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MI INFIERNO PERSONAL.

Narra Bruno.

Pensé que lo peor que me podría suceder era tener que quedarme en este lugar porque mi vida únicamente sería trabajar y compartir con los niñatos que tengo  como amigos, pero ahora, sí quiero profundizar esa amistad. 

La madrastra de Jeremías es hermosa, justo como me gustan, una mujer llena de curvas, de pelo negro largo  y muy lacio, de piel blanca como la porcelana, tan delicada como una flor, sus grandes ojos negros van a juego con sus pestañas risadas y sus cejas son tan definidas, sin necesidad de maquillaje. Parecía una diosa divina con esos labios rosados, que me dieron ganas de chuparlos hasta dejarlos inflamados, su cuerpo voluptuoso invita a pecar, pero ya estoy podrido, mi alma no necesita de más pecado, pues  uno  más y uno menos no hará la diferencia, porque ya no tengo salvación.

Adoro ser como soy sin necesidad de querer cambiar por nada ni por nadie, yo Bruno Lambert he nacido para obtener del mundo todo a lo que las personas puritanas le llaman malo, que al final no saben lo que se pierden por qué el verdadero disfrute está en lo morboso e imposible.

Según recuerdo, Jeremías me comentó alguna vez que ella tiene unos treinta y un años; me gustan así mujeres maduras que no se enamoran a la primera, pues me fastidia tener que lidiar con mujeres que piensan que desde que se acuestan con un hombre este debe pedirle que sea su esposa. Por tal razón me agradan más las mujeres casadas, y Abigaíl será mi próxima conquista, la tendré entre mis brazos, o puedo jurar que  dejaré de llamarme “Bruno Lambert”

Durante el trayecto a casa no dejaba de pensar en la belleza de esa mujer imaginando cuántas cosas podría hacerle, y como puedo doblegarla a que le sea infiel a su esposo únicamente conmigo.

La palabra amor no entra en mi vocabulario, creo que eso no existe, para mí el amor es un acuerdo conveniente entre dos personas y desde que ese acuerdo se rompe ya supuestamente se acaba la estupidez que llaman amor.

—Señor ya hemos llegado—, me indica el chofer que ha contratado mi fastidiosa tía.

—Mira qué cosa ni lo había notado—, le respondí con evidente sarcasmo, no me gusta que me crean estúpido.

—lo siento no...— no lo dejé terminar y salí del coche.

Mi mal humor empeoró en cuanto entré a la mansión Lambert observando la antigua amante de mi padre “mi tía” sonreír fingiendo darme una bienvenida que ambos sabemos que es  un show barato mal elaborado para asegurar seguir viviendo en mi casa junto a sus hijos.

—Bruno hijo, pero no me deje con los brazos abiertos, que frío te has vuelto—, reclamo la vieja, cuando pasé de ella y de sus dos hijos los cuales son mis primos, Luz y Fabián, dos mantenidos que no saben hacer más nada que gastar una herencia que no le pertenece.

Fui directo a mi nueva habitación y me dejé caer sobre la cama, con la intención de descansar, pero a mi mente volvió nuevamente la linda imagen de Abigaíl; mi nueva obsesión, la que no dejaré escapar así tenga que darlo todo.

«Abigaíl..., Abigaíl la tierna y dulce señora Abigaíl que hermosa te verás gritando mi nombre» pensando en ella mis ojos se fueron cerrando por sí solos.

—¡Mamá, papá! Por favor deben pararse vamos a jugar dejen de dormir ya es muy tarde, además hay personas aquí observándolos dormir. — observaba a ese niño inocente gritar a medida que repetía una y otra vez las mismas palabras a medida que su voz se iba apagando, sonando más rota mientras pasaban los minutos, pero sus padres no estaban dormidos, sino, que se encontraban muertos, pero ¿por qué me veía a mí mismo llorando?, si, ese niño era yo y dolía más verme a mí así de vulnerable y destruido. Sentí pena de mí mismo, eso no es normal, yo no siento pena por nadie, no soy ese tipo de persona, la vida me ha hecho ser quién soy.

Seguí caminando por un sendero observando como a ese pequeño niño lo maltrataban. —tía tengo sed— pidió y la tía; mi tía agarró con violencia al niño del pequeño suéter azul metiendo su cabecita en el lavabo lleno de agua helada.

—Solo me estorbas, no me gustan los niños— le gritaba al pequeño.

Seguí mi recorrido y me detuve frente al niño que tal parece no podía verme y lo escuché llorar.

—¡Mamita! Mi estómago duele. Parece que estoy hambriento— se agarraba a sí mismo y su entrecejo arrugado refleja que verdaderamente le dolía mucho.

Cada paso que doy voy observando escenas dolorosas y desagradables, hasta que llego a ese día, en donde la vi a ella siendo torturada por un hombre de aspecto raro que cubría su rostro tras un antifaz. La azotaba con un látigo una y otra vez gritándole que se había portado mal. Quise correr, no deseaba ayudarle, ella no lo merecía.

