07

Narra Leah♥

—¿Y a ti que te paso?

Becky busco debajo de su cama una toalla y me la paso. Temblé por el frio y traté de no mirar ninguna parte de mi cuerpo. Estoy cubierta de lodo, estiércol y no sé qué más sustancias que había en el maldito pozo en el cual Gabriel me obligo a entrar para buscar su moneda de la suerte, que se cayó por "accidente".

—No puedo más, Becky. —dije sollozando—. Todo esto es demasiado para mí. Debí contarle a Santiago la verdad y no hacerle creer que soy Lila; él me reconoció, Becky. Supo quién soy y me ofreció su ayuda. Debí confiar en él y decírselo. Ahora me arrepiento. No quiero estar aquí, estoy sola, sucia y tengo mucho miedo.

Hable sin parar y Becky me tomo de la mano y me sentó sobre una pila de madera. Con cuidado me quito la toalla y luego, me limpio la cara. Mi pecho sube y baja del llanto y siento que toda mi fuerza de voluntad va a decaer en cualquier momento.

—¿Por qué no se lo contaste? —Alce la mirada sin entender—. A Santiago. —aclaró.

Gimoteando mire al suelo. No pude contárselo porque no quiero seguir defraudando a mi familia y también porque en el fondo de mi corazón tengo la esperanza de que cuando todo esto pase, podre estar con ellos y vivir en paz. Tengo la más tonta esperanza de que cuando vuelvan, me aceptaran tal cual como soy.

—Soy leal a mi sangre —dije.

Becky dio un paso hacia atrás y luego me lanzó la toalla en la cara.

—¡Eres estúpida!

Apreté la toalla y la miré nerviosa.

—No puedo traicionar a mi familia. Ellos están confiando en mí.

—Dios, Leah. ¡No! —gritó—. Ellos te traicionaron y prefirieron salvar su pellejo y encerrarte aquí destruyendo tu vida por completo —No. Ella está equivocada. Estoy aquí porque lo merezco; es una deuda que debo pagarles—. Y no me mires de esa manera porque te lo juro Leah, como me digas que mereces estar aquí, te volaré los dientes de un solo golpe.

Asustada y muy dolida por su agresividad comencé a llorar. A llorar de verdad.

—Sí, llora todo lo que quieras porque eso es lo único que podrás hacer de forma libre en este lugar. —continuo con su retahíla de regaños—. No puedo creer que despreciaras la oportunidad de salir de este lugar y limpiar tu nombre.

—¡Usted no lo entiende!

—Pues no. No lo entiendo, explícamelo.

Me levanté y arrojé la toalla al suelo.

—¿Y que querías que hiciera? —grité de forma insolente.

Nunca.

Nunca en mi vida he sido grosera con alguien.

Supongo que esto pasa cuando tu limite llega y tocas fondo.

—¡Que dejaras de ser tan tonta y lucharas por tu futuro? —Esa respuesta-pregunta sonó sardónica.

—No puedo hacer eso. Mi familia está en la calle. Debes conocer la historia de forma perfecta ya que trabajas para mi padre.

—Pues déjame desilusionarte querida, yo no trabajo para tu padre.

Esa confesión cambio las cosas por completo.

—Pero...

—Se supone que no puedo decirte nada y mira... ¡Es que me sacas de mis casillas!

Ya no estaba llorando y aunque sentía mi cabeza punzadas en mi cabeza, todo se volvió más claro; como en calma, así como cuando todo pasa y ya no te queda más que respirar y seguir en la realidad.

—¿Para quién trabajas?

Becky me miro y alzo las cejas.

—No puedo decírtelo.

—Eso no es justo, merezco saberlo.

—Y ¿Qué harás Leah? —quiso saber inexpresiva—. Tú misma te has condenado. Ya nadie te va a creer. Has elegido serle leal a una familia que no te quiere ni en lo más mínimo. Les has dejado ganar.

—¿Ganar? —Di un paso hacia ella y tomé su brazo—. ¿Quiénes ganaron?

Becky se soltó de forma brusca y desvió la mirada al edificio del Lado Correcto.

—Leah, si fueras mi hija... —Ella enmudeció—. Que tontería. —dijo sonriendo.

Sin entender, me deje caer en la pila de madera en la que anteriormente estaba sentada. Becky tomo la toalla del piso y luego se acercó. No sabía cuáles eran sus intenciones hasta que sentí la suave tela limpiar mi rostro.

