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2. Cometer una locura.

Capítulo 2. Cometer una locura.

Narrado por Abby.

Cuando desperté quise volver a dormirme. ¡Por el amor de Dios! ¿Qué demonios había hecho? Debía haberme vuelto loca ¿cómo se me ocurría acostarme con Jay, el hermano pequeño de mi mejor amiga?

Salí de aquella cama, haciendo el menor ruido posible, agarré el pantalón que él acababa de quitarse y me lo puse, para luego coger mi mochila, y marcharme de allí con sumo cuidado.

Estaba terriblemente loca. ¿cómo se me había ocurrido acostarme con él? Debí pararle los pies en cuanto le vi.

Jay era el hermano pequeño de mi mejor amiga, Dulce, a la que adoraba. No podía simplemente involucrarme con su hermano.

Pero lo cierto era que había sido el primer hombre que había hecho que me corriese, en mucho tiempo. Era el primero que se había preocupado de hacérmelo bien, y no sólo de disfrutar él, sin pensar en mí.

También era el primero, más bien, el único tío, con el que no había usado condón. Eso era un tremendo error, lo sabía bien, pero ya estaba hecho, de nada servía arrepentirse en ese momento.

Me pasé el día rayada, sin dejar de pensar en lo que había sucedido entre él y yo, mientras atendía a los clientes en el estudio. Estaba siendo un día intenso, y no podía concentrarme en la edición de fotografías.

Sí, como habréis deducido era fotógrafa, aunque lo que realmente me había apasionado siempre, desde que era pequeña era el periodismo, tuve que dejar la carrera por problemas familiares, y ni siquiera me planteaba retomarla.

Mi vida era sencilla, yo era una persona sencilla, pero a veces lo complicaba todo al pensar demasiado en las cosas que me sucedían en aquella vida de mierda que llevaba.

Dejé los estudios, tras la muerte de mi madre, para sacar adelante a mi hermano mayor Roger, a Charlie y a mi pequeña hermana Jenni. La razón era más que obvia, mi padre se había gastado todo nuestro dinero en pagar el funeral de mamá, y por supuesto en el alcohol que ingería casi a diario. Pero eso era el pasado, ese del que intentaba huir día tras día, ese que hacía mucho que se había quedado atrás, aunque yo me empeñaba en recordarlo cada dos por tres, ese en el que perdí a mi madre sin apenas darme cuenta de ello, en un accidente de coche, justo después de una de sus famosas disputas con mi padre.

Le odiaba, a mi padre, él fue el causante de lo que le pasó a mamá, y aún le odiaba, por haberme obligado a dejar el periodismo, por no ser fuerte y reconocer su parte de culpa, por pensar que yo podría con todo, que podría salvarlos a todos.

Tenía un pequeño estudio en el centro y me iba bien, no os voy a engañar. Me daba para pagar las facturas, para el colegio de mi hermana, para llevar comida a casa, incluso para darme algún capricho. No estaba mal, pero, no era mi sueño. Aun así, fingía que estaba bien, que no me afectaba en lo absoluto ser una simple fotógrafa cuando me moría de ganas por ser algo más.

Apagué el ordenador y miré por la ventana, acababa de hacerse de noche. Ya debía cerrar y volver a casa.

Agarré el teléfono y la mochila y me dispuse a ello, percatándome de que tenía como tres llamadas de Dulce.

  • ¿Qué pasa? – pregunté por un mensaje – estuve súper liada en el estudio, apenas miré el móvil.

  • Sólo era para avisarte que Daniel dará una fiesta en su casa esta noche, tenemos que ir.

Volví a casa, sin tan siquiera responderle, dejé la bici en el trastero y subí a casa. Papá estaba viendo la tele, como de costumbre, viendo el partido, y ni siquiera me saludó al verme entrar. Jenny, mi hermana pequeña estaba haciendo los deberes en su habitación y Roger, mi hermano mayor escuchaba música rock en su habitación.

