Él no quería dejarla ir

Finalmente llegó el momento de que Helena se fuera. No había elegido un sirviente como el rey Ares le había ordenado y no le importaba hacerlo.

Lo que quería en ese momento era dejar esa manada y no volver nunca más, porque el rey Ares estaba demostrando ser una espina clavada en su carne. Un hueso atrapado en su garganta que no podía tragar.

Lo único que tenía era el vínculo de pareja, no podía rechazarlo, ni ella, ni el a ella porque eso podría matar a su cachorro. El dolo sería demasiado fuerte como para que ella pueda soportarlo. Podría dejarlo todo atrás, pero no eso.

Cuando llegó abajo, se sorprendió al ver a Gisele en la sala de estar, junto con el rey Ares. Gisele estaba parada a una distancia considerable de él con la cabeza inclinada, jugando con sus dedos y el rey tenía su habitual mirada en blanco.

—Gisela. —Helena llamó sorprendida e inmediatamente Gisele escuchó su nombre, se arrodilló e inclinó la cabeza tan bajo que su frente tocó el suelo.

—Lo siento mucho, Helena. Po
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