Dos días después, en la tarde luego del baño. Miré mi cuerpo en el espejo y sentí ganas de volver a llorar. Los moretones eran normes y los rasguños profundos. Seguro dejaran cicatriz. Luego mi mirada se posó en mi cabello y vi como mis amados rizos se convirtieron en mechones tiesos y deformes.

Me coloque la blusa negra de inmediato y luego busque un abrigo del mismo color. Necesito cubrirme o no podre salir al exterior nunca más. También busqué una bufanda y posteriormente cubrí mi rostro. El golpe del día anterior cuando Santiago me obligó escalar un árbol se nota demasiado.

En el patio Central, mi grupo de guardia estaba charlando. Sólo eran adolescentes al igual que yo. Al principio no me agrado la idea de que me separan de las demás, pero después de que Gabriel se apareciera en nuestro cubículo y me ordenará mi presencia en este grupo todo cambio. Le temo y no quiero que me vuelva a hacer daño.

Cuando Gabriel llegó las chicas cuchichearon entre sí y luego soltaron sonrisitas tontas. Eran como 15 en edades comprendidas entre 18 y 23 años, muy guapas y sobre todo muy atrevidas.

Gabriel miro al grupo de chicas y con gesto serio les ordenó que se levantaran. Después se acercó a mí y tiro de mi bufanda. Con resistencia, la sostuve y él arrugo el ceño.

—Vamos a empezar otra vez. —Le di una mirada de advertencia—. Okey, puedes quedarte con tu lindo velo de seda —dijo con sarcasmo—. Pero, me las pagaras más tarde.

No me importo. Puedo soportar lo que sea, menos que me vean con este golpe y se burlen d mi debilidad. Levantándome para formar junto a los demás lo deje solo. "Marchando", dijo y todas comenzamos a caminar hacia el bosque.

Después de quince minutos llegamos a una cerca de alambre. Gabriel miro atrás y luego, se dirigió a nosotras.

—Muy bien, preciosas —dijo con una gran sonrisa.

Un momento ¿Qué?

—¿A quien de nosotras elegirás hoy? —dijo una morena pelo rizado. Mire a las demás chicas que se removían incomodas y luego a Gabriel.

No entiendo lo que pasa. Hace unos momentos, nos ordenaba y nos insultaba sin parar y ahora sonríe y se comporta como un estúpido.

—No lo sé —respondió. Hoy quiero algo así como carne fresca.

Todas comenzaron a quejarse y yo me apoye en la cerca. Quince minutos de caminata para mí es como entrar al infierno. Toque i bolsillo y por suerte llevaba el inhalador que Becky me había dado. Mire a Gabriel y deje de tocar mi bolsillo. Si me ve usándolo, seguro me castigara por imitarme a mí misma. ¡Imbécil!

Leah, bájale dos a lo salvaje. Él no sabe que eres tú. Mi mente hacía de las suyas de nuevo.

Eso no importa, nada justifica como me ha tratado; resolví enojándome conmigo misma.

Te sigue inquietando esa traviesa mirada. No te engañes.

Intente hacer callar a mis pensamientos.

Nunca me gusto la mirada de es pelirrojo, ahora menos. Dije internamente.

Avísame si sigues pensando igual cuando levantes la vista.

¡Maldición!

—¿Qué crees que haces? —dije colocando mi mano en el pecho de Gabriel para alejarlo de mí. De un momento a otro me tenía acorralada. Por un lado, tenía la cerca y por el otro el árbol.

—Tú que crees —dijo sujetándome de la cintura.

Sentí mi corazón acelerado. No. Esto no me puede estar pasando. Busqué con mi vista al resto de las chicas y como presentí, desaparecieron.

—Aléjate de mí. —gruñí nerviosa.

—Eres mi elegida. Compláceme o te ira muy mal.

—¿Dónde están las demás?

—¿Acaso importa? —dijo sonriendo.

Lo empuje y fue como tocar una pared de concreto. Ni siquiera se movió.

—Gritaré muy fuerte.

Gabriel sonrió y con una fuerza inhumana me tomo de la cintura y me tumbo al suelo quedando encima de mí. Sin respiración no pude hacer nada. Tenía que tranquilizarme para actuar. Poco a poco Gabriel se fue acercando y como mis empujones no lo movían cerré los ojos para esperar lo peor.

—Dijiste que gritarías. —susurro en mi oído.

Abrí los ojos de inmediato y su aliento me produjo un escalofrió que me hizo estremecer.

—Quiero que lo hagas —continuó—. Quiero que grites mi nombre.

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