El viento soplaba con fuerza aquella noche en el castillo de los Carter, haciendo que las antorchas parpadearan y las sombras danzaran en los pasillos de piedra. Dolores, vestida con una túnica de terciopelo oscuro, caminaba con pasos firmes por el corredor principal, su mente atrapada en un torbellino de pensamientos. El peso de las decisiones que debía tomar era abrumador, y aunque su porte siempre era majestuoso y digno, en su rostro había una sombra de preocupación que no podía ocultar.Sabía que su tío, Sir John Romsome de Latiz, no era un hombre que se detuviera ante nada para conseguir lo que quería. Había escuchado rumores de su crueldad, de cómo trataba a sus vasallos con mano de hierro, y de cómo había rodeado su mesa de consejeros con hombres que compartían su ambición desmedida. Pero había uno en particular que preocupaba a Dolores más que los demás: Edgar Blackthorn, un clérigo que se hacía pasar por un hombre de fe, pero que en realidad era más diabólico que santo. Su in
Dolores sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. “¿Estás segura?” preguntó, su voz temblorosa.“Las hojas no mienten,” respondió Ivonne. “Pero también mostraron que usted tiene el poder de detener esto. Debe actuar rápidamente, mi señora, antes de que sea demasiado tarde.”El amanecer llegó con un cielo gris y nublado, como si la misma naturaleza presintiera la tensión que se acumulaba en el castillo de los Carter. Dolores se encontraba en su estudio, con las manos cruzadas sobre la mesa y la mirada fija en un pergamino que no había terminado de leer. Las palabras de Ivonne seguían resonando en su mente: traidores dentro del castillo. Era un pensamiento inquietante, que hacía que cada rostro familiar que veía le pareciera ahora un potencial enemigo.Dolores respiró profundamente, tratando de calmarse. Sabía que no podía permitirse el lujo de mostrarse débil. Como señora del castillo, debía proyectar fortaleza, incluso si por dentro sentía que estaba caminando sobre un suelo quebradizo
A la mañana siguiente, Dolores se reunió con Ivonne en su estudio. La dama de compañía le entregó el pergamino, y Dolores lo desenrolló con manos temblorosas. Las palabras escritas en él eran claras: “La información sobre las defensas del este estará lista en dos días. Prepárense para el ataque.”Dolores sintió cómo el miedo se transformaba en ira. Su tío no solo estaba planeando un ataque, sino que ya tenía información sobre sus defensas. Esto significaba que los traidores dentro del castillo estaban trabajando rápidamente, y ella debía actuar aún más rápido para detenerlos.“Esto no puede continuar,” dijo Dolores, con una voz que temblaba de indignación. “Ivonne, necesitamos identificar a todos los traidores y detenerlos antes de que puedan causar más daño. Y necesitamos hacerlo ahora.”Ivonne asintió, su mirada llena de determinación. “Haré todo lo que esté en mi poder, mi señora. Pero debemos tener cuidado. Si actuamos demasiado rápido, podríamos alertar a los traidores y perder n
Esa noche, mientras todos dormían, Lady Magdalena visitó a Dolores en secreto. Entró en su habitación con un sobre en la mano, sus ojos llenos de preocupación.“Dolores,” susurró, entregándole el sobre. “Esto es para ti. No lo abras aquí. Espera hasta que estés de camino a casa. Este lugar no es seguro.”Dolores tomó el sobre, sintiendo el peso de las palabras de su tía. “¿Qué es esto, tía Magdalena?”“Es algo que necesitas saber,” respondió Magdalena, con lágrimas en los ojos. “Algo que podría cambiarlo todo. Pero prométeme que tendrás cuidado. Aquí, las paredes tienen oídos.”Dolores asintió, guardando el sobre en su bolso. “Lo prometo.”Magdalena la abrazó una vez más antes de salir de la habitación, dejándola sola con sus pensamientos. Dolores miró el sobre, preguntándose qué secretos contenía. Pero sabía que debía esperar. Las respuestas vendrían a su debido tiempo.Al día siguiente, Dolores y Nicolas se despidieron de Latiz, llevando consigo más preguntas que respuestas. Mientra
