CAPÍTULO 4 CRUSH

CAPÍTULO 4

CRUSH

El llamado a la puerta salvó a Itzam de responder a esa pregunta y a Milenka de escuchar una terrible verdad.

Algo desaliñado, con rostro cansado, pero sin perder la elegancia que lo caracterizaba, Rigo apareció tras la puerta. Apenas vislumbró la presencia de Milenka, el alma pareció volverle al cuerpo.

— Pero mira nada mas cómo estás, te vas a resfriar — señaló con preocupación. Tomó el saco que descansaba en su antebrazo y la rodeó con él, en un gesto de protección.

— ¿Puedes darme un poco de agua? — pidió con tono amable a Itzam mientras lo reprendía con la mirada.

— Claro, por allá — señaló hacia la cocina, dando por entendido que tendría que ir a buscarla él mismo. Aunque pareciera el peor de los anfitriones, Itzam estaba decidido a no mostrar ninguna amabilidad hacia esa joven.

Bajo la atenta mirada de Itzam, Rigo fue a buscar el agua. No tardó ni un par de minutos en regresar con ella. Junto a Milenka tomó asiento en el sofá.

— Dime, ¿cómo estás?

 Tanta atención hacia la chica hizo sentir incómodo a Itzam.

— Iré a cambiarme — les anunció, y sin más, se retiró a su habitación deseando con todas sus fuerzas que, cuando regresara, Rigo y sobre todo Milenka, hubieran desaparecido, no solo de su casa, sino también de su vida. No estaba dispuesto a cargar con la hija ilegítima de su padre, que, por si fuera poco, seguramente tenía problemas mentales.

«Casarnos, ¡qué estupidez!» se mofó internamente.

Con mucha tranquilidad y tomándose todo el tiempo del mundo, Itzam cambio sus pijamas por un conjunto deportivo en color negro.

Al encontrarse de nuevo con Rigo y Milenka, nada había cambiado. La joven seguía moqueando y Rigo consolándola.

— Arriba, en la habitación del fondo, hay una muda de ropa. Cámbiate — no mostrando ningún tacto, Itzam seguía usando un tono despectivo con ella

Milenka miró a Rigo; este asintió con la cabeza en señal de aprobación. Entumecida hasta la médula, Milenka se puso de pie y echó a andar escaleras arriba, aún envuelta en el saco de Rigo. Su imagen realmente daba lastima.

El abogado achicó los ojos sobre Itzam. Esa repentina amabilidad le pareció extraña.

— Puedes tratarla mejor — afirmó con seriedad.

— No voy a tratarla de ninguna manera. Ella no tiene nada que ver conmigo.

— Tiene todo que ver contigo eres lo único que tiene, te guste o no.

— Yo no elegí esto. No tengo por qué aceptarlo — sentenció.

— Itzam, tu padre…

— Mi padre nada. Él ya no está. No puede obligarme a cuidar a su bastarda.

— Baja la voz, ¿quieres? — pidió el abogado preocupado de que Milenka pudiera escuchar los insultos de Itzam. A su parecer, la pobre ya había pasado por mucho estrés.

— No me importa lo que piense. Es mejor que se entere de cómo son las cosas de una vez.

— Estoy de acuerdo contigo en eso; sin embargo, no tenemos por qué ser tan rudos con ella. Al fin y al cabo, no tiene la culpa de lo que sucede.

— Entonces yo si la tengo — Itzam ardía de furia. — Yo si tengo que cargar con el desliz de mi papá y cuidar de la bastarda.

— Que no es una bastarda. Ella no es su hija — aseveró Rigo.

— ¿Estás seguro? — inquirió Itzam, un poco sorprendido por la revelación del abogado.

— Si, me lo dijeron en el convento, y ella acababa de confirmármelo.

—¿Qué fue lo que te dijo?

— Es muy extraño — meditó Rigo, aumentando la ansiedad de Itzam. — En el convento no quisieron darme detalles, vamos, ni siquiera su apellido — confesó. — Lo más extraño es que Milenka tampoco lo sabe.

— Milenka.

— Si ese es su nombre, Milenka. Pero eso es todo, según la madre superiora, por orden explícita de tu padre, no se debe saber nada sobre la chica hasta que ella cumpla la mayoría de edad. No me dio detalles, asegura que tu padre no se los dio a ella, del por qué debe ser así.

