Los edificios de la Urbanización Nueva Casarapa son demasiado parecidos entre sí, o al menos eso dicen sus detractores. Cuatro pisos con paredes color ladrillos y techos de tejas que cubren la escalera de los condominios, cuyos apartamentos apenas son separados por un muro de concreto que no oculta secretos y gemidos. Y es que todos los edificios están unos al lado del otro, limitados por un pequeño camino de pavimento adornado con setos que lo flanquean. El resto es puro estacionamiento abierto que rodea las construcciones.
La simpleza era el secreto del éxito de Nueva Casarapa.
Poca creatividad es igual a pocos gastos.
Lo que había comenzado como un pequeño conjunto de condominios al pie de una colina se había convertido en una mini ciudad que subía serpeando la montaña y se dividía en sub conjuntos de nombres distintos, pero un mismo diseño. La Colina, Los Portales, Los Aleros, etc.
El crecimiento fue tan lento, pero tan natural, que cuando la buena administración tomó dinero y se fue para dejarle cupo a unos incompetentes, casi nadie recordaba el comienzo de la urbanización y en su mente tenían la idea de que aquellos edificios habían estado siempre ahí, desde el origen de los tiempos.
Pero bueno, si dejamos el pasado en el pasado y nos concentramos en el presente, en esta noche, hay que decir que no estaban en su mejor momento.
Mientras autos llegaban con sus pasajeros a casa después de una jornada laboral, y niños aprovechaban los últimos minutos de luz con juegos propios de la edad, por el horizonte, y de forma literal, se aproximaban nubes de tormenta que no tardaron en estallar.
Apenas el día se desvaneció y la luna saludó, de los cielos cayeron truenos avisando a sus seres humanos que no tardasen en resguardarse pues se venía un aguacero. Y como el hombre miente, pero la naturaleza no, la lluvia llegó despejando las calles de los incautos o desafortunados que aún estuvieran por ahí.
Eran las nueve de la noche cuando comenzó la lluvia.
Si nos posamos en La Colina, el conjunto residencial más alto y que corona la urbanización haciendo gala de su nombre, podemos dejarnos llevar por el rio de agua estancado que se forma sobre el pavimento y deslizarnos en descenso por Nueva Casarapa.
A medida que bajamos pasamos por Los Portales y desde su portón de entrada vemos un estacionamiento vacío con más farolas de luces apagadas que encendidas. Edificios de cuatro pisos con ventanas de cortinas corridas, excepto por alguna otra excepción del típico soñador que se sienta frente al cristal a ver las gotas caer.
Seguimos nuestro camino y doblamos a la izquierda, donde por cierto podemos ver mucha vegetación mal cortada en un terreno baldío que la administración deficiente no ha sabido aprovechar. Pero bueno, da igual, estamos aquí por las personas.
Zigzagueamos entre edificios con paisajes muy parecidos a los que ya vimos. Con todos en sus casas abrigados por sus puertas y sus ventanas.
Aunque, ¿ven eso? Es una pareja adolescente escondida tras un seto, apenas resguardados por un saliente del techo del edificio en el que se apoyan entrecruzados de brazos y labios, acariciando lo seco y lo mojado. No interrumpamos un momento que recordarán por siempre… o eso creen ellos.
Seguimos deslizándonos y pasamos por las canchas de Nueva Casarapa. Tenis, Baloncesto y Futbol. Obviamente no hay nadie ahí en este momento y ya los charcos empiezan a formarse entre sus grietas, con los insectos del césped probablemente viviendo lo que nosotros describiríamos como un Armagedón.
Ahora llegamos a una laguna que les sirve a los residentes de distintas maneras. A los padres les funciona como un lugar para pasear a sus hijos; a los grupos de amigos como un sitio donde reunirse, en la tarde para bromear, y por las noches para fumar; a los sin techo les sirve como cobijo momentáneo; a las parejas les sirve igual que el seto a los adolescentes que vimos antes, aunque con más privacidad, y cuando se trata de enamorados, entre más privacidad, menos ropa.
Sin perdida llegamos al mini centro comercial de esta mini ciudad. Aún tiene negocios abiertos. Destaca una panadería donde un par de personas terminan sus pedidos mientras los trabajadores limpian con disimulo esperando ansiosos el final de la jornada laboral.
