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Alexander

No sé si es mi costumbre de observar los detalles o simplemente una necesidad que se ha vuelto cada vez más... inevitable, pero no puedo dejar de pensar en Diana. Desde el momento en que entró en mi vida como mi asistente personal, su presencia ha alterado el equilibrio de mi rutina. Todo era perfecto antes de ella. Todo seguía el orden y el control que había logrado construir con esfuerzo y disciplina. Pero ahora… ella es un caos del que no quiero desprenderme.

Ella es eficiente, precisa, casi perfecta en su rol. Es todo lo que un asistente debería ser. Pero también es algo más. Hay algo en su forma de moverse, en el brillo de sus ojos cuando me mira, que me hace sentir que todo lo que había considerado seguro y estable, ya no lo es.

¿Es la curiosidad lo que me atrae hacia ella, o es algo más profundo? Algo visceral. Algo que no puedo ignorar.

Hoy, le he dado su primera tarea especial. Una tarea que no tiene nada que ver con sus responsabilidades diarias, algo mucho más personal. Quiero ver cómo responde, cómo se comporta bajo una presión distinta, una presión que no puede manejar con su destreza habitual. Quiero que se enfrente a algo que la haga sentirse fuera de lugar, para que finalmente, ella también note la tensión que ha estado creciendo entre nosotros.

—Diana —mi voz es firme cuando la llamo desde mi oficina. No es la primera vez que la invito a entrar, pero esta vez hay una calma calculada en mi tono, algo que es imposible de ignorar—. Necesito que organices una cena privada para mí. No te preocupes por los detalles, sé que eres capaz de manejarlos. La cena debe ser perfecta.

Ella me mira, sus ojos brillan con algo que no puedo descifrar, y eso solo me intriga más. Sé que tiene preguntas, dudas, tal vez incluso recelo, pero no me importa. No le he dado ningún contexto, solo la orden. Eso es todo lo que necesito. Ella sabe cómo seguir instrucciones.

—Entendido, señor —responde, y en su tono hay una mezcla de respeto y… algo más, algo que apenas puedo identificar. ¿Ansiedad? ¿Inseguridad? ¿O es solo el efecto de mi mirada sobre ella? No lo sé, pero me gusta.

Y mientras se va, observo cómo camina. Siempre tiene la postura perfecta, el cuerpo erguido, la mirada decidida. Pero cada vez que se va, no puedo dejar de pensar en su figura, en cómo ese cuerpo esconde algo más. Algo que me llama la atención más de lo que debería.

La cena se lleva a cabo tres días después, y aunque mi mente se ha ocupado en otros proyectos durante el día, no puedo evitar pensar en ella. ¿Qué está haciendo ahora? ¿Cómo se siente al estar a mi servicio, cerca de mí? La cena no es casualidad. Es una oportunidad. Una oportunidad para que ambos reconozcamos lo que está sucediendo, aunque no queramos admitirlo.

Cuando la veo entrar, con la mesa perfectamente preparada, la luz suave que se refleja en las velas, algo dentro de mí se enciende. Diana está en su elemento, una vez más, tan perfecta, tan controlada. Pero hoy… hoy hay algo diferente en su mirada. Hay una tensión que nunca había notado antes, como si supiera lo que está a punto de ocurrir.

Nos sentamos. La conversación es ligera al principio, sobre el clima, sobre el trabajo. Todo se siente frío, como siempre, pero las palabras entre nosotros se entrelazan con una corriente eléctrica que no puedo ignorar. De repente, una pequeña fricción, un roce involuntario de sus manos sobre la mía cuando pasa el vino, me hace detenerme. La siento cerca, mucho más cerca de lo que debería. Mi respiración se vuelve más profunda, más lenta.

—Te has encargado de todo perfectamente, Diana —le digo, observando cómo su rostro se enciende con una ligera sonrisa, nerviosa, pero también satisfecha—. No esperaba menos de ti.

Ella baja la mirada, pero la forma en que se ruboriza me dice todo lo que necesito saber. Tiene control, pero está perdiéndolo, al igual que yo. Y eso me excita más de lo que quiero admitir. La quiero… o al menos, quiero saber hasta dónde puedo llegar con ella. Qué tan lejos está dispuesta a ir.

