El infierno

Helena apoyó la frente sobre las rodillas dobladas y las rodeó con los brazos. Había sido tirada en una celda fría y oscura apenas había llegado al reinó de Manada del bosque Norte.

¡Habían sido tres días allí! Con frío, hambre y miedo.  La única fuente de luz en la habitación era un único rayo de sol que se asomaba desde un pequeño agujero de la pared.

Nació en una de las manadas más prospera del esté y era hija única de sus padres. Ella era la futura Alfa de la manada de su padre. Ella era adorada en su manada. Nadie se atrevió a mirarla a los ojos porque sabían que un acto tan irrespetuoso siempre conllevaba graves consecuencias. Al crecer, tuvo numerosos sirvientes a su servicio que la ayudaban en casi todo.

¡Ella era el orgullo de sus padres! Siempre la habían tratado como la princesa que era, pero en un abrir y cerrar de ojos, todo había cambiado.

¡Su prometido a quien le juró amor eterno la traicionó!

El rey Alfa de Alfas había irrumpido en su manada llevando el caos y acusó a sus padres de un crimen atroz. Un crimen del que eran inocentes y la habían tomado como prisionera a pesar de que ella era su compañera.

Había llorado por el asunto hasta el punto de que sus glándulas lagrimales se agotaron y ya no podía producir lágrimas. Le dolía la cabeza y el vestido que llevaba no la mantenía abrigada de ninguna manera.

Estaba temblando de miedo y de frío y sabía que caería enferma si no la sacaban de allí en los próximos minutos.

El sonido de pasos pesados y el tintineo de llaves la sacaron de sus pensamientos y levantó la cabeza para mirar hacia la puerta. Los pasos se detuvieron y pudo escuchar un clic.

La persona que abrió la puerta entró en la celda.

Helena no tuvo que levantar la cabeza para ver quién le había abierto la puerta, el aroma de pino y a bosque húmedo, golpeo a su loba Kiara haciéndola enloquecer de felicidad.

Dominada por la emoción de su loba Helena levanto la cabeza. Escalofríos recorrió en cada vibra de su cuerpo mientras lo veía caminar hacia ella con un eterno ceño enmascarado en su rostro. Cuando estuvo cerca, se inclinó frente a ella, mirándola profundamente a los ojos como si estuviera a punto de descubrir su secreto más profundo y oscuro.

Podía ver odio y rabia en sus ojos.

No había ni un ápice de calidez en ellos mientras él la miraba y ella no necesitaba que le dijeran que el hombre detestaba toda su existencia a pesar de que eran compañeros.

Sin decir una palabra, estiró su mano hacia adelante como lo había hecho en el castillo de su padre, pero esta vez, no la agarró de la barbilla, sino que agarró su cabello completamente despeinado y tiró de su cabeza para que ella lo mirara a la cara.

Helena gimió de dolor, pero no se atrevió a decir algo que provocara que su opresor le hiciera cosas peores. Se formaron lágrimas que se derramaron de sus ojos. Sus nervios extendieron el dolor que provenía del poderoso agarre por todo su cuerpo.

¡DOLIA JODIDAMENTE!

—Por favor —ella susurró la palabra sin siquiera darse cuenta—. Me estas lastimando —aulló.

El rey apretó más su cabello, haciéndola llorar en voz alta. —Dilo una vez más y me aseguraré de arrancarte mechón por mechón de cabello —su voz llena de rabia.

Miró a su hermosa compañera y tragó secamente cuando un sentimiento de arrepentimiento lo invadió. Su aroma estaba invadiendo su mente y volviendo loco a su lobo, su belleza lo dejaba sin aliento, pero no quería ceder ante ninguna de esas cosas.

Era la hija de los asesinos de su amada familia y necesitaba pagar. ¡Ella iba a pagar!

Soltó su cabello y agarró la parte posterior de su cuello, sus ojos se dirigieron hacia su cuello expuesto donde debía ir su marca y luego su clavícula. El vestido que llevaba mostraba mucho escote que le hizo tragar saliva nerviosamente. Su polla se retorció en sus pantalones, lucho con el impulso de su lobo de marcarla y aparearse.

Enterró su rostro en su cuello e inhaló su dulce aroma.

Helena se estremeció de miedo. Chispas eléctricas explotaron en su cuerpo cuando sintió sus labios rozar su clavícula, hasta su escote que quedó expuesto.

—¡Helena! —gruño su nombre mientras se alejaba de ella, su voz carecía de cualquier emoción.

La chica llena de miedo se arrastró hacia atrás sobre su trasero, tratando de alejarse del tirano, pero se detuvo cuando su espalda golpeó una superficie dura detrás de ella.

Era el muro.

Definitivamente no había forma de huir de su opresor.

—Tus padres cometieron traición contra mi manada e incluso después de eso, tienen la audacia de negármelo en la cara...

—Eso es porque son inocentes. ¡No lo hicieron! —Helena respondió en nombre de sus padres.

El rey se rió entre dientes, pero la sonrisa en su rostro no duró ni un segundo. La agarró del cuello y le pegó la cabeza contra la pared, casi exprimiendo el aire de sus pulmones.

Helena jadeó y trató en vano de quitarle la mano del cuello. Abrió la boca y luchó por respirar, pero le picaba la garganta tensa como resultado de la presión ejercida sobre ella y, en cambio, se ahogó.

—¿¡Aún lo estás negando!? —rugió y la empujó al suelo.

Helena gimió y luchó por volver a sentarse.

—El vínculo entre nosotros es definitivamente una señal de que puedo hacer lo que quiera contigo, pagarás los pecados de tus padres y lo pagarás caro. No te rechazaré como mi pareja. Te haré mi esposa por ley como debería, pero te mostraré el infierno antes de enviarte a él. ¡Serás mi sirviente! Atenderás mis necesidades y cuando digo todas mis necesidades, me refiero a todo, incluidas mis necesidades sexuales. ¡Serás mi prisionera! Te tendré cuando quiera, como y donde sea, sin objeciones, porque la vida de tus padres y manada estan en mis manos. Me aseguraré de que sientas diez veces el dolor que siento ahora mismo.

Helena se estremeció al escuchar al hombre enumerar los castigos que tenía para ella.

—Yo... —puso su mano derecha sobre su muslo y levantó el vestido roto y socio que llevaba puesto. Sus muslos estaban expuestos y podía ver la ropa interior rosa que llevaba. Él sonrió y pasó su mano por su pierna, hasta sus muslos y su región v—. Yo... ¡te haré pagar! —susurró con voz ronca y la empujó. 

El rey se puso de pie y miró a Helena que sollozaba horrorizada por el destino que le esperaba con una sonrisa de satisfacción plasmada en su rostro.

Estaba satisfecho de estar haciéndola sufrir por los crímenes de su padre. Disfrutó viendo cada lágrima caer de sus ojos. Sus sollozos sonaban como música para sus oídos y podía escucharlos todo el día.

—¡Empieza esta noche!Se dio la vuelta y salió de la habitación como el enorm

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