— Eso significa que, si tiene familia, además de mí, hay otras personas que pueden encargarse de ella — alegó Itzam con aire esperanzador.

— Supongo que es ahí donde radica el problema. Solo la monja y tu padre saben su apellido, y sabiendo que no quieren revelarlo es porque al hacerlo, esa familia puede encontrarla. Y por alguna razón, no quieren que la encuentren hasta que ella sea independiente legalmente — para el abogado no existía otra explicación.

— ¿Por qué piensas que hay que protegerla de ellos? — inquirió Itzam.

— La monja me lo dio a entender; tu padre debió de contarle toda la historia para que la aceptaran bajo su resguardo en el convento. Por alguna razón, el Sr Balcab está ligado a la vida de esa chica y tiene un deber moral con ella.

— Un deber que me heredó — rezongó Itzam.

— Sé que es difícil, lo entiendo de alguna manera; pero tu padre confiaba en ti, incluso después de su muerte, sigue haciéndolo al encargarte de esta tarea. Son muchas dudas, lo sé, es frustrante; pero todas ellas tienen respuestas, es solo cuestión de tiempo. Ella cumplirá los 18 en un año y todo quedará aclarado.

— Me pides lo imposible.

— El problema es que creías que era hija de tu padre. Está claro que no lo es. Ya no tienes razón para negarlo — Itzam lo fulminó con la mirada.

— Claro que puedo negarme. ¿Qué voy a hacer yo con una chiquilla fastidiosa? — se mofó incrédulo.

— Lo mismo que hacía tu padre: protegerla y velar por su bienestar. Velo de este modo, será solo por un año — Itzam meditaba sobre todo el asunto. Encargarse de una jovencita cuando él apenas tenía 23 años, hacía poco más de un año que se había graduado y comenzaba a hacerse cargo de la empresa familiar cuando su padre falleció. Ahora era responsable también de los negocios, su madre, toda la familia dependía de él.

Un peso enorme de responsabilidades y obligaciones se posaba sobre sus hombros, cuando se suponía que tendría libertad para disfrutar de su vida desahogadamente antes de sumergirse en el mar de obligaciones que ahora eran su realidad.

Cubriéndose el rostro con las manos, suspiró pesadamente. «Velo como una obra de caridad, un último favor a tu padre», se dijo a sí mismo.

— Está bien, lo haré — dijo al fin —. Regrésala al convento y me mantendré al pendiente.

— Te lo agradezco — respondió secamente Rigo, cuya actitud estaba contraria a la de Itzam.

— ¿Qué? ¿Ahora cuál es el problema? — inquirió Itzam.

— No puede volver al convento; ya no la recibirán.

— ¡Mierda! — exclamó frustrado —. Habla con las monjas, ofréceles un donativo o algo.

— Eso sería chantaje y las monjas no lo aceptarían… lo intenté y no aceptaron — admitió avergonzado —. Milenka no era una alumna de conducta ejemplar, ¿sabes? Hace apenas unos meses logramos que no la expulsaran. Ya no sé cuántas veces tu papá abogó por ella.

— Lo haré, yo hablaré con las monjas — Itzam estaba dispuesto a hacer lo que fuera con tal de que Milen volviera al convento.

— Es imposible. Lo intenté todo, pero las monjas no quieren arriesgarse a una mala reputación. Varios padres de familia pusieron en duda la seguridad del convento debido a lo que pasó. La madre superiora, para tranquilizarlos, les aseguró que no se había escapado, que solo había regresado a vivir con su familia. Por lo tanto, si ella regresa, será perjudicial para ellas, y no están dispuestas a correr más riesgos a causa de Milenka.

— Entonces, búscale otro lugar — ordenó de inmediato el joven de ojos oscuros.

— Tampoco podemos — alegó, ganándose de nuevo las miradas asesinas de Itzam — No tenemos nada de la documentación necesaria, todo está en posesión de la madre superiora y se negó rotundamente a entregársela antes de que ella — señaló escaleras arriba — cumpla la mayoría de edad.

— Pues consíguete algo falso — Rigo abrió los ojos asombrados con la facilidad con que Itzam resolvía las cosas sin importarle si era la forma correcta de hacerlas — Digo, algo tendremos que hacer, ni modo que la encerremos en algún lugar y pierda el año — Rigo tendría que reconocer que Itzam tenía argumentos válidos.

