03

Narra Leah♥

Si, me habian traicionado.

Después de siete horas en carretera, llegamos a un lugar terrorífico, cuyas cercas metálicas estaban cubiertas por la neblina. Los oficiales que me acompañaban se miraron entre sí y luego al frente. Varias mujeres aparecieron con armas y les indicaron que pasaran. Una reja alta de metal se abrió y el coche siguió su curso. Tenía la vejiga llena y aunque ya les había pedido el favor a los oficiales de llevarme algún baño o que se detuvieran en la orilla de la carretera lo volví a hacer.

—De verdad tengo que ir al baño.

Error.

Sentí una corriente eléctrica invadir todo mi cuerpo y después, perdí el conocimiento. 

—Despierta. ¡QUE DESPIERTES! —La última palabra vino acompañada de una patada por mi vientre que me hizo expulsar el aire y ahogarme. Mire a las tres mujeres vestidas con un informe marrón que tenía al frente y trate de ubicarme.

—¡No puedo RES-PI-RAR! —Me senté dolorida y traté de respirar.

—Por favor, no creas que nos engañaras con ese truco. ¡Levántate perra!

Sentí mis brazos casi despejarse por los jalones. Al despertarme completamente note que tenía un mono y una camiseta negra puesta. ¿Cuándo me han cambiado? Intente resistirme y entonces la vista se me nublo, trate de tranquilizarme. Mientras caminábamos por los agrietados pasillos de lo que parecía la Sede del Lado Correcto, mantuve mis sentimientos a raya. Había llorado lo suficiente como para seguir haciéndolo. Ignorando las punzadas agudas de mi corazón, me aislé y me perdí dentro de los recuerdos de alguna película que recientemente había visto; la bella y la bestia.

Bella bailaba con su bestia en aquel salón iluminado por reflejos durados, plateados y blancos. Todo era mágico y especial y yo estaba en primera fila presenciándolo. Dejándome llevar por el ritmo de la música clásica me tranquilice y llene mi interior de paz. Abrí los ojos y noté mi cuerpo sereno. Había funcionado. Siempre funciona. Aunque mi madre siempre pensó que eso era una secuela de mi pronta locura.

—Te estoy hablando, zorra.

Parpadee y mire a la mujer que tenía el frente.

—Perdón, ¿Qué ha dicho?

La mujer alzó la mano y cuando creí ser abofeteada por no sé qué vez en el día, una voz conocida la interrumpió.

—Sargento Linares, puede retirarse.

Alce la barbilla para ver a Gabriel, el hermano de Horacio.

¿Por que? ¡Que hacien él alli?

—Aún no ha recibido instrucciones, acaba de despertarse.

—De eso me encargo yo.

La mujer castaña asintió y luego me dedico una dura mirada. Las otras oficiales hicieron un gesto militar con los dedos en su frente y luego juntaron sus talones para hacer un sonido extraño y retirarse del lugar.

En silencio observe a Gabriel, tenía que pedirle ayuda. Un momento, no lo conozco. ¿Qué me hace pensar que me va ayudar? Después de todo, mi padre va a engañar a su hermano. No puedo permitirlo, aunque, ¿Qué podría hacer yo para impedirlo? A duras penas puedo mantenerme viva.

—Puedo...

—Ni se te ocurra, Lila. Ya tu padre me advirtió que harás todo lo posible por hacerte pasar por Leah. ¿Es que acaso no te da vergüenza lo que has hecho? Haz desechado tu honor y el de tu familia.

¿Qué mi padre qué? No puedo asombrarme, de todas formas, ya me lo temía. Dios, que difícil seria mi vida desde ahora. Utilizando mis últimas fuerzas trate de hacerlo entrar en razón.

—Soy Leah, tienes que creerme.

Gabriel achico los ojos y luego sin previo aviso dio dos pasos hacia a mí. Una luz de esperanza ilumino mi alma, pero cuando sentí su mano en mi cuello y seguidamente en mi cabello, todo mi cuerpo se puso alerta. De un arrebate rústico enredo mi cabello en su puño y acerco su rostro al mío.

—Sé muy bien quien eres y por ese motivo te hare la vida miserable.

Su aliento choco con mi rostro de una forma que no soy capaz de describir. Percibí un dulce olor a menta. Cerré mis ojos por el dolor y por el esfuerzo de estar a su altura para evitar que siga tirando de mi cabello.

—No soy Lila. Te lo juro.

De una sacudida me hizo golpearme con la pared de ladrillos que dividía el pasillo de unas habitaciones poco convencionales.

—Y yo te juro que como vuelvas a decir que eres Leah, te mandare a la celda de castigo para que pases tus últimos días retorciéndote del dolor, mujerzuela.

Con lágrimas en mis ojos guarde silencio. Él no me creía y personalmente no puedo hacer más nada que esperar lo que el destino en este lugar tiene preparado para mí.

En silencio seguí a Gabriel a un lugar frio y oscuro.

—Esta será tu celda los primeros meses. Como es costumbre no puedes estar en contacto con las demás hasta que te juzguen, debemos evitar que te maten antes de que te declaren culpable.

Asustado me apoye en la pared.

—¿Qué me maten? —Mi voz salió quebrada y no es para menos, estoy muy asustada.

—Si. Haz abortado, eso para las mujeres que están aquí es algo así como sagrado.

Note que Gabriel hizo una mueca irónica.

—¿Acaso ellas no están aquí por lo mismo? —pregunté muerta del miedo.

—Algunas si —dijo vacilante y luego tomo una jeringuilla de una bandeja—. Pero otras no. Y de esas, pecadora, debes cuidarte, porque son las que mandan en este lugar. Ellas son las que están aquí por impureza, infidelidad y engaño marital ¿Sabes lo que significa?

Si. Eran las mujeres estériles que engañaban a sus maridos para poder formar un hogar. Mis manos comenzaron a temblar y cuando Gabriel se acercó a mi retrocedí.

—¿Qué es eso?

—¿Esto? —Dijo dándole pequeños toquecitos a la jeringuilla. Su voz sonó inocente, vacilante y potencialmente peligrosa—. No es nada de nada.

—No te me acerques. —dije con voz rasposa.

—¿Por qué? ¿Le tienes miedo a las agujas, pecadora?

Negue. No era eso. A lo que le tenía miedo era al liquido verde dentro de ella.

—Por favor no me hagas daño.

Gabriel esbozo una media sonrisa y miro las puntas de sus botas.

—Eso no puedo prometerlo, ahora quédate quieta.

Continuará.

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