Pero todo eso  cambió repentinamente y de un momento a otro me encontraba en su lugar, sin embargo, aquello no era tan doloroso como así lo creía, sino que era placentero y en el lugar del hombre con el antifaz estaba Abigaíl acariciando todo mi cuerpo y a medida que me montaba, su interior estaba suave, muy suave y húmedo, era placentero.

Pero qué significa esto, yo estaba dormido, pensé dentro de mi propia fantasía.

—¿Qué significa esto? — grité jadeante sentándome de golpe en la cama con el rostro empapado de sudor y con el corazón acelerado.

—Es mi manera de darte la bienvenida, primo— me dice Luz con mi hombría entre sus manos.

—¿Quién te ha permitido entrar a mi recámara?, eres una insolente, lárgate ahora mismo— me aleje de su lado volviendo a organizar mi ropa debidamente.

— Pero lo estabas disfrutando— dijo a medida que se acercaba a mí.

—Lo estaba, bien lo has dicho, pero en el momento que vi tu rostro deje de hacerlo— escupí furioso, indicándole con mi mano derecha que salga.

—Bruno, ¿qué cambió está vez?, fuiste el primero en mi vida, lo recuerdas—, qué pereza me produce ver a una mujer llorar.

—Cambio que no estoy ebrio, como lo estaba ese día que cometí ese gran error—, se quedó callada algo nuevo en mi querida prima que parlotea más que vieja de vecindario.

Narrador omnisciente.

Abigaíl estaba elaborando la cena y de su mente no había salido aquel muchacho que la dejó tan impresionada, le seguía pasando esos escalofríos en cuanto lo recordaba.

<<Necesito descansar, eso es, estoy cansada>> se decía a sí misma a medida que picaba los vegetales.

—¡Oh Dios que torpe! — chilló en cuanto se hirió con el cuchillo. Corrió al grifo mojando la herida para que la sangre dejara de salir.

— ¿Qué te sucede cariño? — preguntó su esposo quién estaba sentado en la sala de estar junto a su hijo y sus dos amigos, cuando escuchó el clamor de su esposa y se levantó a verificar si se encontraba bien.

— Es una pequeña herida— levantó ella el dedo mostrando que no era nada grave.

—Déjame ayudarte con eso, ya vuelvo— le propuso él y salió en busca de un botiquín médico que tienen en el cuarto de baño.

Ella se recostó en la encimera esperando a que él volviera, pero tras sentir que se había tardado mucho fue a buscarlo y cuando entró al baño él estaba hablando por teléfono con alguien que parecían íntimos.

Él sintió su preferencia y dejó de hablar con dulzura cambiando radicalmente de tono.

—Amor perdóname cariño, es que han llamado de la empresa, ya sabes cómo son los accionistas que llevan está compañía… me tienen estresado con eso de que el heredero irá a tomar la presidencia, estoy agobiado porque se dice que es un hombre joven y alocado que apenas sabe del negocio. — ella le creyó a su marido pues no tenía por qué mentirle, ella es su secretaria y sabe bien que en parte es cierto lo que él dice, pero aun así se sintió un poco enfadada.

—Pero por qué te llaman a esta hora y en un día festivo, que tanta necesidad tienen para molestarte, por qué no me han llamado a mí que soy tu secretaria—, ella arrugó el entrecejo.

—Acaso estás dudando de mi Abigaíl— le reclamó.

—No amor, no tengo por qué hacerlo lo que me molesta es que deje que ellos te manejen a su antojo, tienes una vida y una familia, —él sonrió complacido con la respuesta de su esposa. Caminó a su lado y dejó un beso en su frente.

—Cada día te amo más, mi pequeña Abigaíl—, ella sonrió enamorada, pues su esposo siempre la sorprende con palabras y gestos bonitos.  Recuerda cómo su familia se opuso a esa relación por qué Rogelio es un hombre muy adulto para ella, le lleva veinte y cuatro años de diferencia, sin embargo, eso no fue obstáculo para ella quererlo y ponerse en contra de su familia.

Rogelio agarró el rostro de ella entre sus manos y unió sus labios por varios segundos, luego le ayudó a desinfectar la herida y por último colocó un parche.

Por otro lado, Bruno ya había tomado una ducha para quitarse cualquier rastro de lo que había sucedido con Luz.

Es un enfermo del control y odia que le lleven la contraria, Luz había pasado los límites al invadir su espacio.

<<Desde mañana pondré orden en esta casa>> pensó observando todo a través de la ventana de cristal. Se debatía entre salir a tomarse unos tragos o en ir a casa de Jeremías, pero se decía a sí mismo que se notaba desesperado.

—Que le den a lo desesperado— bufó tomando su móvil, buscando en su agenda el número de su amigo.

📞 He, ¿en qué están? — preguntó seguido Jeremías respondió.

📞 Estamos a punto de cenar, ¿vienes?, así le digo a mi madre que ponga otro puesto para ti.

📞 Te acostumbraste rápido a llamarla mamá, tu madre estará muy triste— respondió burlón.

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