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Hay una inmensa oscuridad en la vereda, no logro ver bien a mí alrededor, las luces son tenues y la lluvia no ayuda mucho; creo que estoy parada entre dos árboles grandes que baten sus hojas a un ritmo tempestuoso, gracias al fuerte viento que los golpea.

 El agua cae por mi rostro y la brisa que viaja en todas direcciones moja el resto de mi cuerpo. No entiendo que hago aquí, no parece el mejor lugar para estar sola en una tormenta. Estoy muy confundida, miro a los lados en busca de ayuda y me doy cuenta de mi vestimenta.

 Traigo un vestido casual, blanco con puntos rojos, muy típico de los años 50, en realidad todo mi atuendo es de la época. — ¿Qué está pasando?, ¡No entiendo nada! — Exclamo casi a punto de llorar.

 Empiezo a correr y lloro desconsolada como una niña pequeña, tengo demasiado miedo, nunca me ha gustado estar sola, menos en circunstancias como estas, solo pienso —  ¡Dios mío ayúdame!, ¡¿Qué va a ser de mí?! —  Seguí corriendo durante lo que pareció una eternidad, de pronto, noto que alguien viene detrás de mí, hay una enorme distancia que nos separa, pero él insiste en alcanzarme.

 Una sensación de familiaridad mesclada con miedo crece en mi interior. Me detengo e intento verlo, pero la tormenta solo me permite ver pocos detalles. Es un hombre joven, alto, atlético;  su cabello aparentemente negro está muy mojado.  A medida que se acerca escucho que grita, cuando  está un poco más cerca comprendo lo que dice entre jadeos — ¡Al fin, Al fin, Al fin te encontré! —

A esa distancia, su rostro es difuso, solo puedo ver sus ojos, son profundos, oscuros cubiertos por un bosque de pestañas largas y gruesas que los protegen; su mirada me trae una cálida sensación de paz. Un escalofrió recorre mi cuerpo erizándolo por completo, no estoy segura si es por su presencia o por el frio que hace al estar mojada en medio de la noche.

 El repite —No te alejes, no te vayas, déjame alcanzarte— sus palabras me confunden.

Me doy cuenta que estamos alejándonos, el vuelve a correr desesperado, yo solo lo miro atónita como si mi cuerpo no me respondiera, trato de hablar y no puedo, y…

Cuando ya está por alcanzarme un fuerte trueno resuena y despierto sobresaltada. Son las tres de la madrugada, me encuentro sentada en el centro de mi cama, sudando con la respiración exaltada, mi pecho sube y baja dramáticamente por inflar mis pulmones.

Estiro mi mano hacia mesa de noche, enciendo la lámpara, respiro profundo y  al sentir la luz, abrazo mi almohada calmándome poco a poco,  repitiendo —Fue solo un sueño—

Miro la hora — ¡Rayos necesito dormir, mañana tengo mucho trabajo! — apago la luz, me abrazo a mi pequeña almohada, respiro profundo y después de un rato concilio el sueño.

El sonido estridente del despertador es una tortura, trato de apagarlo y  inmediato recuerdo que lo coloqué lejos para no dormirme de nuevo, no puedo darme el lujo de quedarme dormida, mucho menos hoy. Por eso en la noche decidí dejarlo fuera mi alcance, obligándome a levantarme.

Me llamo Iliana Landaeta, tengo 25 años y soy Licenciada en Recursos Humanos, capacitadora profesional, con especialización en relaciones laborales. Desde hace 2 años,  ocupo el cargo de asistente general de RRHH en la empresa “Eigth8Nigth”.

Hoy es un día muy importante, inicia la implementación del proyecto que lidero al que he invertido mucho esfuerzo. Todos los engranes tienen que estar acoplados y debo encargarme personalmente de que todo salga perfecto.

Voy de ducharme para después arreglarme, me coloco mi ropa interior de algodón con encaje blanca, escojo un vestido rojo, con cuello en “u” sin mangas, ajustado hasta la cintura y con una falda poco holgada, sobre el cual colocó una bléiser beige con unos zapatos de tacón del mismo tono, me maquillo natural, a excepción de mis labios que van de un rojo mate poco intenso. Un atuendo sencillo pero a mi juicio elegante.

Soy una mujer bonita, no tan despampanante, mido 1.60m, no estoy gorda, pero tampoco tan delgada tengo una linda cintura que resalta gracias a que mis pechos y caderas tienen buen tamaño. Mi cabello es negro azabache, y mi piel color caramelo claro. Me considero atractiva y dentro del promedio, eso sí, no falta quien me lance flores, y desde la universidad no he tenido un novio formal, me dedique a mi carrera y centré mis esfuerzos en resaltar en el trabajo, dejando el amor en segundo plano lo que dio resultado.

Bajo las escaleras, y percibo el aroma del elixir de los dioses que de inmediato me atrae hasta el mesón, mi mami (así le he dicho toda la vida a mi mamá) me sirve una taza grande de café recién colado doy un sorbo y oficialmente inicia mi día.

—Hoy es el gran día— me dice sirviendo el desayuno.

 —te noto cansada, ¿no dormiste bien anoche? — hago una pausa mientras mastico, tomo un sorbo de café y le digo:

—No, volví a tener la misma pesadilla, esta vez me desperté más asustada, me costó volver a dormir— ella me mira preocupada.

 —¿Algo te está pasando que no me hayas dicho? ¿Esas pesadillas no serán por algo que te preocupa? — la miro comprensiva

—No mami, la verdad mi única preocupación es este proyecto que inicia hoy, esa pesadilla me tiene confundida— ella bebe un sorbo de café y luego toma mi mano.

—Niña, los sueños son el reflejo de nuestro inconsciente, a lo mejor todavía no sabes de que se trata, pero, lo que es seguro es que algo te quieren decir— aprieto su mano y la beso.

 —Tranquila mami, que si algo me pasara tu serias la primera en saberlo, no te preocupes— veo la hora bebo rápido el resto del café, tomo mis cosas corro a la puerta —Me voy, nos vemos en la noche, te quiero—

Me gusta conducir con los vidrios abajo, sentir la brisa en las mañana me relaja, me siento viva cuando lo hago, en el camino no puedo evitar pensar en lo que mi mami me dijo, — ¿y si mi sueños quieren advertirme algo? Pero, ¿Qué? — le doy vueltas en mi cabeza hasta llegar a la oficina.

— ¡Buenos días a todos! — todos voltean a mirarme, haciendo gesto de recibimiento,

—Buenos días srita Iliana, aquí están los documentos que pidió imprimir ayer por la tarde— dice Nancy la recepcionista principal, es una chica muy simpática y eficiente con quien he podido contar desde que empecé a trabajar aquí.

–Gracias cariño, haz salvado mi vida, ya te debo mil con esta- le digo entre risas, a ella le causa mucha gracia y mueve la cabeza de un lado a otro.

—Ud. Y sus cosas srita. — me despido de ella y corro al ascensor para llegar a mi oficina.

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