4

Alexander

A medida que los días pasan, me doy cuenta de que cada vez me cuesta más concentrarme en el trabajo sin que mi mente se desvíe hacia Diana. No es solo su profesionalismo lo que me atrae; es la manera en que sus ojos brillan cuando está al límite, como si estuviera desbordando algo más profundo que las simples tareas de una asistente. Y la forma en que me mira... Hay algo en esa mirada que me desarma, me hace cuestionar todo lo que creía saber sobre mí mismo.

Pero no puedo permitirme flaquear. Soy Alexander Stone, el hombre que controla cada faceta de su vida, y mi vida es controlada por el poder. Siempre he tenido todo lo que he querido, y Diana... Diana será mía también. Solo necesito el momento adecuado.

El plan está en marcha. He decidido invitarla a cenar, solo nosotros dos. No es una invitación común. La cena no es solo para discutir negocios. Es para establecer un vínculo más cercano, una relación que me permita estar aún más cerca de ella. Y no me refiero a solo en el aspecto físico, sino emocional, psicológico, casi como si yo fuera el único que pudiera comprenderla realmente.

Mi casa está impecablemente preparada para la ocasión. Es un lugar diseñado para impresionar, pero esta noche, quiero que Diana vea una versión diferente de mí, una más vulnerable tal vez, pero igualmente dominante. Los tacones de Diana resuenan en el pasillo mientras se acerca. Mi pulso se acelera, pero mis ojos permanecen fríos, calculadores.

“Alexander, gracias por invitarme”, dice con esa sonrisa que me hace preguntarme qué se esconde detrás de sus palabras. Está nerviosa, eso lo puedo notar. Pero en su mirada también hay algo más... algo que creo que podría ser lo que estoy buscando.

“Es un placer, Diana. Tienes una forma de hacer que incluso lo más sencillo parezca importante”, le respondo, con una suavidad que no suelo mostrar. Ella sonríe, incómoda, y me invita a llevar la conversación hacia otros terrenos. Mientras cenamos, las palabras fluyen como siempre, pero la tensión entre nosotros es innegable. Cada vez que se inclina hacia adelante, su cercanía me quema la piel, y no puedo evitar notar cómo su perfume, suave y sensual, se mezcla con el aire a medida que me acerco un poco más.

La conversación se desvía rápidamente, no hacia temas triviales, sino hacia algo más personal. Estoy jugando con ella. Esto no es solo una conversación inocente. Ella está viendo quién soy realmente, y yo la estoy probando. ¿Estará dispuesta a seguirme en este juego?

“Diana, he estado pensando en ti últimamente”, le digo, y noto cómo sus ojos se agrandan ligeramente, una chispa de sorpresa y tal vez de alarma brillando en ellos. No me doy por vencido. “Me has impresionado más de lo que pensaba. Has superado todas mis expectativas, y eso no es fácil de lograr.”

Sus manos tiemblan ligeramente cuando toma un sorbo de vino, pero no dice nada. Esto la hace más atractiva, más intrigante. Quiero ver hasta dónde puede llegar, cómo se puede desmoronar si la empujo lo suficiente.

“¿Qué harías si te ofreciera algo más, algo que cambiaría todo entre nosotros? Una... oportunidad para estar más cerca, más que profesionalmente, pero en una manera que solo yo podría ofrecerte. Un... acuerdo”, digo con voz baja, casi un susurro. El ambiente se espesa inmediatamente. Diana no sabe cómo reaccionar, y yo disfruto de cada segundo de su desconcierto.

“¿Qué tipo de acuerdo?”, pregunta, finalmente encontrando su voz, aunque su tono está lleno de cautela. Esa cautela es exactamente lo que necesito. La reacción perfecta.

“Uno en el que no haya más reglas. No más fronteras. Yo tomaría el control, no solo de tu trabajo, sino de cada aspecto de nuestra relación. Todo estaría bajo mis términos, y tú estarías completamente dedicada a mí. Solo a mí.”

Mis palabras están cargadas de significado, cada sílaba calculada para desarmarla poco a poco. Puedo ver cómo su mente comienza a procesar lo que estoy sugiriendo, cómo sus labios se aprietan ligeramente, como si quisiera decir algo, pero se lo impide algo más.

“No sé si eso es lo que quiero, Alexander”, responde finalmente, sus ojos finalmente reflejando la lucha interna que está atravesando. Me gusta que esté dudando. Me gusta que esté atrapada entre el deseo y el miedo. Es precisamente lo que necesito para que me pertenezca.

“Lo entendería si no estuvieras dispuesta, Diana. Pero te aseguro que no estoy pidiendo nada que no pueda manejar. Solo quiero que sepas que hay algo más entre nosotros. Algo que va más allá de lo que ves a simple vista. ¿No te has dado cuenta de la forma en que te miro?”, le pregunto, bajando la voz, acercándome un poco más, mi mirada fija en la suya, llena de una intensidad que no puede ignorar.

Ella traga saliva y aparta la mirada. Sé que está considerando lo que le estoy proponiendo, y aunque no me lo diga en voz alta, puedo ver el conflicto reflejado en su rostro. ¿Estará dispuesta a dar el siguiente paso? ¿O se alejará antes de que la atrape en mi red?

La noche avanza en un silencio incómodo, y cuando la cena termina, nos quedamos en la misma habitación, como si nada pudiera hacerla salir de aquí. Sus ojos se encuentran con los míos nuevamente. La atracción está ahí, innegable. Pero también lo está el miedo.

