Obesesión del CEO
Obesesión del CEO
Por: J.L.
1

Diana

Mi vida como asistente personal de Alexander Stone es… predecible. No me malinterpreten, no es que me queje. He aprendido a vivir con la rutina: una montaña interminable de correos electrónicos, agendas, reuniones, y un jefe que, de alguna manera, logra eclipsar todo lo que sucede a su alrededor. Un hombre cuya presencia arrasa con cualquier atisbo de normalidad.

Alexander Stone es todo lo que uno esperaría de un millonario imponente: poderoso, inteligente y con un control absoluto sobre su imperio. No hay un solo detalle en su vida que no tenga bajo control. Desde su oficina, hasta el más mínimo matiz de su comportamiento, todo está calculado. Es el tipo de hombre que no sabe lo que es ser vulnerable. Su piel parece estar hecha de acero, su mirada afilada como una espada, y su voz, grave y controlada, puede hacer que cualquiera se doble ante él.

La primera vez que lo vi, no fue amor a primera vista, pero fue algo parecido. No podía evitarlo: había algo en su aura, algo que me hacía sentir pequeña, irrelevante y, de alguna manera, fascinada. Y yo, siendo su asistente, debía aprender a no sentir nada. No podía. Ni debía.

Pero ahí estaba, sentado al otro lado de la mesa de la sala de juntas, como siempre, imponente, controlando el ambiente con solo su presencia. Cada vez que sus ojos se posaban sobre mí, mi pulso se aceleraba y mi mente se nublaba. Sin embargo, eso era normal, ¿verdad? Después de todo, soy solo su asistente. Él es el jefe, el hombre que mueve el mundo, mientras yo solo soy una pieza en su engranaje. Eso es lo que me repetía cada día para calmar las voces en mi cabeza.

“Diana”, escuché su voz cortante, obligándome a salir de mis pensamientos. Mi corazón dio un pequeño salto en mi pecho.

“Sí, señor Stone”, respondí con la misma calma con la que siempre lo hacía.

“¿Tienes las cifras de la nueva campaña listas?” Su mirada fija en mí me hizo sentir como si estuviera desnuda. No estaba acostumbrada a sentir esa incomodidad al estar frente a él, pero en ese momento, no pude evitarlo.

“Claro, las estoy preparando. Deberían estar listas en unos minutos”, respondí, intentando mantener la compostura, aunque mi voz traicionaba la ansiedad que sentía.

“Me gustaría verlas ahora”, dijo, sin apartar la vista de mí, su tono no daba lugar a dudas. No era una sugerencia, era una orden.

Mi piel se erizó, pero no podía hacer más que asentir y caminar hacia su escritorio, los tacones resonando en el suelo de mármol. Cada paso que daba hacia él parecía más pesado, más denso. No es que no hubiera estado cerca de él antes, pero en esta ocasión, había algo diferente. Algo en el aire.

El calor de su mirada era palpable cuando me detuve frente a su escritorio. Podía sentir su presencia envolviéndome, como si estuviera a punto de engullirme por completo.

Me incliné para entregarle los papeles, pero justo en ese momento, algo en su rostro cambió. Algo que no supe identificar, pero que me hizo detenerme. Su mirada ya no era simplemente profesional. Había algo más. Un interés no solicitado, tal vez una curiosidad que no se podía esconder.

“¿Sabes que a veces me pregunto si eres tan fría como aparentas?” dijo, su voz baja, casi como un susurro, pero con una autoridad que no dejaba lugar a dudas de que no estaba bromeando.

Mi respiración se detuvo por un momento. “¿A qué se refiere, señor?” Traté de mantener mi tono neutral, pero las palabras se me enredaban en la lengua.

“Sabes perfectamente a qué me refiero.” Sus ojos brillaron con una intensidad que me desconcertó. “Te observo, Diana. Te has convertido en una parte fundamental de este lugar. Pero… a veces me pregunto si alguna vez te has detenido a pensar en lo que realmente quiero de ti.”

El aire en la habitación se volvió denso. Una corriente eléctrica parecía recorrer entre nosotros. Mi mente estaba acelerada, pero mi cuerpo estaba inmóvil, atrapado en su hechizo. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué sus palabras me afectaban tanto?

“No lo sé, señor. Estoy aquí para hacer mi trabajo”, respondí, incapaz de ocultar la pequeña vulnerabilidad que se filtraba en mi voz. Algo en su presencia me desestabilizaba.