Dejé mis cosas en mi habitación y luego fui a la cocina, saqué del congelador un par de platos precocinados y los metí en el microondas.

  • Jenny – llamé a mi hermana, haciendo que esta recogiese sus cuadernos y los colocase en la mochila, para luego tocar tres veces la puerta de la habitación de mi hermano y venir hacia el salón, tocando la mano de mi padre, indicándole que íbamos a comer.

Siempre lo hacíamos así, aún estaba enfadada con mi padre por haber permitido que mamá se fuera, por no ocuparse de nosotros como era debido, por dejar que yo me ocupase de todo, como ya os he contado.

Nos sentamos en la mesa, y tan sólo comimos, mientras el silencio, tan sólo interrumpido por el ruido de los cubiertos y nuestros dientes masticando, se escuchaba en el lugar.

  • ¿vas a salir hoy, otra vez? – se quejaba Roger, mientras yo recogía la cocina con rapidez – papá va a enfadarse si te pilla.

  • Por eso vas a cubrirme – le comuniqué, dejando de hacer lo que hacía, para luego correr a mi habitación, lista para arreglarme como era debido

Me puse un vestido negro corto, con un escote que me llegaba hasta casi el ombligo, dejé suelto mi cabello, me puse mis botas altas de leopardo, y una chaqueta con el mismo estampado, para luego sonreír hacia el espejo, estaba más que lista.

Cuando me marché de casa, papá ya estaba acostado, y Dulce ya me estaba esperando en el callejón.

  • Estás espectacular – reconoció al echarme un ojo.

  • Tú también – le aseguré, al observar su despampanante vestido rojo de transparencias.

  • ¿Sabes qué? – preguntó, algo irritada – el idiota de Dan ha invitado a mi hermano – la noticia me sentó como un tiro – ahora me tocará hacer de niñera toda la noche.

  • Es normal que lo haya invitado – le aseguré – también es su primo.

***

La noche fue una puñetera locura, como todas las fiestas de Dan. Había gente saltando en la cama de sus padres, gente saltando en la cama elástica del jardín, gente bañándose en bolas en el jacuzzy, gente bailando dándolo todo en la pista, gente emborrachándose en el salón, gente contando chistes en la cocina, y luego estaba yo, que no hacía otra cosa más que huir del hermano pequeño de Dulce.

Salí al jardín, justo a la zona del jacuzzy, observando a un par de tíos liándose con Dulce. ¡Vaya! Parecía que mi amiga se lo estaba pasando en grande.

  • Así que aquí estabas – dijo una voz frente a mí, haciendo que voltease la cabeza para mirarle, dejando de prestar atención a mi amiga, quedándome a cuadros al ver a su hermano pequeño allí – llevo toda la maldita noche buscándote.

  • ¿y para qué me buscabas? – pregunté, haciéndome la olvidadiza, era obvio que iba a fingir a toda costa que no había pasado nada la noche anterior – Si es porque estás buscando a tu hermana…

  • Es a ti a quien busco – aseguró, agarrándome de la cintura para atraerme hasta él, lo que provocó que el miedo me invadiese – Abby – terminó, provocando que levantase la vista para mirarle.

Llevaba puesta una camisa blanca y unos jeans negros, tenía el cabello alborotado y una barba de no más de tres días.

¡Oh Dios Mío! ¿Se puede saber en qué momento aquel niño que seguía a su hermana a todas partes se había convertido en todo un hombre apuesto y sexy? Porque no podía entenderlo. Estaba tan guapo

  • ¿se puede saber qué haces, Jay? – pregunté, apartando su mano de mí, dando un par de pasos hacia atrás.

  • Sé que lo recuerdas – aseguró, caminando despacio hacia mí, al mismo tiempo que yo me echaba hacia atrás, cada vez más, hasta que sentí la pared de la casa en mi espalda, y me di cuenta de que no tenía escapatoria – lo de anoche.