—Gracias, señor. Me alegra que le guste —responde, su voz más suave de lo habitual. Se nota la tensión en su cuerpo, en su forma de morderse el labio, en cómo evita mirarme directamente.

La cena sigue, pero cada palabra, cada mirada, se vuelve un desafío. La forma en que me observa, con esa mezcla de respeto y algo más, está llevando mi control al límite. No puedo seguir jugando al mismo juego profesional. Algo dentro de mí ya ha cruzado la línea, y lo sé. Estoy decidido a ver hasta dónde puedo empujarla, hasta dónde puedo empujarme a mí mismo.

Finalmente, cuando el postre llega, el ambiente se vuelve más denso. La luz tenue refleja la suave curvatura de su rostro, y no puedo dejar de pensar en lo cerca que está. Tan cerca, y aún tan lejos.

—Diana —mi voz es baja, un susurro en el aire. Ella levanta la vista, y nuestros ojos se encuentran. Esos ojos, esos malditos ojos, que han estado persiguiéndome desde el momento en que entró en mi oficina. Son peligrosos. Son como una droga. Y sé que, al igual que cualquier adicción, cuando no los tengo, me faltan.

El espacio entre nosotros se llena de una tensión palpable. Ya no hay una barrera de profesionalismo. Ya no hay una muralla entre el jefe y la asistente. Solo somos dos personas, con deseos, con necesidades no expresadas.

—¿Sabes, Diana? —digo, mi voz más grave ahora—. Esto no es solo sobre el trabajo. No lo es, y tú lo sabes.

Ella no responde. No tiene que hacerlo. Ya lo sé. Ya lo estamos reconociendo sin palabras. Pero lo que me intriga es cuán lejos está dispuesta a llegar para explorar esto. Cuánto puede resistir antes de ceder.

Me inclino hacia ella, casi tocando su mano, el contacto cercano me provoca una corriente de electricidad que recorre mi cuerpo.

—Estoy empezando a creer que hay algo más entre nosotros, algo que no podemos negar. Y si te soy honesto, Diana, estoy bastante interesado en descubrir qué es.

Ella traga saliva, y esa pequeña reacción me dice todo lo que necesito saber. Hay miedo en sus ojos, pero también deseo. Quizás más del que está dispuesta a admitir.

El silencio entre nosotros es insoportable, hasta que finalmente, ella se levanta, recogiendo los platos con una rapidez que refleja su incomodidad. Pero yo no la dejo ir. No tan fácilmente.

—Diana… —mi voz se convierte en un susurro que la detiene en su lugar—. Este es solo el principio.

El resto de la cena transcurre en silencio, pero algo ha cambiado. Entre nosotros ya no hay solo un juego de poder. Hay algo mucho más profundo, mucho más peligroso. Algo que, si no tenemos cuidado, nos consumirá a ambos.

Y mientras la veo alejarse, mientras me quedo allí, observando su figura desvanecerse en la penumbra, sé que esto no ha hecho más que comenzar.

Lo que está por venir es inevitable.

No sé si es mi costumbre de observar los detalles o simplemente una necesidad que se ha vuelto cada vez más... inevitable, pero no puedo dejar de pensar en Diana. Desde el momento en que entró en mi vida como mi asistente personal, su presencia ha alterado el equilibrio de mi rutina. Todo era perfecto antes de ella. Todo seguía el orden y el control que había logrado construir con esfuerzo y disciplina. Pero ahora… ella es un caos del que no quiero desprenderme.

Ella es eficiente, precisa, casi perfecta en su rol. Es todo lo que un asistente debería ser. Pero también es algo más. Hay algo en su forma de moverse, en el brillo de sus ojos cuando me mira, que me hace sentir que todo lo que había considerado seguro y estable, ya no lo es.

¿Es la curiosidad lo que me atrae hacia ella, o es algo más profundo? Algo visceral. Algo que no puedo ignorar.

