El hombre hermoso

Soy Stefano Magno.

Aquel hombre era sin duda alguna el más hermoso que jamás hubiera visto, su cabello era rubio casi castaño, sus ojos tan verdes que era imposible dejar de verlos. Sin embargo, solo me paso de largo y se fue al mostrador a hablar con Esmeralda, parecía muy afligido, tan distante del mundo, y ese halo de misterio lo volvía aun mas increíble. Tímidamente, Sali de allí con la esperanza de volver a verlo y decidí ir al pueblo esperando que mi corazón dejara de latir tan deprisa como lo estaba haciendo.

Y como todo en este pueblo, el lugar me pareció hermoso. Las maestras eran muy amables y los niños jugaban felices; hasta mi pequeña estuvo un rato jugando con ellos.

Finalmente, a la noche, volvimos a casa para empacarlo todo, ya que en dos días volvería para instalarme definitivamente en Washington, en aquel lugar que me daba grandes esperanzas.

Había llegado al pueblo desde temprano, así que en cuanto llegué, comencé a bajar las cosas del auto, aprovechando que Mía dormía en su sillita.

Inicié primero con algunos bolsos pequeños que era lo que podía bajar más fácilmente, y justo cuando estaba por sacar una de las grandes valijas, una voz se escuchó detrás de mí: era la de un hombre muy apuesto, de cabello oscuro y ojos negros. Se acerco a mí, extendiendo su mano, para saludarme.

Soy Milton Grant. — Le sonreí amablemente.

Soy Beatriz Miller — Respondí, mientras tomaba su mano y la estrechaba con la mía.

Déjame ayudarte — me dijo, mientras se acercaba al baúl de mi automóvil y sacaba la valija que yo había intentado mover — ¿La dejo dentro de la casa?

Gracias — conteste, asintiendo con la cabeza.

Ya habíamos bajado todo el equipaje del auto. En ese instante llevaba a mi niña en brazos a la habitación para acomodarla suavemente sobre la cama, y regresar al living, donde Milton me esperaba.

En cuanto me vio aparecer, me dirigió una mirada cálida, antes de hablar conmigo. — ¿Y qué te trae por aquí, en Washington, Beatriz?

Uhm… es una historia bastante larga. Pero, básicamente, quiero empezar una nueva vida, por lo que aquí me vez: con casa nueva, auto nuevo, nuevos trabajos, y espero que también nuevos amigos.

El asintió, aparentemente satisfecho con mi respuesta. — ¿Y en donde trabajaras?

En la escuela secundaria, y en la escuela de la reserva Indigena.

¿Tú eres la nueva profesora de literatura?

Si, ¿cómo lo supiste?

Bueno… yo vivo en la reserva y mi padre es uno de los jefes de la tribu, así que ya estaba enterado de tu llegada. Aunque…. Realmente no te imaginaba así…— me ofreció una sonrisa algo insinuante, y yo sólo atiné a bajar la mirada y me sonrojé furiosamente.

Creo que ya es hora de ponerme a acomodar todo este desorden… — sólo respondí. Quería, de una manera “gentil” concluir con esta situación tan incómoda para mí.

Es verdad. Mejor te dejo para que puedas terminar, otro día nos vemos — lo acompañé a la puerta, agradeciéndole la ayuda y luego me puse a desempacar.

Después de unas cuantas horas y aprovechando que Mía aun dormía, ya había terminado y ya tenía las cosas acomodadas. Solamente me faltaba colocar las nuevas cortinas, y estaba eligiendo cuales quedarían mejor cuando el sonido del timbre, me asustó.

Con un poco de recelo, abrí la puerta y me sorprendí mucho al ver a una joven mujer, de ojos verdes y cabello corto con una gran sonrisa en su rostro. A su lado, se encontraba un hombre rubio de pelo corto, con rasgos más pronunciados, pero con ojos igualmente cálidos. Y en medio de ellos dos, había una pequeñita, que debía tener la misma edad de Mía.

¡Bienvenida! Soy Alisson. Él es mi marido Jhon Hale y ella es Charlotte, nuestra pequeña — dijo, muy sonriente.

Soy Beatriz Miller – contesté, algo cohibida.

Nos enteramos que te mudaste apenas y queríamos venir a darte la bienvenida.

Muchas gracias. Adelante, pasen.

Creo que mejor las dejo a solas, así se conocen — dijo Jhon, mientras me daba un apretón de manos. — Fue un gusto conocerte, Beatriz.

El gusto es mío, y sólo díganme Beatriz.

Asintió una vez, se despidió de su esposa y de su hijita con un beso y partió.

