—¡Suéltame! —le digo intentando soltarme de su agarre. Pero él parece no escucharme o no tiene el mínimo interés en hacerlo.—No lo haré —responde al ver que opongo resistencia— No te dejaré ir sin que me digas la verdad de lo que hubo entre tú y Antuam. ¿Estuviste con él, Anna? Dime la verdad.Aquellas palabras viniendo de sus labios, no sólo son perfectas para huir de él, sino para huir de mí misma, de mis sentimientos hacia el príncipe. Sé que tenerlo frente a mí, es la tentación más vil que puede existir, porque amándolo como lo amo, lo nuestro es más que algo prohibido, es inmoral desde todo punto de vista.—¡No debo darle explicaciones sobre mi vida, su majestad! —exclamo con firmeza, camuflando por entero aquel sentimiento que late dentro de mi pecho.—¿Viniste al palacio por él, verdad? —me estremece con fuerza.Aunque mis palabras terminarán por destruirlo, prefiero eso a volver a entregarme a él.—¡Sí! —contesto parcamente— ¡Amo al duque! Aún no sé como he logrado m
Anna llora en brazos de su hermana, quien al igual que ella sufre en silencio. Ya han pasado varios días que inició la guerra y no ha tenido respuestas de César. Su corazón se estremece ante la idea de que algo pueda separarlos definitivamente. La pelicastaña desahoga en su diario sus miedos y el presentimiento de que César no vuelva, impregnan de tristeza las páginas de aquel guarda secretos.—¿Lograste saber algo de la guerra? —le pregunta a su hermana con visible preocupación, pero Anna luego de llorar amargamente por varios minutos, ahora se encuentra algo callada y pensativa.—No, no he sabido mucho. Realmente he conversado poco sobre eso en el palacio.—Entonces, ¿por qué has ido? Aunque Anna quiera contarle todo la verdad a su hermana, no está en labios de ella hablar sobre aquel secreto. Sólo Dolores y Pedro eran los únicos que podían decirles a Teresa, Martina y Elisa que ella no era su hermana.Justo en ese momento, llaman a la puerta. Martina abre y frente a ella e
—Promete que no te olvidarás de nosotros, Anna —le pide Martina a la pelinegra, por lo que ésta a sabiendas de la chica está sentimental por muchas cosas, la abraza con más fuerza antes de subir al carruaje Moguer en donde la llevará su mismo padre.—No te preocupes, Martina. Si es necesario escaparme para venir a verlos lo haré —promete ella, al borde del llanto.Dolores le pide perdón con cada mirada y Anna solo puede abrazarla y llorar con ella.Y así es como sube al carruaje, después de que su padre la ayuda a subir. Anna saca la cabeza para lanzar besos y sacudir la mano hacia las mujeres que tanto la conocen, y una vez se aleja siente el pesar. Aún parece increíble que su vida haya dado este giro inesperado, alejándola moralmente de su amor, pero sin poder despegarse de éste de corazón. Sabe que es obligatorio seguir fingiendo que ama a Antuam, hasta que la misma Emma tomé la decisión de decirle a todos quién es ella.Anna sabe que después de que Rodrigo sepa la verdad, se a
José, desconsolado por tener que dejar a César allí tirado, tapa su cuerpo y le promete que cumplirá con su promesa, por lo que se pone la cadena y avanza estratégicamente por el valle. Entre los muertos franceses y españoles en el camino, encuentra algo de agua y armadura, cosa que usa a su favor para protegerse, hasta que finalmente se consigue con un pequeño pueblo al Este. Su corazón se acelera al darse cuenta de que ambas tropas han pasado por allí, pues hay muertos en las calles. Hay gente desde sus casas mirando hacia afuera, por lo que José corre para que no pueda ser atacado por alguno.Con ayuda de su brújula se dirige al Noreste, sabiendo que todas las tropas ya deben estar allí, quita su armadura que puede hacerlo parecer un soldado español, y con nostalgia roba un potrillo de un pequeño establo. Los dueños salen, disparan al aire y éste logra huir con el caballo por el bosque. En medio de pequeños descansos gracias a su memoria fotográfica por el mapa que su tropa usaba,