En la parte de atrás está el bar y ese sí que está lleno de hombres cuarentones que disfrutan de sus apuestas hípicas casi tanto como de sus botellas típicas y las liricas que se lanzan unos a otros sobre supuestos antiguos amoríos y amantes que pueden o no haber existido.
Fuera del Centro Comercial una mujer se cubre con un periódico y abraza su bolsa de panes mientras corre al estacionamiento y se introduce en su auto. Su trayecto fue observado por nosotros y por un grupo de jóvenes veinteañeros que esperan el cese de la lluvia para irse a casa.
Desde aquí se nos desprenden dos caminos. Si seguimos derecho encontraremos… más edificios, y sinceramente no hay nada relevante en ellos. Si torcemos a la derecha encontraremos… nada importante tampoco, de hecho. Por allá hay un preescolar que desde luego estará a solas (aunque no me sorprendería que fuese el escondrijo de alguien; niño, joven o adulto), y un supermercado que estará recién cerrado, custodiado por una línea de taxistas cuyos trabajadores estarán aguantando unos minutos más en espera de algún cliente, pero que seguramente no tardarán en partir.
Tomando eso en cuenta creo que podemos dejar nuestro recorrido fluvial hasta aquí, y en vez de eso elevarnos como si nos estuviéramos llenando de helio.
Subimos y subimos.
Fíjense en como la lejanía nos hace perder detalles y los colores se van convirtiendo en puntos de contraste.
Desde aquí arriba podemos ver como los conjuntos se dividen siguiendo una culebra que lleva hasta La Colina, y como los edificios dejan de ser construcciones para convertirse en hileras de luces con fragmentos oscuros que son en realidad residentes que ya se fueron a dormir o cuyos apartamentos están vacíos.
A todos estos conjuntos les rodea la vegetación que no le pudieron arrebatar a la montaña. Se puede ver la lucha constante entre hombre y naturaleza. Donde él puso una calle, ella le respondió con maleza. Donde él puso un edificio, ella le rodeo con árboles. Y ellos pensarán que están ganando la batalla, pero el día que la montaña decida que no quiere más nada con ellos y desde sus cimientos sacuda a sus agitadores de arriba, ¿quién la detendrá? Ustedes y yo sabemos la respuesta.
Quizá eso suceda algún día, pero ese día no es hoy.
No está noche.
Hoy son otras sorpresas las que le esperan a Nueva Casarapa.
Y es que a media noche habrá un gran corte de luz que los dejará a todos a oscuras.
Los televisores y computadoras se apagarán. Las cocinas eléctricas dejarán de funcionar. Aquellos que necesiten de un ventilador para dormir se despertarán en el acto por el calor y la ausencia del rugido del motor.
Se elevarán al cielo muestras de exasperación.
Algunos miraran sus teléfonos automáticamente, pero hey, que extraño, no hay señal. Eso solo empeora la situación.
Por supuesto están a los que les gana el cansancio o la indiferencia, se darán media vuelta en sus camas para volver a dormir, cayendo en el acto. Otros harán lo mismo y también caerán, aunque con más lentitud.
Pero siempre está quien se queda despierto.
Y de ellos vamos a hablar.
De esos que en vez de abrazar a Morfeo se quedan despiertos vagando entre las sombras de su apartamento, esperando el retorno de la electricidad sin saber que hoy todos, sin ninguna excepción, tendrán acompañantes.
Acompañantes que ahora vagan donde antes no podían, con pisadas escurridizas y sin dejar huellas a su paso. Se deslizan como hicimos nosotros, pero con más rapidez. Sonrisa en los labios. Brillo en la mirada.
Escalan ladrillos, como sombras a contra luz, en busca de rejillas por donde introducirse a esas residencias donde hay alguien que, sin dormir, observa la tormenta.
Ellos, esos acompañantes, adoran las noches como esta, pues es en la oscuridad donde despiertan las ideas que la claridad espanta con su ajetreo. Es en la oscuridad donde nacen y mueren sentimientos, donde el desprecio es el alimento del corrosivo pensar que tiene el ser humano cuando nada atenúa su cerebro.
Ellos lo saben y se aprovechan de eso.