Él se levantó de su silla y dio un paso hacia mí, algo que no había hecho antes. Su cercanía hizo que mi corazón latiera más rápido, como si quisiera escapar de mi pecho.

“No te hagas la desinteresada, Diana. Sé que sientes lo mismo”, murmuró, su aliento cálido rozando mi piel. La intensidad de su mirada me hizo darme cuenta de que ya no estábamos hablando de trabajo. No, estábamos hablando de algo mucho más personal, mucho más peligroso.

Mi cuerpo reaccionó sin que pudiera evitarlo. El deseo, la tentación, todo lo que había estado reprimido durante meses, comenzó a hacerse presente. Intenté dar un paso atrás, pero no pude. El ambiente estaba cargado de una tensión tan palpable que era casi insoportable.

“Creo que lo que necesitas es un descanso”, dijo de repente, rompiendo el silencio. Su voz fue como un bálsamo frío que me devolvió a la realidad. Sin embargo, la forma en que me observaba seguía igual de intensa.

“Sí, claro”, dije, mi mente aún a la deriva. Me volví para salir, pero algo me hizo detenerme. Miré hacia él una vez más, solo para encontrar su mirada fija en mí, como si estuviera esperando algo. Algo que ni yo misma sabía.

La reunión terminó, y me dirigí hacia el ascensor, todavía procesando lo que había sucedido. Mi mente estaba hecha un torbellino, pero de alguna manera, había algo dentro de mí que no quería alejarse. Algo que me atraía hacia él, algo que no entendía, pero que no podía ignorar.

Al llegar al ascensor, presioné el botón con la esperanza de que el trayecto de regreso a mi oficina me diera un respiro. Pero cuando las puertas se abrieron, allí estaba él. Alexander Stone. Dentro del ascensor.

Nos miramos en silencio, la tensión entre nosotros palpable. No podía leer su expresión, pero algo en su rostro me dijo que él sabía exactamente lo que estaba pasando en mi cabeza. La puerta se cerró con un suave clic, y el ascensor comenzó a descender.

De repente, me dio la espalda y me miró por encima del hombro. “Lo que quiero, Diana, es solo un paso más cerca de lo que ambos sabemos que va a pasar”, dijo, su voz suave pero cargada de un significado que me heló por dentro.

Mis piernas temblaban, pero no podía dejar de mirarlo. “Y qué es lo que eso significa, señor?” pregunté, mi voz apenas un susurro.

Él sonrió, una sonrisa que no llegaba a sus ojos. “Lo sabrás pronto.” Y cuando las puertas se abrieron, me dejó sola con mis pensamientos.

Lo que había comenzado como un simple encuentro de trabajo, se había convertido en algo mucho más… personal. Un juego peligroso. Un encuentro fatal.

La puerta del ascensor se cerró tras él, y el silencio entre nosotros fue tan pesado que casi podía escuchar el latido acelerado de mi corazón, como un tambor que me mantenía anclada en el presente. Las luces del pasillo iluminaban el espacio reducido, destacando cada sombra que se proyectaba sobre su rostro. Estaba allí, tan cerca que podría haberme tocado, y sin embargo, no lo hacía. No hacía falta. La presencia de Alexander Stone ya era suficiente.

Las palabras que había dicho antes de entrar al ascensor flotaban en mi mente, reverberando como una melodía inquietante. Lo que quiero, Diana, es solo un paso más cerca de lo que ambos sabemos que va a pasar. Mi respiración se volvió más superficial, como si todo el aire de la habitación hubiera desaparecido de golpe.

¿Lo sabía? ¿Realmente sabía lo que sentía por él?

Me obligué a mirar hacia el frente, enfocándome en las luces que pasaban rápidamente por el reflejo del espejo. ¿Por qué me hacía esto? ¿Por qué me sentía tan vulnerable? No era la primera vez que me encontraba con él. No era la primera vez que nuestras miradas se cruzaban. Pero esta vez… era diferente. Algo había cambiado entre nosotros, y no podía ponerle un nombre. Solo sabía que había algo oscuro y peligroso en la forma en que se movía, en cómo se aproximaba.

El ascensor descendió, pero ni la velocidad ni el sonido del motor lograron aliviar la tensión palpable entre nosotros. Sus pasos firmes y calculados resonaban detrás de mí, y pude sentir su mirada fija en mi espalda, una presión suave pero constante que me tenía atrapada.