— Veré qué podemos hacer — accedió resignado — Mientras tanto, lo mejor será que se quede aquí.

— No, no, no. Llévala a un hotel, aquí no se queda, es… es demasiado fastidiosa, llorona y no deja de decir tonterías, como que nos vamos a casar. Por cierto, ¿de dónde sacó esa mocosa que vamos a casarnos? No me digas que… — un nuevo miedo apareció, que su padre lo hubiera comprometido con ella.

— No, tranquilo, no es lo que piensas — se apresuró a decir el abogado — Me contó que, desde hace tiempo, varios años, a decir verdad, tu padre comenzó a hablarle de ti, supongo que para que ella fuera desarrollando algún tipo de confianza en ti. En fin, tú te volviste un tema de conversación obligatorio entre ellos. Al estar encerrada desde que nació en el convento de puras chicas, supongo que desarrolló algún tipo de enamoramiento platónico hacia el único chico del que tenía conocimiento cercano, o sea, tú.

— ¿Enamoramiento platónico? Asegura que vamos a casarnos. Debe estar mal de la cabeza.

— Es normal. A su edad todas las jovencitas sueñan que se casarán con su artista favorito o su crush de la escuela — explicaba con empatía Rigo — Supongo que tu padre no quiso contradecirla. La pobre no tiene familia, ha pasado toda su vida encerrada, negarle la ilusión de un amor sería una crueldad, ¿no crees?

— Y a mí que me lleve el diablo, ¿no? — rezongó el aludido.

— Ese es el menor de los problemas.

— Cierto, tenemos que ver qué hacemos con ella — coincidió Itzam — Buscaremos la manera de ingresarla a un internado. Suponiendo que sea verdad lo de su familia, no podemos exponerla. — Bajo una falsa preocupación, Itzam aprovecharía las complicaciones para mantenerla lejos de él.

— Mientras tanto, se quedará aquí — alegó el abogado.

— Está bien, está bien. Pero debes apresurarte… y sigue averiguando lo que puedas sobre ella, sobre esa supuesta familia. Tenemos que saber a qué nos enfrentamos — el abogado asintió conforme.

— ¿Puedes llamarla? — pidió Rigo.

Contra toda su voluntad, Itzam se encaminó escaleras arriba y la llamó desde el pasillo — Moco… niña, ven acá — no esperó a que Milenka respondiera cuando emprendió la marcha de regreso a la estancia con Rigo.

Al cabo de unos minutos, la joven apareció escaleras arriba, llevaba puesta la ropa que Itzam le había dado, un pantalón deportivo color gris y una playera polo en color negro que le quedaban enormes. Jugando nerviosa con sus manos, bajó hasta donde ellos, que la esperaban envueltos en seriedad.

Tomó asiento frente a ellos con la misma sensación que sentía cada vez que las monjas la reprendían. «Y yo que pensé que esas regañinas ya se habían terminado» pensó decepcionada.

— Deja de chuparte el dedo — le ordenó con voz amenazante Itzam.

Milenka pego un respingo, ni siquiera se había dado cuenta que estaba mordiéndose de nuevo la mano. Era una manía incontrolable que salía a relucir cuando estaba en extremo nerviosa.

— Lo siento — murmuró.

— Bueno, esta es la cuestión… — comenzó a decir Itzam un tanto brusco antes de ser interrumpido por Rigo.

— Milenka — la llamó con un tono más suave — Por lo pronto, te quedarás aquí — los ojos de la joven se iluminaron de emoción. Apenas podía creer que estaría a lado de su amor. Después del agrio recibimiento estaba segura de que la echaría a la calle. — Buscaremos la manera de que continúes con tus estudios. No te metas en problemas. Itzam no es muy paciente — advirtió —. Como sabes, él es tu tutor de ahora en adelante. Yo también estaré al pendiente de ti. Puedes llamarme cuando quieras — agregó con amabilidad.

Gra…

— Un par de condiciones — la interrumpió Itzam — No saldrás de aquí, no hablarás con nadie y harás todo lo que yo diga… ¡ah!, y nada de andar diciendo que vamos a casarnos, ¿está claro? — acto seguido Milenka comenzó a hacer pucheros. — ¡No, no!, y nada de llorar.

