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–¡Auch! –me quejo de nuevo.
–Arion, solo te estoy poniendo una curita, no seas dramático –critica Candace, terminando de poner la curita en mi rodilla.
–Claro, eso tu lo dices por que no tienes piel sensible.
Solo había caído en cemento y mi rodilla empezó a sangrar, mientras que Candace había golpeado a ese chico con su propio puño y apenas tenía los nudillos ligeramente rojizos.
–Es tu culpa ¿Cómo se te ocurre querer defenderme? Yo se hacerlo sola, para tu información. ¿Qué ibas a hacer? ¿Golpearlo? –lo ultimo lo dice con burla en su tono.
–Para nada, solo quería asustarlo un poquito.
–Con esa cara de corderito inocente, no creo que lo hubieras logrado.
Se sienta a mi lado en uno de los bancos en la isla de la cocina. Los dos estamos solos en mi casa, mis padres se fueron a cenar este noche y posiblemente lleguen algo tarde. Tomo si mano con delicadeza, divisando la parte en donde está medianamente rojo.
–¿No te duele?
–No. –Aparta su mano repentinamente, como si le incomodara.
Se baja del alto banco para dirigirse a una pared blanca en donde están todas las fotos familiares colgadas junto con algunos recuerdos, incluyendo los que mi mamá comprar cada año en la playa. Ahí se encuentran cada logro, cada paso o cada recuerdo que hemos pasado. Desde una foto de mis padres cuando apenas comenzaban su relación, hasta una foto de mi cumpleaños dieciséis.
Observa cada uno de las fotos, analizándolas con interés.
–Tu familia es unida –suelta.
–Lo es. A veces no parece normal.
Ella no responde y solo sigue viendo las fotos. Agarra una de ellas, viéndolas por unos segundos.
–Aquí tenías como unos siete años ¿No?
Voy hacia ella para ver mejor la foto. Fue exactamente en mi cumpleaños número siete. Ese año lo festeje en el boliche, aún no teníamos esa tradición de ir a la playa. Los tres sonreímos a la cámara, yo con una sonrisa natural y amplia, a pesar de mi falta de dientes para ese entonces.
–Si, fue cuando cumplí siete años.
–Parecías feliz.
–Lo era.
Tengo el problema de siempre pensar en el hubiera y en el pasado. A veces solo pienso en como quisiera volver a los viejos días. Pensar en el pasado no es muy sano, pero aun así lo hacemos.
Deja la fotografía enmarcada donde estaba. Se gira a mi dirección y ahí es cuando me doy cuenta que, cuando me acerque a ella, lo hice lo suficiente como la que nuestros pechos estén a solo centímetros de tocarse.
–Quizás ya sea feliz en estos momentos.
Paso un mechón de su cabello pelirrojo tras su oreja, dándome más claridad para ver su rostro lleno de pecas. Candace me observa con los labios entreabiertos, su pecho sube y baja con pesadez.
Quería sentir cómo el mundo se detenía. Quería que fuéramos solo los dos en este momento. Un silencio acogedor se apoderó de la sala y una tensión irresistible quería salir a la luz.
Acerque mi rostro al suyo con lentitud, pero no la bese. Simplemente las puntas de nuestras narices se tocan, llegando ella a acariciar la mi con la suya. Nuestras respiraciones se han vuelto lentas, pero nuestro pulso es algo diferente.
Cuando por fin unimos nuestros labios, empezamos a moverlos de manera sincronizada. Poco a poco la necesidad se va haciendo más grande y nos pegamos como si dependiéramos de ello. Sin darnos cuenta, los dos retrocedemos más y más hasta que su cuerpo se topa con la isla de la cocina.
Como si mi cuerpo mandara, tomó sus muslos y la alzó para que ella se suba a la isla, quedando encima de ella. En ningún momento separamos nuestros desesperados labios. Candace me toma de cuello y llega hasta mi cabello para jalarlo ligeramente con gozo. Me he dado cuenta que le gusta hacer eso.
Mis manos van hacia por debajo de su chaqueta, suben desde su cintura hasta sus hombros. En un segundo, ella se la quita, quedando en una blusa blanca de tirantes. Rodea mi cintura con sus piernas, amarrándome a ella. Separo mis labios de los suyos y beso su comisura, después su mejilla y luego llego a su cuello, besándolo con inexperiencia pero con seguridad.
–Arion... –jadea, y por mi cuerpo pasa un escalofrío excitante.
Amo como suena mi nombre en ella. Y más ahora.