Mientras José, retorna al palacio real, revive mentalmente el caos de la cruel guerra. El sonido ensordecedor de la artillería aún retumba en sus oídos, mezclados con los gritos de sus compañeros y el olor acre del humo y la pólvora que impregnan el aire. El estruendo de las explosiones y el silbido de las balas llenan el aire, creando un sinfín de imágenes y sensaciones que se entrelazan en la mente de José. Su corazón late con fuerza en su pecho, impulsado por la sensación de miedo y adrenalina que lo acompañan desde el momento que logró salir con vida del campo de batalla. Con su uniforme empapado de sudor y manchado de barro y sangre, José avanza con la mirada fija en el horizonte, donde se vislumbran la silueta del imponente Palacio Real. Estaba de regreso en casa y vivo.Una profunda desolación lo invade al recordar que no todos tuvieron su misma suerte. Recuerdos de aquellos soldados valientes que durante tres días cabalgaron sonrientes y cantando junto a él hasta llegar a t
Anna regresa a su habitación hecha un mar de llanto, cada vez es más difícil para ella mantenerse alejada de Rodrigo, su deseo por él es tan intenso que no piensa en otra cosa que estar entre sus brazos. Al entrar a la habitación escucha un ruido cerca, lo cual no sólo la sorprende sino que la asusta. —¿Quién está allí? —pregunta con voz trémula. A pesar del miedo se acerca al lugar donde escuchó el ruido. Repentinamente de una especie de puerta camuflada por el papel tapiz que decora ese pasadizo secreto, sale Javier el criado de Emma.El hombre se abalanza sobre Anna, cubriendo con sus manos la boca de la pelinegra e impidiendo que esta pueda gritar. Aunque ella intenta zafarse no puede. El hombre la lanza con fuerza haciéndola caer y luego se arroja sobre ella. Apenas en un breve segundo la chica deja escapar un grito ahogado, uno sólo que se escucha en medio de la habitación.—¡Ahhj! —el hombre le cubre la boca con más fuerza.—Cállate perra, te dije que me vengaría de ti.
—Quédate con tu esposa, Rodrigo… —le ordena Emma cuando ve en medio del desastre la mirada de éste el querer dejar a Elisa allí tumbada sólo para saber qué ha pasado con su Anna. Sin embargo Rodrigo se apega a la orden, llevando él mismo a la rubia hacia la habitación mientras escucha a su madre decirle a Anna que se mantenga junto a ella.La actitud de su madre con la chica cada día lo deja más desconcertado.Son alrededor de la una de la madrugada cuando el doctor llega al palacio. Justamente estaba terminando de atender un parto cuando los guardias del palacio llegaron solicitando con urgencia su presencia. Él pensó que podría tratarse de la reina, pero al entrar a la habitación de la rubia, exhala. Recuerda la mentira que ésta le hizo creer a todos, y piensa que tal vez esto sea producto de otra mentira.Elisa, enardecida por lo que han visto sus ojos entre Rodrigo y Anna, se deja revisar por el doctor. Éste le revisa las pupilas, se da cuenta de que hay cierta palidez en ell
Tras ejecutar su plan, Hernán entra a la sala en donde hace unos meses él y la reina solían tener sexo voraz y algo tosco, nada comparado al pasional y lleno de amor que mantiene con la princesa.—Sin rodeos —dice Emma haciendo un movimiento con la mano—. Dime, Hernán. ¿Qué edad tiene Elisa Moguer?Los vellos de la nuca de Hernán se erizan. Cree que no puede mirar a Emma a la cara porque si no delataría su nerviosismo, pero si no lo hace, también.—Catorce años, majestad. Pensé que usted lo sabía… —comenta, tratando de sonar normal.Emma suelta una risita que a Hernán le vuelve a erizar la piel, pues ahora sabe que no está aquí por sexo, está aquí porque Emma sospecha de Elisa y él. Puede notar esto por la intensidad en sus ojos claros y las facciones malignas en su rostro.—Lo sé, Hernán, sólo quería saber si tú estabas al tanto de ello —expresa mirándolo fijamente desde su silla.Hernán tartamudea un poco antes de hablar y Emma siente tanto asco repentino por él.—L-lo estoy…