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Diana

Nunca he sido una persona que se deje llevar por lo que siente. Siempre he mantenido las cosas bajo control, he sabido hasta dónde puedo llegar sin perderme a mí misma. Pero con Alexander… es diferente. Desde esa maldita cena, no puedo dejar de pensar en él. Es como si su presencia estuviera marcada en cada rincón de mi mente. Y lo peor de todo es que me está afectando.

Nunca he sido débil. Siempre he sabido dónde estaban los límites, y cómo mantener el equilibrio. Pero ahora… ahora esos límites se sienten borrosos. Difusos. Como si cada vez que lo miro, me cuestione a mí misma.

Puedo sentir sus ojos sobre mí, incluso cuando no los veo. Es una constante, una presión sutil pero presente. Me siento observada, medida, estudiada. Y eso me incomoda. Me hace preguntarme si realmente estoy en control de la situación, o si, sin darme cuenta, ya he perdido la batalla.

Cada vez que nuestras miradas se cruzan, algo en mi estómago se revuelca. La forma en que su mirada se clava en mí, como si pudiera ver a través de mi ropa, a través de mi alma, me estremece. No es sólo que sea guapo, no es sólo que tenga ese magnetismo natural que atrae a todos. Es algo más, algo que no puedo identificar.

Trato de mantener la compostura, de seguir siendo profesional. Al fin y al cabo, soy su asistente. Mi trabajo es claro y debe ser ejecutado sin fallos. Pero lo que no esperaba es que esa dinámica se volviera tan… turbia.

Alexander comienza a invadir mi espacio de formas que no puedo ignorar. Antes, todo se mantenía dentro de los límites, la línea era clara. Pero ahora, cada vez más, siento que se acerca a mi zona de confort, a mi espacio personal, y lo hace con una habilidad aterradora.

En las reuniones, siempre se sienta más cerca de lo necesario. A veces, la manera en que sus dedos tocan el papel cuando me pasa documentos, o cómo sus manos rozan las mías cuando le entrego algo, me hace temblar. Sé que lo hace a propósito, que lo está haciendo para desestabilizarme. Y lo odio… pero al mismo tiempo, me atrae de una manera que no puedo controlar.

Y luego están los eventos. Cada vez más, Alexander me invita a cenas, a reuniones fuera de la oficina, incluso a viajes de negocios. Cualquier excusa es buena para llevarme con él. Al principio, lo atribuía a su necesidad de tener todo bajo control. Después de todo, soy su asistente, tiene derecho a estar conmigo cuando lo necesite.

Pero lo que he empezado a notar es que, cuando estamos fuera de la oficina, su comportamiento cambia. Es más… atento. Más cercano. Y esa cercanía, esa amabilidad forzada, me hace sentir como si me estuviera atrapando en su red sin darme cuenta.

Lo peor de todo es que me gusta. No debería gustarme. Soy profesional. No puedo permitirme ser arrastrada por esta atracción. Pero la forma en que me mira, la forma en que me hace sentir importante, especial, me pone en una posición vulnerable que no quiero admitir. He estado siempre bajo su control, pero ahora siento que ya no soy la misma.

Es extraño cómo todo comienza a girar en torno a él. Al principio, pensaba que solo era una cuestión de trabajo, de eficiencia. Pero ahora, mis pensamientos siempre lo involucran a él. Cómo huele cuando se acerca, cómo su voz grave me hace sentir enloquecer, cómo sus ojos no me dejan escapar.

Y entonces llega el día en que, finalmente, las cosas estallan.

Es una noche cualquiera, y estamos en una de esas cenas de negocios, rodeados de gente, riendo, hablando de trivialidades. Pero algo cambia cuando me siento junto a él. El espacio entre nosotros, que hasta ahora había sido cómodo, se vuelve incómodo, denso. Mi respiración se acelera, y siento una presión en el aire.

Lo miro, y ahí está de nuevo esa mirada intensa. Algo en sus ojos me dice que no está prestando atención a la conversación. Su mente está en otro lugar, y ese lugar, aparentemente, soy yo.

"¿Qué pasa, Diana?" Su voz rompe el silencio que se ha formado entre nosotros, y yo, estúpida, casi salto al escucharla tan cerca de mí.