Hoy, le he dado su primera tarea especial. Una tarea que no tiene nada que ver con sus responsabilidades diarias, algo mucho más personal. Quiero ver cómo responde, cómo se comporta bajo una presión distinta, una presión que no puede manejar con su destreza habitual. Quiero que se enfrente a algo que la haga sentirse fuera de lugar, para que finalmente, ella también note la tensión que ha estado creciendo entre nosotros.

—Diana —mi voz es firme cuando la llamo desde mi oficina. No es la primera vez que la invito a entrar, pero esta vez hay una calma calculada en mi tono, algo que es imposible de ignorar—. Necesito que organices una cena privada para mí. No te preocupes por los detalles, sé que eres capaz de manejarlos. La cena debe ser perfecta.

Ella me mira, sus ojos brillan con algo que no puedo descifrar, y eso solo me intriga más. Sé que tiene preguntas, dudas, tal vez incluso recelo, pero no me importa. No le he dado ningún contexto, solo la orden. Eso es todo lo que necesito. Ella sabe cómo seguir instrucciones.

—Entendido, señor —responde, y en su tono hay una mezcla de respeto y… algo más, algo que apenas puedo identificar. ¿Ansiedad? ¿Inseguridad? ¿O es solo el efecto de mi mirada sobre ella? No lo sé, pero me gusta.

Y mientras se va, observo cómo camina. Siempre tiene la postura perfecta, el cuerpo erguido, la mirada decidida. Pero cada vez que se va, no puedo dejar de pensar en su figura, en cómo ese cuerpo esconde algo más. Algo que me llama la atención más de lo que debería.

La cena se lleva a cabo tres días después, y aunque mi mente se ha ocupado en otros proyectos durante el día, no puedo evitar pensar en ella. ¿Qué está haciendo ahora? ¿Cómo se siente al estar a mi servicio, cerca de mí? La cena no es casualidad. Es una oportunidad. Una oportunidad para que ambos reconozcamos lo que está sucediendo, aunque no queramos admitirlo.

Cuando la veo entrar, con la mesa perfectamente preparada, la luz suave que se refleja en las velas, algo dentro de mí se enciende. Diana está en su elemento, una vez más, tan perfecta, tan controlada. Pero hoy… hoy hay algo diferente en su mirada. Hay una tensión que nunca había notado antes, como si supiera lo que está a punto de ocurrir.

Nos sentamos. La conversación es ligera al principio, sobre el clima, sobre el trabajo. Todo se siente frío, como siempre, pero las palabras entre nosotros se entrelazan con una corriente eléctrica que no puedo ignorar. De repente, una pequeña fricción, un roce involuntario de sus manos sobre la mía cuando pasa el vino, me hace detenerme. La siento cerca, mucho más cerca de lo que debería. Mi respiración se vuelve más profunda, más lenta.

—Te has encargado de todo perfectamente, Diana —le digo, observando cómo su rostro se enciende con una ligera sonrisa, nerviosa, pero también satisfecha—. No esperaba menos de ti.

Ella baja la mirada, pero la forma en que se ruboriza me dice todo lo que necesito saber. Tiene control, pero está perdiéndolo, al igual que yo. Y eso me excita más de lo que quiero admitir. La quiero… o al menos, quiero saber hasta dónde puedo llegar con ella. Qué tan lejos está dispuesta a ir.

—Gracias, señor. Me alegra que le guste —responde, su voz más suave de lo habitual. Se nota la tensión en su cuerpo, en su forma de morderse el labio, en cómo evita mirarme directamente.

La cena sigue, pero cada palabra, cada mirada, se vuelve un desafío. La forma en que me observa, con esa mezcla de respeto y algo más, está llevando mi control al límite. No puedo seguir jugando al mismo juego profesional. Algo dentro de mí ya ha cruzado la línea, y lo sé. Estoy decidido a ver hasta dónde puedo empujarla, hasta dónde puedo empujarme a mí mismo.

Finalmente, cuando el postre llega, el ambiente se vuelve más denso. La luz tenue refleja la suave curvatura de su rostro, y no puedo dejar de pensar en lo cerca que está. Tan cerca, y aún tan lejos.