Vuelvo a su boca y seguimos saboreando el uno del otro. Aprieto sus muslos con las yemas de mis dedos al momento que ella chupa mi labio inferior. Me separo de ella por unos momentos. Miro sus ojos que se han vuelto oscuros y sus mejillas sonrojadas por el calor y el movimiento. Seguro yo estoy igual.
–¿Quieres... ir arriba? –pregunto, cohibido.
–¿Quieres tú ir arriba? –inquiere.
Asiento lentamente, dándole un último beso antes de que ella baje de la mesa y los dos empezáramos a subir.
Había dudas, había miedos, había inseguridad. Pero todo eso era eclipsado porque en verdad lo queríamos, en verdad lo deseábamos y en verdad nos necesitábamos.
Ni siquiera habíamos llegado al cuarto Candace me intercepto con la puerta de mi habitación para seguir con los besos. Los dos nos adentramos al cuarto oscuro, ya que no nos dimos el tiempo de encender las luces. Mientras nos adentramos, ella se deshace de mi camiseta y de la suya, quedando en un sostén negro. En un segundo, los dos ya nos habíamos desecho de las telas que nos estorbaban, a excepción de la ropa interior.
Las manos de Candace se posan en mis hombros desnudos, depuse bajan por mi pecho y llegan hasta la orilla de mis calzoncillos. Juega con la orilla por unos segundos, pero cuando ve mi excitación, ella mete su mano. Empieza a masajear el bulto creado por ella con una finura que es posible que me mate. No puedo evitar echar la cabeza para atrás mientras suelto un alto jadeo. Eso la hace esbozar una sonrisa victoriosa y satisfecha ante mis reacciones por ella.
Saca sus manos de mi ropa interior, pero antes de que yo pueda decir algo, ella pone sus manos en mi pecho y me hace retroceder para topar en mi cama y sentarme en su orilla. De prisa se sienta en mi regazo a horcajadas.
Ahí, empieza a hacer unos lentos movimientos con su cadera, frotando nuestras intimidades separadas por una delgada tela. Como instinto, pongo mis manos en su trasero, siguiendo el ritmo de sus cadera y apretándolo levemente. Cada contacto me hace soltar un jadeo.
Poco a poco empieza a bajar el tirante de sus sostén, luego el otro con la misma velocidad y sensualidad, hasta que finalmente se deshace de el y queda expuesta de la parte de arriba. Se acerca a hasta mi oído y me muerde el lóbulo para después susurrarme:
–¿Tienes un condón?
Por un momento me quedo perdido entre sus movimientos y mi exaltación, pero después caigo en cuenta que necesitamos un condón. Saco la la caja que se encuentra hasta el fondo de mi armario, está llena de los bolígrafos que me enviaba mi abuela en mi cumpleaños junto con un paquete de condones, convenientemente, que me dio mi Tío Chuck cuando estaba muy borracho.
Para el momento en que me adentro completamente en ella, Candace se muerde su labio y yo suelto un gemido ahogado. Empieza a moverse en círculos entre nuestras intimidades y el calor, creando una ráfaga de excitación que pasa por cada parte de mi cuerpo. Con los segundos, empieza a hacerlo en movimientos más rápido, sosteniéndose de mis hombros. Tomo sus glúteos para poder profundizarlo más y ella suelta un gemido con mi nombre que me vuelve loco.
Mi respiración es pesada y ya he empezado a sudar. Cada movimiento que hace me manda una corriente intensa a mi entrepierna. Se acerca a mis labios para besarme con ferocidad, le respondo de la misma manera para demostrar mi gusto. Sus labios son más exquisitos de lo que pudieron ser antes. Al final del beso, ella muerde mi labio inferior con lujuria.
Observo como hecha la cabeza hacia atrás con gozo. Su piel está brillante por el sudor, sus pechos que brincan en cada movimiento, sus mejillas están más sonrojadas que antes y sus ojos verdes que se podría decir que el único que rastro que hay es un vigor oscuro. Hago a un lado su cabello empapado de sudor de su rostro.
Lo único que puedo pensar en lo hermosa que se ve. En cómo se abre su boca para sacar gemido que me hacen adicto, en cómo sus manos se encajan en mis hombros y en cómo se relame los labios.
Los dos llegamos hasta nuestro punto máximo. Yo me agarro de la colcha con fuerza mientras suelto un jadeo y una corriente pasa por todo mi cuerpo dándome cosquillas satisfactorias. Candace me agarra con más fuerza que antes y suelta un gemido hilarante, llegando al orgasmo instantáneo cuando ve que yo ya lo hice.
Lo único que queda entre nosotros son nuestras respiraciones aceleradas que hacen eco en la habitación. Mi corazón retumbaba por fuera de mi pecho y mis cuerpo estaba cansado.