  • ¿el qué? – insistí, mientras él me acorralaba y yo miraba hacia el jacuzzy, dándome cuenta de que aquel lugar era un punto ciego, pues había un árbol a un par de metros, y eso impedía que nadie más pudiese vernos.

  • Esto – dijo, para luego lanzarse a besarme, mientras yo me agarraba a su cuello y sentía sus manos sobre mi cintura. ¡Oh Dios Mío! Aquello iba a volverme loca. ¿por qué tenía él que besar tan sumamente bien?

  • ¿Se puede saber qué haces? – dije, tan pronto como le aparté, haciendo que él apretase su cuerpo contra el mío un poco más – Jay…

  • Llevas toda la noche evitándome – aseguró. Mierda. Había sido tan obvia que hasta él se había dado cuenta – y no comprendes que eso sólo hace que te desee aún más.

  • ¿Estás loco? – dije tan pronto como él subió sus manos por mi vestido, subiéndolo un poco.

  • Si – aceptó, sin dejar de mirarme – estoy loco, loco por ti.

Nuestros labios volvieron a unirse, mientras él volvía a subir sus manos, agarrándome el culo por debajo del vestido, encendiéndome de golpe.

¡Por Dios! Me moría por acostarme con él. Debía haberme vuelto loca, no había otra explicación.

Me subió el vestido por la parte de adelante, mientras se desabrochaba el pantalón, me detuve en ese justo instante.

  • ¿estás loco? Aquí no – espeté, para luego empujarme, apartándole de mí – yo no soy así – reconocí, para luego darme la vuelta y caminar de regreso a la fiesta, dejándole con todo el calentón.

  • Abby – me llamó Dan, el anfitrión de aquella fiesta, agarrándome por la cintura, tan pronto como llegué a la pista, acercándome a él – estás preciosa esta noche.

  • ¿vas a invitarme a una copa? – pregunté, intentando calmarme, no podía dejar que nadie se enterase de lo que había pasado entre Jay y yo – tengo ganas de una – insistí, haciéndole sonreír, para luego pasarse la mano por su cabello, despeinándolo un poco, justo como solía hacer cada vez que estaba nervioso.

  • Sólo si vienes conmigo – aceptó.

Sabía perfectamente que era lo que Dan pretendía conmigo, y no me importaba, al fin y al cabo, él y yo ya nos habíamos acostado más veces, y era uno de los que mejor sabía moverse en la cama, uno de los pocos con los que me acostaba en aquellos días.

Caminamos juntos, hacia la cocina, dónde sólo había un par de chicos, metiéndose mano, pero tan pronto como nos vieron aparecer ser marcharon, algo cohibidos.

  • ¿Prefieres ron o ginebra? – preguntó, con ambas botellas a la vista. Me lancé sobre sus labios en ese mismo instante, sin apenas darle tiempo a reaccionar. No quería pensar en nada, quería olvidar al hermano de mi mejor amiga.

Me agarró de la pierna, y me la subió, encajándose entre ellas, para luego auparme hasta sentarme sobre la encimera de la cocina, sin dejar de besarme, apasionadamente.

  • Siento interrumpir – dijo una voz, en la cocina, haciendo que me bajase de la encimera, y ambos nos separásemos, mirando hacia aquel punto, observándole allí, de pie, junto a la encimera de la bebida, agarrando un vaso para echarse una copa – pero necesito echarme una copa.

Nuestras miradas se cruzaron en ese justo instante, haciéndome sentir vacía, errónea, inválida, estúpida, y miles de malos sentimientos a la vez. Él se sentía defraudado de mí.

  • Jay – reconoció su primo, sorprendido por haber sido descubierto por él - ¿qué haces aquí sólo? – preguntó, al mismo tiempo que él le miraba - ¿dónde has dejado a los cafres de tus amigos?

  • Están por ahí – fue lo único que él contestó, volviendo a mirarme, de reojo.

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