Huyendo del dolor

La mañana siguiente después del desayuno, Cleotaldo se encuentra examinando los caballos que llevarán el carruaje real para un paseo entre Anna y Hans.

Rodrigo ve desde el balcón cómo su primo ayuda a la pelinegra a subir al carruaje y su estómago se revuelve. Ninguno de los dos parece en desacuerdo con ese compromiso, y el castaño desearía que alguno de ellos hiciera algo que lo eche todo a perder. Se siente cada vez más débil al ni siquiera poder acercarse a Anna como el hermano que se supone que es para hablar con ella, pues sabe que sus palabras o sus acciones nunca podrán ser de hermandad.

Su mirada se cruza con la de Anna quien ya va en marcha fuera del palacio. Ambos corazones retumban, pero es la pelinegra quien aparta la mirada y traga hondo el sentimiento. Se esfuerza por darle una sonrisa a Hans, y éste también.

—¿Hace cuánto que no visitabas España? —cuestiona Anna, mientras cada uno ve por su lado de la ventana, distanciados.

—Desde la muerte del Rey Eduardo VI… —resp
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