OBSESIONADO CON ELLA
OBSESIONADO CON ELLA
Por: Maria Pulido
PRÓLOGO

Los Ángeles-California, un viernes por la noche... 

—Mira Sibel… mira esta sincronía tan perfecta… —Aston señaló una ronda de estrellas, mientras Sibel amplió su sonrisa y siguió su dedo dibujando el cielo negro.

—Es… maravilloso… —Aston se giró hacia ella y asintió, embelesado por su belleza.

Ambos estaban sobre una manta en medio de la nada, escapados de alguna forma, porque era la única manera en que podían encontrarse. Entonces, él acarició su mejilla y susurró:

—¿Sibel? —ella se giró encontrando sus ojos grises, mientras algunos mechones de su cabello enmarañado, caían en la frente de Aston, dándole un aspecto juvenil, a pesar de que ya tenía 28.

—Dime…

—Por favor, no olvides que movería el cielo y la tierra por ti… —Sibel amplió más su sonrisa y luego le dio un beso en la nariz.

—Nunca lo olvido… pero, creo que es hora de irme… —Aston frunció el ceño, y ella pudo notar como el aspecto de su rostro cambió significativamente—. No te enfurruñes… ya sabes cómo es…

Aston asintió y luego la ayudó a sentarse con él para abrazarla.

—Un día no me importará el estatus de tu familia… un día entraré a esa casa, y me enfrentaré con el señor MacMillan y toda tu familia…

—Ni lo menciones… —Sibel se puso sería—. No es hora de ello —se levantó y recogió la cobija, y se dirigió al auto viejo de Aston que estaba aparcado a la orilla de la carretera.

—Dijiste que no te importaba… —Ella se giró metiendo las cosas en la maleta del auto.

—Y no me importa, lo sabes, pero ahora mismo mi familia está pasando por un tema económico… creo que no es el momento… —Sibel se fue hacia la puerta para abrirla, pero Aston la detuvo.

—¿Y cuándo será el momento? —ella soltó el aliento, pero él se recostó apretando su cuerpo—. Lo siento… estoy frustrado por este juego que tenemos tú y yo de vernos a escondidas… Te amo, Sibel… lo hago con locura…

Sus labios fueron sellados por Aston, y ella acunó su cara para alejarlo un poco.

—Sabes que también te amo… solo necesito tiempo para decirle a papá, sé que él me apoyará en esto, lo sé…

Aston tomó el aliento y asintió.

—Bien… —ella le sonrió con picardía y luego se metieron dentro del auto para comenzar a andar.

A Sibel se le había pasado la hora, pero se deslizaría en la cena, que debía estar suscitándose en su familia, y luego se dormiría temprano, porque mañana tenía universidad.

Mirando por la ventana soltó el aliento. Estaba a solo unos meses de graduarse, y esto le decía que tal vez pudiera tomar las riendas de su vida, e independizarse de su familia, que en realidad era posesiva.

Aston se detuvo a unas cuadras de su mansión, y Sibel tomó su bolso para mirarlo y sonreírle.

—Iré después de la universidad… —Aston tomó su nuca y la besó con desespero.

—Entonces nos tardes… —ella negó.

—Nunca lo hago… —se bajó del auto y le envió un beso a Aston mientras caminaba hacia la mansión, sin embargo, él arrancó rápido, y luego le hizo luces para que ella se detuviera.

—¿Sibel? Te amo…

La sonrisa de Sibel se amplió y gesticuló la misma palabra, entre tanto él se perdía de su panorama.

Soltando el aliento, camino unos minutos más y luego entró a la mansión, mientras notó que no todo estaba con regularidad como de costumbre. Los guardias de su padre estaban un poco inquietos, y ella comenzó a detenerse cuando evidenció más de cinco camionetas negras, estacionadas de forma desordenada frente a la propiedad.

Sus pies se quedaron estáticos al notar muchos hombres de negro que no había visto antes ni servían a su familia, y pasándolos, entró a su casa para sentir una tensión apabullante.

Había un ambiente áspero, incluso amenazante, que dejó sus ojos en la palidez que tenía su padre, Armand, y su hermano mayor, Erich…

Ellos estaban sentados como estatuas en la sala, mientras unos hombres mantenían sus manos apretadas en sus hombros, como si los obligasen a quedarse quietos.  

—¿Papá? —solo pudo soltar la pregunta con su voz nerviosa.

—¡Sibel! —ella se giró de golpe cuando la voz de su madre la llamó.

Estaba sentada en otra esquina, y tenía el maquillaje regado por toda su cara. Era obvio que había llorado. Su hermana, de quince años, también estaba sentada en sus pies, con la cara metida ansiosa y tratando de no ver las escenas que le preocupaban.

Sibel tenía diecinueve, pero le envió una mirada a su pequeña hermana, como diciéndole que no temiera. 

Ella fue a dar un paso hacia ellas, pero un hombre de ellos, la frenó de golpe.

