26: El acuerdo.

En último instante Magnus decide que no van a comer helado. Así que le indica a su chófer que cambie el rumbo.

Evangeline se ha quedado plácidamente dormida en la parte trasera del auto y no puede parar de verla cada cierto tiempo.

Es la forma en la que sus labios se ven, tan tiernos, sus pequeñas pestañas, su rostro angelical, su piel sin ninguna marca; delgada, frágil, temblando a medida que su lengua la exploraba y probaba por primera vez.

El ojiazul traga hondo cuando la imagen de su mujer llorando anoche le dijo aquella confesión.

—¿Acaso no crees que es lo mejor que nos pudo haber pasado? Que esté muerta, sin poder hacerle nada a Evangeline. Dejándonos en paz. Por muy drástica que haya sido, estamos mejor sin ella.

Su esposa no era capaz de asentir a esas palabras. Ella estaba comenzando a odiar a Telma, sí, pero es que su dolor era tan real, tan parecido a un triste pasado, que no podía simplemente alegrarse.

—No lo sé, Magnus...

—¿La amabas? —interrumpió el ojiazul, tomándola
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