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27: Ella también es mía.

Evangeline está perdida. Lo sabe ahora que está sentada, con las piernas semiabiertas en el sofá. Sintiendo cómo las cosquillas aumentan con cada dulce caricia; el cómo quiere, mientras su ansia aumenta, que esa larga tira de cuero fría haga algo más que hacerla perder la cabeza.

—Eres preciosa. Como un diamante en bruto —le dice el ojiazul—. Mira lo que tu cuerpo hace con el mío, Evangeline.

La castaña aunque no ha dejado de mirarlo, se fija en su pantalón abultado, apretado. Aquello le causa escalofríos.

Magnus se acerca a ella de nuevo agachándose, y ante la sensación no familiar del toque de las manos del hombre con sus muslos, más la tensión del momento, tiembla notoriamente.

El hombre se estira un poco para besarla cortamente, de nuevo apartándole el cabello y viendo lo hermosa que es. Prosigue con sus besos cortos pero húmedos por sus pies, sus tobillos, sin prisa; con la respiración corriendo a través del tiempo y el tiempo de los besos corriendo a través de una espeso liquido
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