¿Mamá? — Escuché la voz de Mía, que me llamaba desde la habitación.

Tomen asiento, yo regreso en un momento — me disculpé.

Fui a buscar a Mía en el cuarto y la lleve al living, donde luego de presentarle a nuestras vecinas, se puso a jugar muy feliz con Charlotte.

Beatriz, traje una tarta de frutillas — dijo Alisson.

Muchas gracias, pero no debiste molestarte. ¿Quieres un té o café?

Un té estaría bien, gracias — respondió, amable.

Y nos pasamos casi toda la tarde hablando. La verdad, es que era una persona muy cálida, y era bueno que comenzara a hacer amistades en el pueblo.

Con Alisson quedamos en que al día siguiente la visitaría yo, ella quería seguir contándome del lugar.

La primera semana en Washington se pasó rapidísimo, y la verdad para mí fue más que tranquila. Mi pequeña ya había dejado atrás sus berrinches y estaba mucho más relajada, por lo que realmente disfrutaba pasando el tiempo con ella. Ya no sentía que me sofocaba, tampoco estaba tan presionada ni irritable.

Washington me traía paz, y eso era más que suficiente en este momento.

El lunes me dirigí a la escuela a trabajar, el Director Calligan hizo lo propio presentándome con los demás profesores, entre los cuales se encontraba Rosario Hale, quien era la profesora de matemáticas. Ella se encargó de mostrarme todo el instituto, y me dejó en mi salón de clases.

Rosario era rubia, alta, con ojos oscuros, parecía ser de carácter muy frío, pero en cuanto entablamos una conversación, me di cuenta que las apariencias engañaban, ya era una maravillosa persona. Nos hicimos amigas y quedamos en juntarnos con Alisson para ir a tomar algo, ya que eran cuñadas.

El martes fui a la reserva Indigena por primera vez. Era un lugar maravilloso, con una playa hermosa. Billy me mostró gran parte de la reservación, y luego me llevó al salón donde me esperaban los estudiantes, para presentarme ante ellos.

Pensé que quizás podría encontrado con Milton. Pero no apareció, y yo tampoco pregunté por él, creo que fue lo mejor.

Ya llevaba casi dos semanas instalada en Washington aunque a aquel hombre hermoso llamado Stefano no lo volví a ver. Todo iba de las mil maravillas. Esa tarde, Alisson me pidió que fuera a su casa; desde que llegué, no hubo día que no nos juntáramos para platicar. Éramos inseparables.

Estuvimos muy entretenidas hablando, mientras yo cargaba al bebé y le hacía mimos. Cuando me di cuenta que ya era algo tarde, decidí hacer una pausa para ir preparar la cena.

No puedo creer que Thomy hoy no hizo uno de sus clásicos berrinches — dijo Esmeralda, con la incredulidad notándose en su voz.

¿Berrinches? ¿Cómo puede ser qué éste pequeño angelito haga un berrinche si se ha portado tan bien conmigo? — dije, admirando a esa hermosura de niño.

No sabes lo que dices, Beatriz. Este pequeño, todos los días, desde que nació se echa a llorar por horas y no hay manera de consolarlo. Pero, la verdad estoy sorprendida que hoy no hizo nada de lo que acostumbra.

Puede ser que le guste Beatriz mamá, quizás lo que él quiere es tenerla todo el tiempo a su lado — dijo Alisson con carita picara, mirando a Esmeralda divertida, yo no entendía nada, así que sólo me quede callada.

Mía, despídete que ya es hora de irnos a la casa.

Me despedí de Esmeralda y le di un pequeño beso en la frente a Thommy. Mía imitó mis acciones, ganándose grandes sonrisas por parte de las mujeres. Alisson me acompañó a la puerta y me recordé la invitación que me había hecho anteriormente. — Beatriz, recuerda que mañana es la cena de cumpleaños de Jhon y no pueden faltar, así que las esperamos.

Si amiga, descuida. No lo olvidaré — le di un beso en la mejilla y caminé a casa.

Al día siguiente, me levanté muy temprano, me duché, preparé el desayuno y levante a mi pequeña. Desayunamos y luego la llevé a la guardería; después me dirigí a dar clases a la reservación.

Cuando ya estaba por salir de mi trabajo, me sorprendió una voz conocida que me llamó, por lo que volteé a ver quien era.

¡Beatriz! ¿Qué haces por aquí?

¡Oh!, Milton… ¿Cómo estas? Yo recién he terminado de dar clases — le sonreí, tímida.

