Torturando

Helena abrió la puerta doble sus manos temblorosas y la habitación quedó a la vista. Era muy espacioso. Sus ojos nunca llegaron al final. Se alejó de la puerta y la cerró detrás de ella. Sus ojos hicieron un rápido escaneo del dormitorio y estuvo tentada de admirar lo hermoso y organizado que era el espacioso dormitorio, pero cuando recordó lo que estaba a punto de experimentar allí, no encontró en ella la capacidad de admirar nada.

—Tú estás aquí —anunció el rey Ares y el sonido de su voz le provocó escalofríos por la espalda.

Ella casi tembló cuando se giró para mirar en la dirección de su voz. Estaba de pie junto al poste de la cama, vestía solo un par de pantalones cortos y tenía el rostro en blanco.

Sin ningún motivo, sus ojos se posaron en su entrepierna, esperando ver un bulto, pero era plano.

—Sé con certeza que no eres ni sorda ni muda, así que cuando te hablo, necesito que me respondas. ¿Lo tenemos claro? —su voz era tranquila, pero autoritaria. Peligroso si pudiera agregar.
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