Karma familiar

—¿Imaginas cómo pudo ser un hijo tuyo y mío? —cuestiona Juan Carlos entre los senos de su querida Emma, dejando besos cortos en ellos, dejándola mareada de encanto—. Sería el dueño del maldito mundo.

—O dueña… —Emma sonríe y entonces acaricia el cabello del rey y hace que éste levante la mirada.

La sonrisa que se dan hace que ambos se sientan realmente felices. A Emma le aterra en parte ésta idea, puesto que cada que tiene algo de felicidad el destino siempre se lo arrebata.

El destino le ha demostrado que ella no es una mujer merecedora del verdadero amor ni de la felicidad absoluta, y eso lo sabe desde que era solo una niña.

Juan Carlos ve la tristeza en sus ojos y entonces después de ayudarla a abrochar los botones de su vestido, se levanta del suelo para en el transcurso dejarle un beso en la frente.

Emma ríe sintiéndose sonrojada cuando el rubio se sostiene de repente del escritorio para tomar aire.

—Ya estoy viejo… —susurra en lamento.

—No tanto como crees —le dice ella,
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