“Diana…” Su voz me arrancó de mis pensamientos, suave pero clara. “Sabes que no te he contratado solo por tu eficiencia, ¿verdad?”

Me volví hacia él, y su rostro estaba tan cerca que pude ver el brillo de su mirada, un destello de algo oscuro y extraño que se escondía detrás de su fachada de control. “¿Qué quiere decir con eso, señor?”

Su sonrisa fue casi imperceptible, pero lo suficientemente significativa como para hacerme sentir incómoda. “Solo pregúntate a ti misma. ¿Por qué crees que aún sigues aquí?”

Esas palabras me golpearon como un torrente. Porque no solo estaba aquí por el trabajo, no solo era una asistente más en su imperio. Sabía que había algo más. Algo que no podía negar. Cada interacción, cada mirada, cada conversación, era un juego de poder que él controlaba a la perfección. Y de alguna manera, yo había caído en su red sin darme cuenta.

“No estoy segura de entender lo que quiere decir, señor Stone”, respondí, mi voz un poco más firme de lo que me sentía en ese momento. No quería que viera mi vulnerabilidad, no ahora. No de nuevo.

Él dio un paso más cerca de mí, sus hombros apenas rozando los míos, y sentí el calor de su cuerpo como si fuera un fuego abrasador que no podía evitar acercarme a él. “Quizás lo entiendas más tarde, Diana. Quizás cuando dejes de jugar a no sentir lo que sabes que es inevitable.”

El sonido del ascensor deteniéndose me sacó de mi trance. Las puertas se abrieron, pero no me moví. ¿Por qué no lo hacía? ¿Por qué no podía alejarme de él?

Alexander no dijo nada, pero su presencia estaba impregnada en cada rincón del pequeño espacio. Me miró durante un largo momento, como si estuviera esperando que tomara la decisión por mí. Era como si estuviera a punto de lanzarme al vacío, y el miedo me sujetaba con más fuerza que la misma atracción que sentía por él.

Finalmente, di un paso hacia el exterior, pero no sin antes sentir la presión de sus ojos sobre mí. Caminé unos pocos pasos antes de detenerme, aún sintiendo la energía de su presencia empujándome hacia él.

Me giré, encontrándome con su mirada una vez más. Era como si el aire entre nosotros se hubiera vuelto más denso, más espeso. Había algo en esa mirada que me incitaba a acercarme, algo oscuro y tentador que me desbordaba.

“No deberíamos seguir así, señor”, murmuré, sin poder evitar que mis palabras fueran cargadas con una tensión que ni yo misma comprendía. “Esto no es… profesional.”

Él no se movió, pero la forma en que sus labios se curvaron en una sonrisa lenta, peligrosa, me hizo cuestionar todo lo que había dicho. “Lo profesional, Diana, es solo una palabra. ¿Te has detenido a pensar en lo que realmente quieres?”

Esas palabras hicieron que mi cuerpo se tensara. No había duda de lo que estaba sugiriendo. Había algo entre nosotros, algo que no podía ignorar, aunque quisiera hacerlo. El miedo de lo que estaba comenzando a sentir por él me congelaba, pero al mismo tiempo, me mantenía cautiva, como un insecto atrapado en su tela de araña.

“Lo que yo quiero…” Comencé, pero me detuve, porque no tenía ni idea de lo que quería. No ahora. No después de esta conversación. No después de todo lo que había ocurrido entre nosotros.

“Lo sabrás pronto”, dijo con voz baja, casi como un susurro, antes de girarse y caminar hacia el pasillo. Pero antes de alejarse, se volvió una última vez, y sus ojos me encontraron, como si todo lo que había dicho, todo lo que había insinuado, estuviera destinado a quedarse grabado en mi memoria. “Y cuando lo sepas, Diana… ya no habrá vuelta atrás.”

Las palabras se quedaron flotando en el aire, y antes de que pudiera reaccionar, él ya se había ido.

Me quedé allí, sola, en el pasillo, el eco de sus palabras retumbando en mi cabeza. Todo había cambiado. Y aunque intentaba resistirlo, no podía negar la verdad que me atravesaba: algo dentro de mí lo quería. Algo dentro de mí lo deseaba, aunque me aterraba admitirlo.

Mi respiración se agitó mientras miraba el suelo, incapaz de hacer otro movimiento. Lo que había comenzado como una simple interacción profesional había cambiado por completo, y yo estaba atrapada en su juego. Un juego que, por alguna razón, no quería dejar.

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
capítulo anteriorpróximo capítulo

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App