Me lo imaginaba. ¿Tienes ganas de ir a almorzar conmigo? — me preguntó, con ojos muy tiernos y con una gran sonrisa en su rostro.

Bueno, no tengo mucho tiempo. Pero si es algo rápido, no habrá problema.

Ven por aquí — me señaló, tomando una mochila de su auto e indicándome que le diera mis libros. — Será mejor que dejes esos libros en mi auto. Ven, iremos en mi moto, así llegaremos más rápido.

No sabía que hacer. Esta propuesta no me convencía mucho, pero después de todo, tenía ganas de hacer algo distinto, y Milton era un hombre que me inspiraba confianza.

Dejé mis libros como me dijo. — Vamos, súbete.

Me monté en la motocicleta y comenzamos a ir muy rápido. Luego se detuvo frente a una hermosa playa, que tenía arena de color gris, como todo los alrededores de aquí. Si bien el día era nublado, unos tenues rayos de sol atravesaban las nubes, lo que les daba un tono mágico al ambiente.

Escogimos un tronco de los que se encontraban en la playa, y nos sentamos. Él sacó de su mochila un par de hamburguesas, papas fritas y gaseosas.

¿Ya tenías todo preparado?

Si — dijo moviendo su cabeza de forma afirmativa. — Tenía muchas ganas de volver a verte.

Mis mejillas se pusieron sumamente coloradas, podía sentir como se calentaban poco a poco.

¿Y si no aceptaba venir?

Sabía que aceptarías, después de todo no podías rechazarme. — Una gran carcajada se escuchó de su parte.

Si, claro. Ahora resulta que también puedes ver el futuro — y me eche a reír, divertida.

Seguimos hablando por un largo rato, estuvimos haciendo chistes, y sobretodo riendo como niños. Después de tanto tiempo, sonreír era algo natural en mi rostro.

Nos quedamos en silencio por unos instantes y ahí fue cuando mire mi reloj… — ¡Oh por Dios! — grité y me levanté de un salto, muy aprisa.

¿Qué pasa Beatriz?

Ya tendría que haber pasado a buscar a Mía a la guardería, ¡es tardísimo!

Ven, vamos — dijo, comenzando a guardar las cosas.

Retiré a mi niña de la guardería, y pasé por la tienda de regalos para comprar el obsequio de Jhon, de regreso a casa. Al llegar a la casa, aproveché que Mía durmió una siesta para hacerlo yo también. Ambas despertamos casi al mismo tiempo, me di un baño y empecé a elegir la ropa que me pondría. Finalmente, ambas nos arreglamos y fuimos a casa de Alisson.

Cuando llegué todo era un total alboroto. Alisson andaba de aquí para allá y Esmeralda estaba tratando de ayudarla, pero teniendo al pequeño Thommy en brazos y llorando de una manera descontrolada, no podía hacer gran cosa.

¡Amiga! ¿Por qué no me avisaste? Pude haber venido a ayudarte.

Es que pensamos que podíamos entre nosotras, pero no contábamos con este “berrinche” — dijo, señalando al bebé.

¿Me permites cargarlo, Esmeralda? Veré si puedo hacer algo por él, para que se calme.

Claro, quizás tú tengas suerte, cariño — me respondió, dejando al pequeño en mis brazos. En cuanto lo tomé, él empezó a calmarse de forma automática.

¿Tomó su biberón? — pregunté, interesada.

No, Beatriz. Se lo ofrecimos, pero no podía tomar nada de tanto que lloraba — me contestó Esmeralda, y en sus ojos se mostraba lo frustrada que se sentía por no calmar a su propio nieto.

Toma Beatriz, quizás sea mejor que subas al cuarto de Charlotte. Ahí, seguro puedes estar más tranquila, sin tanto ruido — agarré el biberón con una de mis manos, mientras que con la otra sostenía al pequeño. Me giré para ver donde se encontraba Mía, y de inmediato Esmeralda se dio cuenta.

Ve tranquila cariño, yo cuido de tu pequeña. Con ella, sí que no tengo problema.

Okey — dije y subí lentamente, recordando donde quedaba la habitación.

Comencé a alimentar a Thommy que comía ávidamente. Ya estaba muchísimo más calmado, así que me levanté y lo apoyé sobre mi hombro izquierdo para que pudiese sacar sus gases, y mientras palmeaba suavemente su espalda, le cantaba una canción de cuna, hasta que note que se quedó profundamente dormido. Fue entonces cuando me disponía a dejarlo sobre la cama, que me percate que alguien me estaba mirando. Casi sufro un desmayo al mirar a aquel hermoso hombre que vi mi primer día sin despegarme la vista.

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