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OSCURA INOCENCIA
OSCURA INOCENCIA
Por: Gaby Arreola
CAPÍTULO I OCULTA DEL MUNDO

— Es una m****a — Bufó molesto, al mismo tiempo que arrugaba con fuerza el papel entre sus manos. Ya ni sabía cuántas veces había leído aquella carta y seguía sin comprender lo que en ella estaba escrito.

Una pequeña ola de tranquilidad cubrió su corazón cuando el abogado le informó que su padre le había dejado un mensaje. El hecho de que se enfatizara que el contenido de esa carta no podía ser revelado a nadie más, le dio la esperanza de que esa complicidad compartida con su padre no había desaparecido con su muerte.

Una vez más, su padre le daba fuerzas, incluso después de su partida. Sin embargo, la decepción, la confusión y ciertos toques de ira se apoderaron rápidamente de él después de leer esas palabras.

Lo peor de todo, y con lo que no podía lidiar, era la frustración de no tener respuestas sobre lo que se decía en la carta. El único que podía responder esas preguntas era su padre, pero él ya no estaba.

Extendió la carta una vez más y volvió a leerla con la misma esperanza que las veces anteriores de que esta no fuera verdad.

«Ahora tú eres lo único que tienes», se concentró en esa frase — ¿Por qué? — se preguntó lleno de frustración y confusión.

— Cham — lo llamó de pronto su madre — ¿Estás bien? — quiso saber.

El corazón de Cham, el apodo cariñoso que le daba su madre a Itzam, se apretó, su madre, esa mujer dulce y noble que estaba frente a él, la misma que le había entregado todo de sí a su padre, había sido traicionada por ese hombre al que tanto amó. Seguro estaría decepcionada al conocer la verdad.

— Sé que es la última voluntad de tu padre — comenzó a decir nerviosa — y no tengo derecho a…

— Mamá, no — la detuvo su hijo. No podía decirle lo que su padre dejaba escrito en aquella carta, no porque quisiera obedecer la última voluntad de él, sino porque saberlo la destrozaría — No son nada más que palabras de ánimo — le aseguró, tomando sus manos — Tienes el derecho, claro que lo tienes. No tienes de qué preocuparte, mamá, supongo que papá solo quería reconfortarnos después de su partida — mentirle a su madre lo hacía sentir aún peor.

Su madre lo envolvió de inmediato en un fuerte y reconfortante abrazo — Ahora eres el hombre y líder de nuestra familia. Estoy segura de que tu padre descansa en paz sabiendo que tú nos proteges, querido — lo animó.

— Gracias, madre — respondió él sin ánimo — ¿podrías pedirle a Rigo que venga? — pidió, soltándose de su abrazo.

— Claro, querido.

Rigo era el abogado de la familia, trabajaba con ellos desde muchas generaciones atrás y, a sus escasos 26 años, relevaba a su padre y comenzaba a hacerse cargo de todos los asuntos legales de la familia de Itzam.

— Dígame, señor Balcab.

— Ya te dije que me llames Itzam, apenas y eres un par de años mayor que yo — reclamó el pelinegro.

— Como guste — respondió Rigo un poco exasperado.

— Explícame esto — exigió Itzam, ondeando con su mano derecha el papel arrugado.

— No conozco el contenido de esa carta — aseguró el abogado en tono serio.

— Me crees idiota, sé que no conoces de manera literal lo que dice; pero estás al tanto de la situación a la que se refiere — Sus fríos ojos grises se clavaron en el abogado. — ¿Es su hija ilegítima?, ¿por qué la ocultó?, ¿quién más lo sabe?

Rigo suspiró profundamente mientras era bombardeado de preguntas por parte del ahora cabeza de los Balcab.

— Nunca afirmó que fuera su hija, y tampoco lo negó. No estoy seguro de eso. Fue ocultada por seguridad; al parecer, la madre tenía bastantes enemigos, y solo lo sabemos usted y yo — explicó.

— No me haré cargo de ella, no tengo ninguna obligación — aseveró de manera amenazante Itzam, quien cuadró sus hombros haciendo ver su cuerpo más ancho e imponente.

— Es la última voluntad de su padre — afirmó Rigo — No le queda de otra.

— Claro que sí — rebatió Itzam.

El abogado inhaló con fuerza. Itzam no le desagradaba, pero comenzaba a colmar su paciencia.

— Su padre no le dejó opción. Legalmente, al morir él, usted pasa a ser automáticamente su tutor — explicó el abogado.

— ¡Debe haber alguien más! — sentenció Itzam.

— Ese es el problema, no hay nadie — dijo con firmeza Rigo.

— Si ese es el caso, entonces no me cabe duda de que sea la bastarda de mi padre — las palabras salieron de entre sus dientes apretados, cargadas de odio.

— No adelante conclusiones — aconsejó el abogado con seriedad.

— Tú mismo acabas de decir que mi padre no negó que fuera su hija…

— Pero tampoco lo afirmó — rebatió Rigo.

Itzam torció el gesto incrédulo. Para él, esa chica a la que su padre le había dedicado sus últimas palabras no era más que una despreciable bastarda.

— ¿La has visto?, ¿hablado con ella? — inquirió, clavando su oscura mirada en el abogado. Cualquier otro se habría incomodado, pero Rigo ni se inmutó.

— No — aseguró — Ha estado desde pequeña en un internado de monjas. Acompañé a su padre algunas veces, para tratar temas legales de su estadía en el lugar — Rigo omitió que esos asuntos eran para evitar que la chiquilla fuera expulsada por su indomable rebeldía — Estará ahí hasta cumplir los 18 — informó.

— Excelente, ¿cuánto falta para eso? — quiso saber ansioso.

— Un año.

— Bien, me parece muy bien. Sigue haciéndote cargo de todo lo relacionado con ella como hasta ahora. No quiero saber nada, no me interesa. En un año dejaré de ser su tutor y listo — Itzam se sacudió las manos quitándose un peso de encima.

A Rigo le molestó la ligereza con la que habló de la joven en cuestión, como si se tratase de un objeto sin importancia; pero no dijo nada, faltaban noticias por dar aquel día, el cual de por sí, ya se había vuelto bastante caótico y pesado.

— De esto, ni una palabra a nadie — ordenó — preparemos la lectura del testamento — agregó Itzam.

— En cuanto a eso… — Al instante el cuerpo de Itzam se tensó; la postura rígida de Rigo indicaba que no era nada bueno — La lectura del testamento está programada para dentro de un año…

— ¿Qué? — exclamó Itzam con sorpresa.

— La lectura se llevará a cabo el 29 de septiembre del próximo año. Solo deben estar presentes usted y la joven — anunció Rigo.

— ¿Qué tiene que ver ella en esto? — exigió saber Itzam con la intriga carcomiéndolo por dentro.

— No lo sé…

— ¡Lo sabes! ¡Claro que lo sabes! — rugió el joven de ojos negros mientras lo tomaba por las solapas del traje.

— ¡Suéltame! — pidió Rigo al mismo tiempo que se zafaba de su agarre — No lo sé — volvió a decir — Lo único de lo que estoy seguro es que esa joven debe permanecer oculta del mundo. Y, antes de que preguntes, tampoco sé por qué — se apresuró a aclarar.

— Pues entonces averígualo — ordenó Itzam.

— Haré lo que pueda — respondió Rigo mientras ajustaba su traje — debo irme — anunció.

— ¿Ella lo sabe?, ¿sabe que murió? — preguntó de pronto Itzam.

— Debe estar enterándose en este momento — respondió el abogado antes de salir. Dejando tras de sí a un muy confundido y molesto Itzam.

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