¡No puede ser ella!

La mujer frunce el entrecejo, aquel hombre ya comenzaba a incomodarle, debía deshacerse de él. Ya sabía más de la cuenta.

—¿Qué es eso que tienes que decirme? —lo interroga.

—Es algo bastante delicado, reina. —contesta de forma evasiva.

—Termina de una vez de decirme que es eso tan importante que debo saber.

El hombre se aproxima a ella y en voz baja le comunica aquel secreto.

—¡Qué estupidez es esa, Javier! —pregunta con enojo.— ¿De dónde sacas eso?

—Yo mismo los oí conversando, su majestad. La esposa del herrero le decía que no volviera a repetirlo y él le dijo claramente que una de sus hijas, es suya.

—¡No, no! Eso es imposible. —grita llevándose las manos a la cabeza— Eduardo me aseguró que mi hija había muerto durante el parto.

—Pues le ha mentido, su hija está con los Moguer.

—Vete, vete y déjame sola. ¡Eso no puede ser verdad! —exclama— Si ese malnacido me mintió, te juro que voy al mismo infierno y lo ahorco con mis propias manos. —gruñe iracunda— ¡Lárgate, ahora
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