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Sentado en la silla frente a mi escritorio, noté como un rayo de luz, que duras penas había podido entrar por mis cortinas cerradas, caía justo en mi almohada, donde debería de estar yo. Así fue como supe que ya era de día.

Me incorpore de la silla giratoria mientras tallaba mis ojos, que ya estaban secos de más, por así decirlo. Me dirigí directamente al baño, tomando una toalla del suelo y abriendo la llave de la regadera. Al momento en que me desvestí y toqué el agua cayendo de la regadera, se me pusieron los pelos de punta. Estaba fría, y, por alguna razón, no me importo mucho, sólo me dedique a introducirme para poder ducharme rápidamente.

Sentí como caía el agua helada en mi cuello, mientras me sosten&iacut

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