Por un momento sus sentidos se agudizaron y un olor fuerte de humo, comenzó a dispersarse desde una parte oscura en la otra esquina de la sala, que tenía la lámpara apagada. Así que achicó los ojos.

Parecía un escenario tétrico, como si se hubiese preparado específicamente para este momento.

—Llegas tarde a nuestra cena familiar… corderita… —Un hombre misterioso, dio una calada de su cigarrillo, y luego la soltó con lentitud, sin siquiera levantarse del sillón.

Su padre la llamaba así, así que ellos debían conocer a su familia.

Ella podía describir esto como un funeral, y se sentía aterrada cuando el hombre misterioso se la quedó mirando de arriba abajo. No podía notar sus facciones, pero de acuerdo a la dimensión del sillón, él debía ser muy alto, y grande.

—No metas a mis hijos en esto… —Armand MacMillan interrumpió su escrutinio, y Sibel notó como ese hombre apenas se giró en forma perezosa hacia su padre.

Fueron solo unos segundos, y luego escuchó una risa siniestra de parte de este hombre misterioso.

—No me gustan las bromas, MacMillan, pero debo decirte que fue un buen chiste… sin embargo, no me hagas perder más el tiempo y despídete de tu bella familia… que te verá cada día pudrirte… y tú a ellos…

Sibel miró a su madre que soltó un sollozo y negó sin entender.

—¿Por qué está haciendo esto? —se atrevió a preguntar mientras dos de los hombres tomaron a su padre, y lo empujaron hacia el frente.

Sin embargo, la atención de Sibel, que estaba pegada al suelo de los nervios, se centró en ese hombre, que ajustó su chaqueta y se puso de pie.

Sí… era muy alto, su presencia emanaba peligro, y cuando su rostro salió a la luz, ella se quedó sin aliento. Sus ojos estaban cargados de ira pura, mientras sus facciones, eran tan duras como el hierro.

Era evidente que era muy apuesto, peinado a la perfección y con un traje negro impecable. Sin embargo, todo en él expresaba peligro.

Él caminó dos pasos más, a una distancia de dos metros desde ella, y torció su cuello hacia un lado, mirándola de una forma despreciable.

El pecho de Sibel bajaba y subía de forma errática, pero apretó sus manos para menguar la tensión.

—Odio repetir… MacMillan… eres demasiado deficiente… —un hombre de negro empujó más a su padre, haciendo que este cayera, literalmente de rodillas, frente al hombre.

Sibel estaba sacada de forma, y sus lágrimas cayeron al ver la condición del gran Armand frente a este hombre. Literalmente estaba humillándolo frente a su familia, y su padre, que destruía todo por la misma, no hacía nada.

Ni siquiera su arrebatado hermano Erich.

—Iván… —Armand pronunció con súplica, pero un golpe en su rostro, lo echó hacia un lado, mientras unas gotas de sangre llenaron su labio.

Los pies de Sibel arrancaron hacia su padre, y llegando hasta él, gritó.

—¡Basta! ¡¿Qué es esto?! —alzó el rostro para mirar a su hermano, pero él le quitó la mirada.

—Hija… —el susurro de su padre la hizo mirarlo y luego lo vio negar—. No digas nada…

—Papá… ¿De qué se trata? —Y Armand negó entre tanto uno de los hombres lo tomó cuello y lo levantó alejándolo de ella—. Esperen… —Sibel se agitó hasta el cansancio—. ¿Qué hacen? ¿A dónde lo llevan?

Ella se dirigió hacia este hombre que estaba impasible de pie, pero él levantó la palma para que no se acercara más y tomara sus distancias.

—Tu padre… pagará deudas millonarias con su vida… —Sibel abrió los ojos y se apresuró a abrir su boca, pero este hombre se interpuso de nuevo—. Calla… no he terminado… Yo me encargaré de que tu padre pague todo lo que robó a mi familia… dejaré a su esposa en la calle… a tu hermano sin empresa, ni trabajo como un limosnero… a la chica menor sin sueños… y por supuesto… tú sigues en la lista… tu m*****a familia se derrumbará y todos verán a este pobre perro morirse en la miseria…

El hombre chasqueó los dedos, y al instante sus hombres de seguridad tomaron a su padre como un delincuente, y comenzaron a sacarlo de la casa.

Ella miró desperada cómo su madre se levantaba y su hermano era sostenido por otro guardia. El corazón quería salirse del pecho sin entender un ápice de lo que estaba pasando, y tomando el último aliento, solo pensó en una cosa.

Todos, su padre, y ese hombre estaban en la puerta cuando lo gritó.

—No estaría aquí si no quisiese algo a cambio… ¿No es así?

Sin embargo, el que ese hombre se girara, y le mostrara una sonrisa malévola, fue como si le hubiesen inyectado un veneno, tan solo con la mirada negra que le envió enseguida…

Y por supuesto que Iván Vasíliev quería una cosa… la quería a ella.

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