"¿Qué quieres decir?" Mi voz sale más baja de lo que esperaba. Estoy nerviosa, lo sé, pero trato de disimularlo.

"Te noto distraída," dice, casi con un tono de diversión, como si estuviera jugando conmigo. Pero no me hace sentir cómoda. Su mirada se torna más oscura, más intensa. "¿Es que ya no te interesa lo que estoy diciendo, o es algo más?"

No sé qué responder, no sé si debo salir de este juego o dejarme llevar. Pero lo que más me sorprende es que, al mirarlo, noto que sus ojos ya no están en mi rostro. No, ahora los observa de una manera diferente. Los recorre, desde mi cuello hasta mi mandíbula, como si tratara de saborearme con la mirada. Y en ese instante, algo en mi interior se sacude.

"No es eso, Alexander," musito, pero mi voz suena vacilante, como si estuviera perdiendo el control de lo que digo. Mis manos tiemblan ligeramente.

"Entonces, ¿qué es?" Su pregunta es suave, pero hay algo peligroso en su tono. Algo que me hace dudar. "Porque… estoy empezando a pensar que lo que realmente te distrae, Diana, soy yo."

Mis ojos se abren de par en par, mi corazón late con fuerza, y la confusión me invade. No sé qué está pasando, no sé cómo reaccionar. ¿Está jugando conmigo? ¿O está hablando en serio?

"Yo… no sé de qué hablas," digo, aunque mis palabras suenan como una mentira.

"Lo sabes perfectamente," dice, y su mano roza mi brazo, un roce tan sutil pero tan significativo que me recorre una corriente eléctrica. "Es imposible ignorar la tensión entre nosotros. No puedes negar lo que está pasando."

Mi respiración se vuelve más pesada, más difícil de controlar. Mis pensamientos están en caos, pero lo que más me duele es que, en el fondo, sé que tiene razón. La tensión está ahí, palpable. Yo también lo siento. No lo quiero, no quiero que sea así, pero no puedo evitarlo.

"¿Qué es lo que quieres de mí, Alexander?" pregunto, casi sin pensar. Mi voz sale baja, tensa. Estoy al borde de perderme.

Él me mira, y en sus ojos, por un momento, veo algo que me hace retroceder. Hay algo oscuro ahí, algo más que deseo. Algo que no estoy segura de poder manejar.

"Lo que quiero…" Sus palabras se detienen por un momento, como si estuviera calculando cada una de ellas. "Lo que quiero, Diana, es que dejes de resistirte. Porque te necesito. Y no solo para el trabajo."

El mundo parece detenerse a mi alrededor. Mi mente da vueltas mientras sus palabras se repiten en mi cabeza. Él no está hablando solo de lo que sucede en la oficina. Hay algo más. Algo mucho más profundo. Y eso me aterrorizaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.

Estoy atrapada, y lo peor de todo es que quiero serlo.

Me quedo en silencio, mirando sus ojos, esos ojos que nunca me dejaron escapar. Y mientras lo observo, me doy cuenta de que este juego acaba de comenzar.

La atracción que siento por él, la confusión, el miedo, el deseo… todo eso está en mi interior, y no puedo esconderlo por más tiempo. Y aunque trate de mantener el control, sé que estoy a punto de perderlo.

Porque, al final, lo que me aterra es que quiero perderlo.

Lo primero que noté fue el cambio en su mirada. Al principio, había sido simplemente su jefe, Alexander Stone, un hombre cuya presencia era imposible de ignorar. Alto, seguro, con una confianza que rozaba lo intimidante. Pero ahora, en esos momentos fugaces cuando nuestros ojos se encontraban, algo diferente se asomaba, algo que no podía identificar del todo, pero que me hacía sentir inquieta.

Yo era profesional, me lo repetía constantemente. Diana, no dejes que nada te distraiga. No dejes que su cercanía te haga perder el control. Pero el control… ¿realmente lo tenía? Cada vez que estaba cerca de él, mis pensamientos se volvían más confusos, más erráticos. Aquella mirada, esa forma en la que me observaba a veces, con una intensidad que me hacía cuestionar si lo hacía por su trabajo o por algo más… algo más que no podía permitirme pensar.

