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Oculto
Oculto
Por: Paola Arias
Advertencia

El vivir en un pueblo tan pequeño, donde las oportunidades de conseguir un trabajo estable y que sostenga cada gasto, son casi nulas. A pesar de que trabajo en el único restaurante costoso del pueblo, la única temporada buena es cuando hay ferias o visitas de alguien de afuera. Es como único que en el restaurante se vea gran movimiento en masas, porque el resto de año, el trabajo es bajo.

Mi jefe; el Sr Torres, ha decidido expandir la cadena de sus restaurantes a una de las ciudades más grandes del país, por lo que me ha pedido a mí y varios compañeros más que lo acompañemos en su nuevo proyecto. Acepté sin titubear, pues, ¿quién no aprovecharía una oportunidad de cambiar de vida en un lugar donde sí se puedan proyectar metas y sueños? Aunque haya nacido en un pueblo, no quiere decir que deba permanecer hasta morir en un lugar que cada vez tiene menos habitantes. El pueblo es sumamente pequeño; todos nos conocemos con todos.

Quiero ser alguien en la vida; estudiar, conseguir un buen empleo y poder ayudar a mis padres. Lo que más deseo es que dejen de trabajar de por vida. Ellos merecen un gran descanso, luego de todo el sacrificio que han hecho por mis hermanos y por mí.

Duele dejarlos, después de todo, mi familia es lo más sagrado que tengo en la vida. Pero los sueños de volar muy en lo alto para llegar a ser todo lo que deseo en la vida, es la gran fuerza que me hace seguir en esta nueva etapa.

Mi madre se sentó en el borde de mi cama, mirándome como si fuera la última vez que lo hiciera. Con lágrimas en los ojos, me extendió un pequeño rosario negro y lo tomé con una sonrisa.

—Llévalo siempre contigo, hija. Nos vas a hacer muchísima falta, pero sabemos entender tus sueños. Aunque nos duela ver partir a nuestra hija mayor de casa, respetamos la decisión que has tomado. Además, nos sentimos muy orgullosos de ti.

—También los voy a extrañar como no tienen idea — limpié con el dorso de mi mano las lágrimas que brotaron de mis ojos—. Haré todo lo que esté a mi alcance para que puedan venir conmigo cuanto antes.

—No, hija, no tienes que sacrificarte por nosotros — se negó.

—Yo lo decidí, mamá. Allá en la gran ciudad tenemos muchas más oportunidades que acá. Mis hermanitos podrán estudiar y ser alguien en la vida.

Acarició mi mejilla dulcemente. Como voy a extrañar los mimos de mis padres. Ellos son las personas más cariñosas que puedan existir en este mundo.

—Todo llegará a su debido momento, no te fuerces o puedes llegar a enfermar. ¿Quién cuidará de ti estando tu sola en esa ciudad? Hija, nosotros te agradecemos inmensamente todo lo que haces por tus hermanos y muchas veces por tu padre y por mí, pero lo que menos quiero es verte enfermar.

—Yo vivo por ustedes, mamá. Todo por darles el mejor de los futuros. 

Nos abrazamos fuertemente y por largos minutos. Sus abrazos son tan cálidos. Sin duda alguna los voy a extrañar cada día. No quería salirme de sus brazos, pero debía tomar camino para que la noche no me agarrara en medio del camino.

Luego de despedirme de mis tres hermanitos menores y de papá, subí al viejo auto que pertenecía a mi padre y partí con ilusión a la gran ciudad que queda a cinco horas de mi hogar. Verlos despedirse de mí a través del retrovisor provocó una punzada en mi pecho. Si pudiera los llevaría conmigo sin pensarlo, pero primero debo conseguir un lugar estable para vivir.

—Los extrañaré mucho — susurré, apretando el volante y dejando que más lagrimas se deslizaran por mis mejillas.

El camino a la gran ciudad tiene dos variantes; la primera es el camino más largo para llegar a ella, y, que además se encuentra en mal estado; el segundo camino está pavimentado y es mucho más corto debido al túnel que comunica dos pequeñas ciudades con el pueblo.

Mi padre me dijo que tomara el camino largo, ya que la carretera del segundo camino era mucho más peligrosa que la otra.

Tomé su palabra y conduje por el camino que se encontraba en mal estado. Cada hueco hacía que el auto se golpeara con fuerza en la parte de abajo. No podía ir a más velocidad o calentaría el motor del auto. Mas el ardiente solo hace que todo sea mucho más complicado para un auto tan viejo y que estuvo averiado durante muchos años. El día y el camino se me hizo eterno, por lo que me detuve a descansar en una pequeña cafetería que lucía abandonada antes de pasar por las montañas y llegar a mi destino.

—¿Qué le sirvo, jovencita? — preguntó una mujer mayor y de cabello relucientemente negro como la noche—. ¿Andas sola?

—Un café, por favor — le pedí amablemente—. Sí, voy de viaje a la gran ciudad.

—Una jovencita tan bonita como tú no debería andar sola por ahí — sirvió el café en una pequeña taza de color blanca—. Los peligros asechan en medio del camino.

No comprendía sus palabras, por lo que solo me dediqué a tomar de la taza de café y pensar en lo que debía responderle.

—Me cuidaré muy bien, señora. Además, nuestro señor siempre acompaña nuestro camino.

En sus labios arrugados se dibujó una sonrisa ladeada. Sus ojos tan negros como su cabello, me observaron a detalle. Su mirada me estaba incomodando bastante.

—Espero que tu señor cuide cada uno de tus pasos — miró brevemente la hora en el reloj que colgaba en la pared de atrás y luego volvió a mirarme a los ojos—. Deberías marcharte antes que la noche caiga por completo.

—¡Oh, sí! Tiene mucha razón. Muchas gracias, señora — pagué por el café, y antes de que pudiera dar un paso hacia la salida, su voz me detuvo.

—Pase lo que pase, Alicia, no mires atrás cuando la luna te ilumine el camino — dio media vuelta y desapareció por la cortina de mimbre, dejándome perpleja por unos segundos.

Un escalofrío me corrió todo el cuerpo tras darme cuenta de que la luz del día cada vez se apagaba más rápido, pero lo que más me dio intriga, fue el hecho de que la anciana supiera mi nombre. 

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