DESAFIO.

Narra Abigaíl.

Estaba poniendo la mesa cuando el timbre fue tocado y le hice un gesto a mi esposo de que yo me encargaba que no había problemas algunos, al abrir estaba él allí de pie con un vino en una mano y la otra en el bolsillo, sonriendo de medio lado y vestido con algo menos formal, pero que lo hace ver igual de hermoso que los trajes de marca, su dulce aroma se coló por mis fosas nasales.

<<Que rico huele>> pensé sin saber qué decir o poder formular una palabra que me dejara invitarlo a pasar, nuevamente me sentía pequeña a su lado y mi cuerpo reaccionaba a él, era extraño, que por segunda vez en un mismo día sintiera lo mismo. Él me miraba de la misma manera, lamiendo sus labios y detallando mi cuerpo como si me escaneara, se acercó a mí entrando sin ser invitado y dejo un beso sobre la comisura izquierda de mis labios, retirándose muy lentamente, pero antes de lograrlo al fin pude decir.

—No me gustó su saludo muchacho, para la próxima salúdame estrechando mi mano o si no ni me saludes — lo escuché reír quedamente, como burlándose de mi pedido.

Acercó su rostro a mi oreja y me susurró— te voy a saludar como me apetece mi Abigaíl— con sus dientes mordió mi oreja, de manera suave y muy sensual la deslizó entre sus dientes.  Toda mi piel se erizó y cuando quise responderle ya él estaba a punto de llegar junto a mi marido e hijo. Quería gritarle que se largara de mi casa, que es un joven irrespetuoso que no le importó que mi esposo esté en casa para hacer tales frescuras y sobre todo que debe respetarme como la madre de su amigo.

Después que agité mis manos, tratando de que el sonrojo de mi rostro se borrara, cerré con calma la puerta y volví a poner la mesa, mientras lo así regresé a la cocina por unos cubiertos e inclinada buscando en los cajones sentí unas manos sostener firmes mis caderas, sonreí emocionada pensando que se trataba de Rogelio que estaba por jugar un poco y bueno con la excitación que me traigo desde el aeropuerto lo mejor es calmarla con mi esposo.

Pero algo me hizo mirar hacia abajo y tras ver los zapatos relucientes de Bruno me paré de golpe apartándome de su lado.

—Usted se ha vuelto loco, es que no tiene límites ni conoce la decencia— le reclamé hablando con un tono bastante bajo.

—Sí, estoy loco por clavarme en ti, por tocar esa linda anatomía y delinear esa figura tan exquisita que tienes—, me afirmó y con estas últimas palabras he comprobado que no era mi imaginación la que me estaba jugando una mala pasada.

—Le diré a mi esposo y a mi hijo, para que te echen a patadas de aquí, eres un enfermo— le amenacé.

— Te reto a que lo haga, — se recostó de la encimera— vamos que muero por ver la función— comentó con descaro sabiendo que yo no les buscaría tales problemas a mi esposo e hijo. Además de que yo puedo poner a este muchachito en su lugar.

—Mocoso degenerado, busca una niña de tu edad con quién jugar— le señalé furiosa, mientras él se acercaba a pasos de pantera, calmado, despacio, arrastrándose hacia mí, que evidente parezco ser su presa, acercándose furtivamente.

—Va todo bien amor— se detuvo cuando escuchamos la voz de Rogelio. Mi corazón se aceleró, me sentía asustada como si realmente estuviera haciendo algo malo.

Aún siento sus caricias, mientras recogía la mesa podía oler su fragancia, y lo que más coraje me provoca todo, esto es que no sé si disfruto de este tonto juego o si lo aborrezco por qué, a pesar de que no he hecho nada malo siento que lo hago mal, que soy injusta con Rogelio.

Después que organice la casa, me di un baño, perfumé todo mi cuerpo y me coloque un camisón que me queda muy bonito.

Respire desilusionada cuando me pare al pie de la cama y Rogelio estaba dormido, me tumbé a su lado y empecé a besarlo con deseos de que me hiciera el amor; sin embargo, su respuesta fue.

—Cariño, estoy cansado, vamos a dormir.

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