—Diana —mi voz es baja, un susurro en el aire. Ella levanta la vista, y nuestros ojos se encuentran. Esos ojos, esos malditos ojos, que han estado persiguiéndome desde el momento en que entró en mi oficina. Son peligrosos. Son como una droga. Y sé que, al igual que cualquier adicción, cuando no los tengo, me faltan.

El espacio entre nosotros se llena de una tensión palpable. Ya no hay una barrera de profesionalismo. Ya no hay una muralla entre el jefe y la asistente. Solo somos dos personas, con deseos, con necesidades no expresadas.

—¿Sabes, Diana? —digo, mi voz más grave ahora—. Esto no es solo sobre el trabajo. No lo es, y tú lo sabes.

Ella no responde. No tiene que hacerlo. Ya lo sé. Ya lo estamos reconociendo sin palabras. Pero lo que me intriga es cuán lejos está dispuesta a llegar para explorar esto. Cuánto puede resistir antes de ceder.

Me inclino hacia ella, casi tocando su mano, el contacto cercano me provoca una corriente de electricidad que recorre mi cuerpo.

—Estoy empezando a creer que hay algo más entre nosotros, algo que no podemos negar. Y si te soy honesto, Diana, estoy bastante interesado en descubrir qué es.

Ella traga saliva, y esa pequeña reacción me dice todo lo que necesito saber. Hay miedo en sus ojos, pero también deseo. Quizás más del que está dispuesta a admitir.

El silencio entre nosotros es insoportable, hasta que finalmente, ella se levanta, recogiendo los platos con una rapidez que refleja su incomodidad. Pero yo no la dejo ir. No tan fácilmente.

—Diana… —mi voz se convierte en un susurro que la detiene en su lugar—. Este es solo el principio.

El resto de la cena transcurre en silencio, pero algo ha cambiado. Entre nosotros ya no hay solo un juego de poder. Hay algo mucho más profundo, mucho más peligroso. Algo que, si no tenemos cuidado, nos consumirá a ambos.

Y mientras la veo alejarse, mientras me quedo allí, observando su figura desvanecerse en la penumbra, sé que esto no ha hecho más que comenzar.

Lo que está por venir es inevitable.

El sonido de los tacones de Diana al alejarse se convierte en una especie de música suave para mis oídos, pero no me satisface. Mi mente está sumida en pensamientos oscuros, pensamientos que no suelo permitir que tomen el control. Sin embargo, hoy, en esta habitación oscura y tranquila, esos pensamientos están ganando terreno, desbordándose en cada rincón de mi mente. Es imposible ignorarlos, y más cuando el deseo se mezcla con la necesidad de control.

Sé que no debería pensar en ella de esta manera. Diana es mi asistente. Mi subordinada. Pero la veo y no puedo evitarlo. No puedo evitar el deseo de marcarla, de hacerla mía de una manera que no puedo explicar. Cada pequeño gesto, cada mirada que lanza, me consume aún más. Y por eso, esta cena, esta primera prueba, ha sido tan importante. Ha sido la primera chispa en un fuego que ya no puedo apagar.

Mientras la veo desaparecer por el pasillo, pienso en cómo he jugado con ella, cómo he alimentado esa tensión entre nosotros. Ha sido fascinante observarla vacilar, dudar, y al mismo tiempo, seguir adelante, como si algo en su interior también la impulsara a dar ese paso hacia lo desconocido.

Pero lo que más me inquieta es lo que ocurre en mi interior. Nunca me había sentido tan fuera de control. Siempre soy el que dirige, el que manda, el que controla. Sin embargo, con Diana, las reglas parecen ser diferentes. Y eso es lo que más me atrae.

Me apoyo en la mesa, mi mente fija en ella mientras la sigo con la mirada. Quiero que vuelva. Quiero que se quede, que no se aleje, que se quede en este espacio entre nosotros, donde las palabras no son necesarias, donde lo que hay no puede ser definido ni entendido por las reglas que he establecido a lo largo de mi vida.

La cena termina, y la quietud se adueña de la habitación. A lo lejos, escucho el sonido de la puerta cerrándose suavemente. Y sé que el juego acaba de empezar.


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