–Te detesto, pelirroja misteriosa –le digo, antes de caer rendido.
–También te detesto, corderito.
◎◎◎
Abro mis ojos con entorpecimiento y bostezo. Mi primer pensamiento es <<Debo tener un horrible aliento>>.
Extiendo mi mano a mi lado, pero lo único que puedo encontrar es soledad. Volteo y no hay nadie a mi lado, ni tampoco en la habitación. Reviso el baño, pero tampoco hay alguien. Todo parece como si nada hubiera pasado.
Una punzada se presente al darme cuenta que estoy solo. Quizás siempre fui yo solamente.
Mis padres estaban desayunando por mientras. No me comentaron nada especial, así que debo suponer que no la vieron. Debió irse antes de que llegaran ellos de su cena.
–¿Todo bien? –interroga mi papá con curiosidad.
–Claro, ¿Por que no estaría bien? –hablo, nervioso.
–Por nada.
–Adivinen quien me llamó esta mañana –dice mamá.
–Si no fue Beyonce mejor no me cuentes –bromea mi papa.
–Fue mi mamá. Dijo que quería saber cómo estábamos y eso. Fue bastante incómodo y extraño.
–Tal vez quiere remediarse –comento mientras desayuno.
–No lo creo. Me dejó en claro, antes de que me fuera de su casa, que aceptar sus errores iba a ser lo último que haría antes de morir –Rie.
Me sentía pésimo. Me sentía usado. Me sentía iluso.
Candace no volvió en todo el día. Vi por su ventana cada que puede, pero ello no volvió. Me di un baño caliente y empezó a escuchar música para tratar de distraerme, pero no podía dejar de pensar en que, tal vez, era por mi.
La culpa de haberlo hecho no tardó en llegar. Miles de preguntas rondaban por mi cabeza y quería callarlas. Me tiro a la cama con frustración y agotamiento.
Quería pensar que se fue para que no la fueran a descubrir. Enserio quería pensar eso.
Puedo decir que dormí, pero estaría mintiendo. Me estaba cuestionando una y otra vez a mi mismo, ¿Qué habré hecho mal? Quizás no era el momento indicado, quizás todo fue para nada, quizás todo era un juego.
Mi vida podría resumirse en un sin fin de Quizás inseguros.
Algo que no espere fue la mañana siguiente. Garabateaba en mi libreta mientras escuchaba música a un volumen bastante alto, cuando diviso a Candace entrando por la ventana. No le dije nada cuando entro, simplemente la mire en silencio.
–Hola.
–Pensé que no volverías. –Bajo la mirada a mis pies–. Te fuiste sin avisar.
–Lo se. Y si te soy sincera, yo tampoco creí que volvería.
–¿Entonces por qué lo hiciste? Corriste, otra vez, como toda una cobarde –señalo con dolor.
–No puedes cambiarme así como así, no es cosa que suceda de la noche a la mañana.
–Nunca quise cambiarte. Y si en algún momento lo haces, nunca será por mi, solo por ti.
Algunas personas creen que son capaces de cambiar a otras, como si se trataran de un reloj averiado o una vida que pueden moldear para que encaje con ellos. O también hay otras que esperan a que llegue alguien a cambiarlos. Pero no es así, si una personas cambia es porque se dedicó a hacerlo. Tal vez pudieron tener influencia o pudieron ser ese "porque" que los animo a ser mejores; Sin embargo, nunca tendrán el mérito. Cambiar se trata de voluntad propia.
–Es por eso que estoy aquí, Arion. Quiero hacer las cosas bien desde ahora. Arion Stone, ¿Quieres salir conmigo a una cita? Una cita real.
Desperté por un calor que me pegaba justo en la cara. Abrí los ojos y lo primero que vi fue un cabello rojo que me hacia cosquillas a la nariz. Me encontraba abrazando por la cintura a Candace mientras ella dormía plácidamente.Mire a mis alrededores; Ya era de día, posiblemente era de mañana.–Mierda–maldije en voz alta, incorporándome de la cajuela–. Candace–la llamo, sacudiendo su cuerpo para que despierte.Unos jadeos cansados me avisan que lo he logrado. Al abrir sus ojos, me mira con irritación, molesta a que la haya despertado.–¿Qué te pasa?–me dice con brusquedad, aun con sueño.<
Me quedo callado, casi impresionado, ante la propuesta que nunca vendría venir de parte de ella.¿Una cita..?–¿Te refieres a salir..? ¿Tú y yo? –Nos señalo con torpeza.–Bueno, podría ir con el gnomo de jardín, pero me parece más adecuado ir contigo –comenta con burla.Lo pienso por unos segundos, explorando cada posibilidad y error que podría haber.–No me dirás a donde iremos ¿verdad? –deduzco finalmente. Esa respuesta básicamente era un sí definitivo.–Nop. –Sonríe, como si nada
Respiro hondo antes de sumergirme bajo el agua, sintiendo como las olas golpean mi espalda y me empujan a la orilla, aunque me aferre a la arena bajo mis pies.No podía escuchar nada, mas que un zumbido que creaba el agua en mis oídos y las voces lejanas que eran opacadas por el agua.Salí de nuevo a la superficie, sacudiendo mi pelo empapado como si fuera un perro. A lo lejos, está ella, mirándome desde la arena con los brazos cruzados y una ceja arqueada. Como instinto, le sonrió tímidamente, pero de una manera natural y feliz, donde mis mejillas podrían entumecerse.–Tu mamá ya quiere partir el pastel–me avisa cuando salgo del agua.