“No tienes que tomar una decisión ahora, Diana. Pero quiero que lo pienses. Porque puedo asegurarte que no habrá vuelta atrás”, le digo, mis palabras llenas de promesas no explícitas, pero poderosas.

Y con eso, me levanto de la mesa, dejándola con sus pensamientos y con esa tensión que se acumula entre nosotros. ¿Qué hará ahora? ¿Cederá a lo que le ofrezco? O se alejará antes de que sea demasiado tarde. Solo hay una cosa que sé con certeza: este juego apenas comienza.

Mi obsesión por Diana crece cada día. No puedo sacarla de mi cabeza. Cada gesto, cada palabra que dice, está grabada en mi mente. Me siento fuera de control, algo que nunca he permitido. Siempre he sido el que maneja las situaciones, el que controla todo a su alrededor. Pero Diana… ella es diferente. Me hace cuestionar mi propia capacidad para mantener el control.

En los últimos días, he comenzado a planear algo. Algo que cambiará todo entre nosotros. No puedo dejarla escapar. No puedo. Y no lo haré. Ya he cruzado demasiadas líneas como para dar marcha atrás ahora. Necesito que ella esté cerca, que sea mía, pero a mi manera.

Hoy, decido invitarla a mi casa para una cena privada. He creado un ambiente que refuerza todo lo que quiero lograr: intimidad, tensión, control. La luz tenue, las velas dispuestas estratégicamente, el sonido suave de la música de fondo. Todo ha sido pensado con precisión, como cada paso que doy en este juego de poder.

Cuando Diana llega, la veo entrar, con ese porte impecable, tan serena, pero al mismo tiempo sé que por dentro, se está debatiendo. Veo cómo sus ojos recorren la habitación, cómo siente la atmósfera que he creado. ¿Sabe lo que estoy haciendo? Tal vez, pero no lo dice. Sus palabras, siempre cautelosas, me intrigan más que nunca.

—Gracias por invitarme, Alexander. Todo se ve… impresionante —dice, su tono algo tenso, pero me gusta cómo la situación la afecta.

—De nada, Diana. Siempre quise que estuvieras aquí, en este espacio —respondo, sin apartar la mirada de ella. Mi voz suena más grave de lo que pretendía, pero no me importa. Me gusta que note la diferencia.

Nos sentamos, comenzamos a cenar, pero cada movimiento que hace, cada mirada furtiva, me dice más de lo que se atreve a mostrar. Y yo, a su vez, no hago más que observarla, disfrutar del pequeño juego que estamos jugando sin palabras. Su rostro se ilumina con la suave luz de la vela, y no puedo evitar pensar lo perfecta que se ve, cómo todo en ella está hecho para seducir, aunque no lo sepa.

A medida que la cena avanza, no puedo evitar acercarme más, sintiendo la tensión creciente entre nosotros. Ya no son solo mis ojos los que la siguen, ahora son mis pensamientos, mis deseos. Quiero controlarla, pero también quiero que ella lo quiera. Algo en sus ojos me dice que lo siente también, pero hay algo más en su mirada, algo que me provoca.

La conversación fluye, pero siento que hay algo en el aire que no se puede nombrar, algo que se cuela entre las palabras y las sonrisas. Cuando terminamos, me levanto de la mesa y me acerco a ella. Estoy decidido a decir lo que ya he estado pensando durante días, aunque lo que voy a proponer cambiará las reglas para siempre.

—Diana, —digo, mi voz más suave, casi un susurro—, hay algo que quiero ofrecerte. Algo que puede parecer… inesperado, pero siento que ya hemos cruzado ciertas barreras, ¿no?

Ella me mira, sin decir nada, pero sus ojos están llenos de preguntas. Sé que está a punto de responder, pero yo no le dejo tiempo.

—Te propongo un trato —continúo, controlando cada palabra, cada gesto—. Una relación de poder, un juego en el que yo tendré el control, pero tú también serás parte de ello. Mis reglas. Tú, dedicada a mí, sin reservas. Sé que no es algo convencional, pero sé que podemos llegar a algo más. Algo que no se puede definir con palabras fáciles.

El silencio se extiende entre nosotros, el tipo de silencio denso, cargado de tensión. Sus labios se abren para decir algo, pero no lo hace. En su lugar, se queda mirando al vacío, pensativa. No puedo evitar preguntarme qué está pensando. ¿Está asustada? ¿Intrigada? Lo sé, todo en ella lo está, pero eso solo la hace más fascinante.

La miro fijamente, esperando que tome una decisión, pero no sé si ella será capaz de dar el paso. Hay algo en su indecisión que me enciende aún más.

—Diana —susurro, inclinándome ligeramente hacia ella—, no tienes que decir nada ahora. Pero no te equivoques, esto es algo que cambiará todo. Y lo sabes.

Veo que sus ojos parpadean, como si procesara cada palabra, cada una de mis intenciones. La tensión se vuelve palpable, y me doy cuenta de que, por primera vez, mi control está en juego. Lo que voy a hacer, lo que le estoy ofreciendo, no es algo que cualquiera aceptaría tan fácilmente. Pero algo en su mirada me dice que no lo descartará.

Me doy cuenta de que he cruzado una línea sin retorno. Y, aunque algo dentro de mí me dice que debo parar, que esto podría ser más de lo que estoy dispuesto a manejar, no puedo evitarlo. No la dejaré escapar.

El capítulo termina con Diana mirándome intensamente, y en sus ojos, hay una mezcla de deseo y confusión. Algo me dice que, sea cual sea su decisión, nunca volveremos a ser los mismos.

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