Estaba clara en lo que debía hacer: ser su asistente, cumplir con mis tareas, mantener la distancia. Pero a veces, cuando sus dedos tocaban levemente mi brazo o cuando su voz se deslizaba en mi oído con una cercanía tan palpable que me hacía estremecer, la línea entre lo profesional y lo personal comenzaba a difuminarse.

Un día, durante una reunión particularmente tensa, su cercanía fue más palpable que nunca. Mientras discutíamos detalles de un evento importante, sus ojos no se apartaban de mí. No estaba seguro si era la importancia de la reunión o si era algo más. A veces, sentía que me leía, como si pudiera ver a través de mí, a través de mi fachada profesional, a través de todo lo que intentaba ocultar.

"¿Estás bien, Diana?" Su voz profunda, suave, hizo que mi corazón saltara. La pregunta era inocente, pero sus ojos no mostraban nada de inocencia. No pude evitar detenerme un segundo antes de responder.

"Sí, claro. Todo en orden." Mi tono fue firme, pero en mi interior, las dudas empezaban a crecer.

En los días siguientes, Alexander comenzó a invadir más de mi espacio. Y no solo físicamente, sino en cada aspecto de mi vida profesional. Empezó a involucrarme más en las decisiones, en las reuniones privadas, y lo que antes era una rutina organizada comenzó a sentirse como si me estuviera rodeando, sin que pudiera escapar.

"Quiero que organices una cena privada para esta noche, Diana", me dijo un día, interrumpiendo mis pensamientos. "Quiero que te encargues de todos los detalles. Nada debe faltar."

Era un evento importante, y mi mente comenzó a hacer cálculos rápidamente, asegurándome de que todo estuviera perfecto. Pero lo que me sorprendió fue la forma en que lo dijo. No era una solicitud de su parte. Era más bien una orden, pero con algo más, algo en su tono que me hizo sentir una extraña combinación de desconfianza y, al mismo tiempo, algo más… algo más difícil de identificar.

La cena transcurrió como cualquier otro evento, pero mi atención estaba puesta en él, como siempre. En la forma en que sus ojos me seguían en la sala, cómo sus gestos eran controlados, pero su mirada, esa mirada que nunca se apartaba de mí, comenzaba a sentirse como una presión. Me sentí atrapada, pero no de la manera en que hubiera esperado.

El clímax de esa noche llegó cuando, después de que los últimos invitados se retiraron y la mayoría de la sala quedó vacía, me quedé a solas con él. El ambiente estaba en silencio, casi expectante. No pude evitar notar cómo sus ojos brillaban con algo que no había visto antes: una necesidad contenida, algo que superaba la simple obligación profesional.

"Quiero que me acompañes al despacho, Diana", dijo, con un tono más suave, casi un susurro. No era una pregunta. No esperaba que me negara.

Lo seguí, mi corazón latiendo con fuerza. El despacho estaba oscuro, solo iluminado por las luces tenues de las lámparas. Alexander se acercó a la mesa, y el aire entre nosotros estaba cargado de algo más que tensión. Un silencio pesado se instaló mientras me quedaba de pie frente a él, esperando que hablara. Pero no lo hizo. En lugar de eso, me observó detenidamente, sus ojos fijos en mí, como si estuviera evaluando algo que no lograba comprender.

"Diana", dijo finalmente, su voz grave llenando el espacio. "Necesito saber que puedes manejar todo lo que te pido. No solo porque sea parte de tu trabajo… sino porque confío en ti. Quiero que entiendas lo que eso significa."

El silencio volvió a ser insoportable, pero ahora, sus palabras me daban vueltas en la cabeza. ¿Qué quería decir con eso? ¿Por qué sentía que había algo más detrás de su tono? Algo que no lograba captar, pero que me ponía nerviosa, excitada y a la vez temerosa.

La mezcla de sentimientos que recorrían mi cuerpo era inconfundible. Estaba confundida. Su poder sobre mí era palpable, y aunque me decía a mí misma que debía mantener la distancia, sus palabras me habían alcanzado de una manera más profunda de lo que pensaba.

La cena había terminado, pero algo había comenzado esa noche. Y aunque no podía decir con certeza qué era, sabía que no podía ignorarlo. Algo más se estaba desarrollando entre nosotros, más allá de lo profesional.

Me quedé en silencio, sin saber si debía contestar, si debía alejarme, o si debía… seguirle el juego.

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