–Arion, despierta...–escucho una voz lejana que hace eco en mi mente–. Despiértate, maldito corderito–dicen antes de que alguien me de un seco zape en mi frente, obrando que levante mi cabeza mi cómoda almohada de golpe, empezando a ver a mis alrededores como un loco.A un lado de mi cama está Candace con el ceño fruncido parada en la semi-oscuridad.–No puedo creer que puedas dormir con ese oso roncado a un lado tuyo–señala la cama del otro lado.Giro en su dirección, encontrando a Cris dormido cómodamente -demasiado diría yo- en una extraña posición de estrella con la boca abierta y ronquidos altos saliendo de él. Vuelvo mi vista a la mesita d
Los días pasaban deprisa, más de lo que uno podía estar esperando. El verano ya casi terminaba, y siquiera era consciente de ello. Aquel pensamiento empezaba a carcomerme por alguna razón.Al llegar al trabajo, solo encontré un silencio por la casa entera. Mis padres se habían ido a una cita con el abogado de la abuela, después de posponerla una y otra vez desde su muerte. Primero Mamá puso la excusa de que era mejor concentrarse en mi cumpleaños, pero cuando regresamos de la playa no tuvo nada mejor que decir. Estaba triste, y pensar en ello la ponía peor.Me dirijo a la cocina para agarrar algo de comer, encontrándome con un pequeño traste con comida dentro y un papel pegado por encima."Te hice la cena Atte: Mamá", es lo que dice la nota, y como un instinto hago una mueca, sin querer. A
Sentado en la silla frente a mi escritorio, noté como un rayo de luz, que duras penas había podido entrar por mis cortinas cerradas, caía justo en mi almohada, donde debería de estar yo. Así fue como supe que ya era de día.Me incorpore de la silla giratoria mientras tallaba mis ojos, que ya estaban secos de más, por así decirlo. Me dirigí directamente al baño, tomando una toalla del suelo y abriendo la llave de la regadera. Al momento en que me desvestí y toqué el agua cayendo de la regadera, se me pusieron los pelos de punta. Estaba fría, y, por alguna razón, no me importo mucho, sólo me dedique a introducirme para poder ducharme rápidamente.Sentí como caía el agua helada en mi cuello, mientras me sosten&iacut
Llegando al restaurante, Miranda se encontraba acomodando sus cartas de tarot en una de las mesas, por alguna razón. Mientras que Sofía repasaba su lista de pendientes con tanta atención, que ni siquiera se dio cuenta de mi llegada. Rápidamente me puse mi delantal y gorra, empezando a limpiar las mesas con mis audífonos puestos, como solía hacer antes, cuando prefería sumergirme en la música sin fin, con tal de no levantar la mirada o volver a la realidad, a menos que fuera para cruzar la calle para no morir en el intento.–Arion. –Se escucha desde lo lejos– ¡Arion! –gritan, lo que me pone alerta y haga que me quite mis audífonos para poder saber qué pasa.Tras mío Sofía me mira con desconcierto puro, a tan solo un par de pa
Recogí otro de los discos en el suelo, sacándolo de su caja y pendiéndolo en el reproductor con cuidado. Después, volví al lugar en el suelo, recargándome a mi cama y cerrando los ojos por unos segundos cuando la música empezó a reproducirse por la habitación, llenándose de la dolorosa letra de Coldplay. Siento cada frase, cada letra, cada nota.Ojalá todo fuera como una canción, para poder regresar desde al minuto cero las veces que quiera y así poder sentir todo de nuevo, una y otra vez, sin parar.Sigue escribiendo en la libreta en mi regazo con rapidez, cuando escucho el chirrido de la puerta a punto de abrirse y entonces salto del susto. Rápidamente reconozco la cara de Cris, quien mira el lugar con sorpresa, entrando a esta como si se