Lila.

Mire a mi alrededor y todas estaban en sus quehaceres. Asustada y dolorida la seguí. Fuera del patio, el campo se veía inmenso. Era como estar en las afueras de una finca solo que desde muy lejos se podía ver la cerca metálica del Lado Correcto.

—Tomate esto.

Mire el vaso entre mis manos y note el gua azulada. Alce la cabeza para mirar a la anciana.

—¿Quién eres?

La mujer mostro sus pocos dientes en un intento de sonrisa.

—Chica lista. Soy Becky, tu hada madrina.

En otra oportunidad me habría reído, pero ahora solo quería quedarme dormida y no despertar jamás.

—¿Trabajas para mi padre? —quise saber bebiéndome aquel líquido que seguramente era mi multivitamínico.

—No puedo responder ni sí ni no.

—Con eso es suficiente —dije y observé un punto en la lejanía que me permitiera olvidarme de todo por unos segundos.

—¿Cómo te ha ido hasta ahora?

Baje el vaso de mis labios. Esa pregunta tenía que ser una p**a broma.

—¿Enserio me estas preguntando?

—No lo sé, supongo que si —dijo encogiéndose de hombros.

Arrugue mi frente y mire al suelo. Desahogarme no me vendría mal.

—Ha sido una m****a. —De forma impulsiva tape mi boca. Nunca he dicho groserías, eso es algo que no me puedo permitir—. Discúlpeme es que todo ha sido difícil.

Recorde aquella novela que lei en la Web de Buenovelas,, dentro del libro que brilla.

La protagonista era tan osada, tan de otro mundo.

—Y una m****a —repitió la anciana riéndose y sacandome de mis pensamientos—, tranquila pequeña, saltamontes, las groserías están permitidas aquí. Si te cuento un secreto, ellas son palabras poderosas que te permitirán sobrevivir durante tu estadía aquí, que es durante...

—Mmnn —dije sin comprender.

—¿Por cuánto te han juzgado?

Ah, era eso. Bebí un poco más de líquido.

—Dos años —respondí como si fuera toda una eternidad.

—Vaya, pues que vacaciones tan rápidas.

Esas palabras me molestaron.

—¿Vacaciones? ¿Acaso usted está loca?

—Buaooooooo —dijo echándose hacia atrás sorprendida—. Si y eres la primera persona que lo ha adivinado. ¡Me sorprendes risos de oro!

Sin humor de aguantar nada, dejé el vaso en la mesa de piedra y me dispuse a caminar.

—Ey, lo siento —Su arrugada y larga mano me sostuvo del brazo—, es que he estado tantos años aquí que siento que dos años son nada.

—¿Qué hizo para llegar aquí? —pregunte examinando su rostro. La anciana se veía demasiado inocente como para hacer algo malo.

—Cosas malas. Cosas que no imaginas y que te aseguro, no quieres saber.

No proseguí a presionarla. Bastante tengo con mi infierno para añadirle unos grados más.

Al anochecer las sirenas sonaron. Becky había traído a mis cosas a una habitación cerca de la suya. Le pregunte si eso está permitido y me ignoró. Todas las mujeres del piso se alborotaron. Unas rieron y otras se quejaron. Yo solo me limite a sentarme en la litera mientras Becky se vestía a toda prisa.

—Lila, mueve tu culo y vístete. —Me ordeno ella colocándose sus zapatos.

Me levante sintiendo que cada parte de mi cuerpo va a estallar en cualquier momento. El dolor es insoportable y no me deja caminar.

—¿Por qué? ¿Qué pasa?

-Demasiadas preguntas. Sólo levántate —Me dijo tomándome de un brazo para ayudarme a ponerme de pie. El dolor era insoportable y al parecer Becky lo sabía—. Tu blusa ¿Dónde está tu blusa? —dijo quitándome la bata, intentando no mirar mi amoratado abdomen.

Su geto de nerviosismo me hizo recordar a Santiago. ¿Por que?

No lo sé....

—No lo sé.

Becky busco debajo de mis sabanas y no encontró nada. Luego me sentí mareada y ella levo su mano a mi frente.

—Estas ardiendo.

Las mujeres se pararon firmes frentes a las literas. Becky maldijo y entonces se quitó su blusa de tirantes y me lo coloco, luego me ayudó a ponerme de pie y me empujo hasta que estuve con las demás en el pasillo de la habitación.

—Becky ¿Qué está pasando? —pregunte confundida. Todas las mujeres sisearon en mi dirección y unas de ellas me ordeno que cerrara la boca.

Las puertas de la oscura habitación se abrieron y entonces Becky estaba a mi lado.

—Son los Vigías —siseo.

—¿Eso qué significa?

Todas volvieron a sisear que me callara. Becky se acercó un poco más a mí y con cautela me respondió.

—Significa problemas, pequeña saltamontes.

Continuará.

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