Carta de Aita de Pertong, ahora Aita de Llelewas:“Mi querida Dolores,Espero que esta carta te encuentre bien. Hace tanto tiempo que no hablamos, y no puedo evitar extrañarte. Hay tanto que quiero contarte… Isaac y yo hemos sido bendecidos con tres hijos. Nuestro mayor, Edmund, ya tiene cinco años, y recientemente di a luz a gemelos, Leonor y Arthur. Aunque los días son agotadores, no podría estar más feliz de tenerlos en mi vida.”“Sin embargo, no todo es como en los cuentos de hadas que solíamos soñar. Isaac pasa más tiempo en el parlamento que en casa, y aunque entiendo que sus responsabilidades son importantes, a veces me siento sola. Pero no quiero que pienses que soy infeliz. Estoy bien, y eso es lo que importa. Mis hijos son mi alegría, y cada día me esfuerzo por ser fuerte por ellos.”“Espero que algún día podamos reunirnos de nuevo, como en los viejos tiempos. Hay tanto que quiero compartir contigo, y tanto que quiero escuchar de ti. Por favor, cuídate, Dolores. Eres una de
Al día siguiente, Dolores decidió visitar a Padre Elric, el sacerdote del castillo y un viejo amigo de la familia. Padre Elric había sido el confesor de David y conocía muchos de los secretos de los Carter. Si alguien podía ayudarla a entender más sobre lo que había sucedido, era él.Elric la recibió en la pequeña capilla del castillo, un lugar tranquilo y lleno de luz que contrastaba con la oscuridad que Dolores sentía en su corazón. El sacerdote, un hombre de cabello gris y ojos bondadosos, la saludó con una sonrisa cálida.“Dolores, querida niña,” dijo Elric, tomando sus manos entre las suyas. “Es un placer verte. ¿En qué puedo ayudarte?”Dolores respiró profundamente, tratando de encontrar las palabras adecuadas. “Padre Elric, necesito hablar con usted sobre mi hermano David. Sé que fue su confesor, y sé que no puede revelarme lo que él le dijo en confianza, pero… necesito su guía. Encontré algo que me hace pensar que su muerte no fue un accidente, y no sé qué hacer.”Elric la mir
La mañana en Ghrand amaneció con el cielo cubierto de nubes grises, como si la naturaleza misma anticipara las tormentas que se avecinaban. Dolores se levantó temprano, con la carta de Lady Magdalena aún fresca en su mente y los objetos de David guardados cuidadosamente en una caja de madera que había escondido en su estudio. Había pasado la noche en vela, trazando mentalmente los pasos que debía seguir para desentrañar el misterio que rodeaba la muerte de su hermano.Cuando bajó al comedor, encontró a Nicolas esperándola. Estaba sentado junto a la mesa, con una taza de café en la mano y un mapa extendido frente a él. Al verla entrar, levantó la mirada y le dedicó una sonrisa cálida, aunque sus ojos reflejaban la misma preocupación que ella sentía.“Buenos días, Dolores,” dijo, poniéndose de pie para acercarse a ella. “¿Dormiste algo?”Dolores negó con la cabeza, suspirando. “No mucho. No puedo dejar de pensar en lo que Lady Magdalena me escribió y en esos objetos de David. Siento que
La noche caía sobre el castillo de Latiz, envolviendo sus torres y salones en un manto de sombras. Dolores, vestida con un abrigo oscuro y acompañada por Nicolas y un pequeño grupo de hombres leales, se movía con sigilo por los pasillos. Había llegado el momento de enfrentarse a su tío, Sir John, y poner fin a la red de mentiras y traiciones que había construido. Pero antes de hacerlo, Dolores necesitaba una última pieza para completar el rompecabezas: las pruebas que demostrarían, sin lugar a dudas, que Sir John era el responsable de la muerte de David.Horas antes, Dolores había recibido un mensaje de Edric, el hombre que Nicolas había enviado a Latiz para infiltrarse y recopilar información. El mensaje, entregado por un mensajero de confianza, contenía detalles que podrían cambiarlo todo.“Mi señora,” decía la nota, “he descubierto documentos importantes en el despacho del consejero de Sir John, Lord Gresham. Estos documentos confirman que Sir John ordenó la muerte de David y que G