— Itzam, por favor — lo reprendió Rigo.

— Si se va a quedar aquí, es necesario que lo entienda. Tu y yo no vamos a casarnos — aseveró con firmeza.

— Mi padrino me lo prometió… — balbuceó ella con la voz quebrada.

— ¿Qué fue lo que te prometió? — inquirió Rigo.

— Me dijo que tú serías como un hermano para mí, yo dije no, no quiero un hermano, él será mío para toda la vida, quiero casarme con él — la ilusión bailaba en sus palabras — él sonrió y dijo que sería como yo quisiera, solo tenía que prepararse. Cada vez que me visitaba y yo preguntaba por ti, me aseguraba que estabas ansioso por conocerme.

«¿Quién demonios sería esta chiquilla para que mi padre le contara semejantes mentiras?» se preguntaba Itzam.

— Ha sido un malentendido — intervino Rigo — Estoy seguro de que el señor Balcab tenía las mejores intenciones. Lamentablemente, su partida se adelantó quitándole la oportunidad de presentarlos como es debido. Pero una cosa es cierta: Itzam cuidará de ti y tú te portarás muy bien, ¿verdad?

— Sí, claro — respondió Milenka con una leve sonrisa y el corazón apachurrado. El hombre de sus sueños la desconocía por completo, eso la hacía sentir devastada. Sin embargo, no todo estaba perdido. Estaba a su lado y tenía la firme convicción de ganarse su corazón, como él se había ganado el suyo.

— ¿Lo entiendes? No vamos a casarnos — reafirmó Itzam.

— Por supuesto — le aseguró mirándolo directamente a los ojos. «Eso ya lo veremos, amor mío» pensó para sí misma.

— Bien, entonces aclarado ese punto, yo me retiro — anunció Rigo.

— Tenemos cosas pendientes, no lo olvides — lo presionó Itzam.

— Sí, sí, claro. Milenka, seguimos en contacto — le tendió la mano para despedirse; pero Milenka lo tomó por sorpresa abalanzándose sobre él. Mientras que Itzam fruncía el ceño por su atrevimiento, Rigo lo tomó como un gesto dulce de una tierna joven, así que le respondió el abrazo con calidez — No es muy paciente, por favor, no lo provoques — pidió una última vez.

— Gracias — respondió ella con sinceridad.

— Bien, te quedarás en la habitación donde te cambiaste. Mañana veré que te traigan todo lo necesario — le informó Itzam una vez que Rigo se hubo marchado.

— ¿Podemos ir de compras? No he salido mucho del convento, ¿puedes mostrarme la ciudad? — preguntó Milenka.

— No — Itzam se negó rotundamente. — No puedes salir de esta casa hasta que encontremos una escuela para ti. Limítate a obedecer.

— ¿Pero por qué? — rebatió la joven.

— Porque lo digo yo y así tiene que ser. Si no te gusta, ahí está la puerta. Si te das prisa, aún puedes alcanzar a Rigo para que te devuelva al convento.

— Como sea, estoy muy cansada. ¿Puedo retirarme? — Milenka no se atrevió a mirar a Itzam a la cara.

— Claro — respondió él fríamente.

Mientras subía aquellas escaleras, completamente desilusionada se preguntaba por qué su padrino le había hecho creer que Itzam correspondía a sus sentimientos.

 «¿Me mintió? No, él no podía imaginar que moriría. Nadie podía imaginarlo. ¿Tal vez estaba tomándose su tiempo? Cham es un poco gruñón. Igual no quería hacerlo enojar diciéndole de golpe que tenía una prometida. ¡Si, eso!, no me mintió, se lo diría poco a poco» se convencía a sí misma, negándose a aceptar que ya no había nadie en este mundo que la quisiera.

Se había quedado completamente sola, sin padres, sin su padrino, nadie que cuidara de ella, que la protegiera.

Solo estaba Itzam.

Él era lo único que tenía en el mundo y no lo perdería. Tal vez en ese momento él se mostraba algo renuente; no obstante, tomando en cuenta las circunstancias, era comprensible su actitud. Estaba segura de que con el tiempo él la apreciaría y aceptaría su cariño.

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