Para ellos, y para todos los que lleguen a tocar, esta noche de tormenta acaba de comenzar
La música demasiado alta, olores extraños por todos lados, cuerpos moviéndose con o sin ritmo en una sala apenas iluminada donde los gritos se confunden con la música. Desconocidos y conocidos tratándose por igual, con las hormonas impregnando el aire y habitaciones cerradas con gemidos detrás. Definitivamente Claudia Rivero no era fan de las fiestas. Dieciséis años y aún no se acostumbraba a tanto alboroto. Sus eventos eran más bien pocos, casi contados con los dedos de una mano, y siempre iba por alguien más. Esta noche el responsable era un chico, por supuesto. Un pretendi
Ella lo vio llegar desde su ventana. Su marido estaba estacionando el auto y se quedaría dentro unos minutos antes de decidirse a salir. Era una costumbre adoptada desde hace unos meses y cumplida religiosamente. Mientras él se quedaba en el auto, ella lo miraba desde la ventana. Esa era una parte del ritual que él no conocía. Desde el tercer piso no apreciaba los detalles, y esa noche en particular, con la tormenta arreciando, prácticamente no podía verlo, pero sabía que adentro él estaría revisando su teléfono un par de minutos; quizá respondiendo mensajes, quizá entablando conversación. Luego apoyar&i
Fue casi providencial que nada más bajarse del autobús se cortara la electricidad en Nueva Casarapa, en medio de una tormenta que por supuesto la acompañaría en todo el trayecto. E iba con la fiebre alta. Amanda, veinte años, actriz en potencia. O al menos así le gustaba presentarse. Estudiaba actuación en una academia para nada reconocida con profesores que actuaban como si fuesen Al Pacino. Sus trabajos eran cada vez más escasos y cuando surgía una oportunidad lucía tan minúscula como una pérdida de tiempo. Aun así, aceptaba porque trabajo es trabajo y nadie sabe quién podría ver, casi de casualidad, una de sus actuaci
¡Malditos sean todos! Que se jodan esos idiotas sin nombre con miedo a la oscuridad. ¿Y se hacen llamar hombres? Mariquitas es lo que son. Las nuevas generaciones son un caso perdido. Ya no aguantan ni un pequeño corte de luz, aunque tengan botellas reposando en sus manos. ¿Le tienen miedo a una pelea? Cobardes asquerosos incapaces de devolver un buen gancho derecho incluso estando sobrios. Perdedores. ¡Y que mala suerte la suya! Gerald Castro nunca tuvo buena suerte, no señor. Hace poco más de dos horas estaba en la cima del mundo, apostado sobre el mostrador de su bar favorito en el pequeño centro comercial de esa pocilga pretenciosa llam
La conocía, ¿no? A Claudia Rivero. Vivía también en la colina. Al verla, Amanda tuvo alivio y miedo a la vez. Por un lado, la sensación de ver a otra persona fue reconfortante. Por el otro, encontrarla en ese estado le generó un montón de preguntas cuyas respuestas probablemente no serían agradables. —Ayúdame, por favor —volvió a decir la chica, extendiendo la mano. Amanda asintió y la ayudó a levantarse notando como apenas tenía fuerzas para alzarla y como Claudia hacía gestos de dolor con cada movimiento. Claudia, por su parte, notó q
Cuando se produjo el corto de electricidad, el pequeño Adrián estaba en su habitación viendo una de sus series preferidas: Invencible. A sus once años, esta caricatura repleta de violencia, mensajes amorales y connotaciones sexuales debería estar más que prohibida para él, pero claro, ¿quién iba a impedir que la viera? Sus padres no estaban. Nunca estaban a esa hora, así que Adrián podía abrir los streaming y ver lo que le diese la gana. Se reproducía una orgásmica escena de sangre cuando todo se quedó a oscuras y él, al borde de su cama, hipnotizado por la pantalla, tardó unos segundos en entender lo que estaba pasando. Lanzó uno de esos improperios que ningún niño se atrevería a decir en presencia de sus progenitores y sali&oac
—Amanda… —la voz de Claudia fue apenas un eco disparado por sus cuerdas vocales, proferidos por una dama paralizada que observa su final acercarse Amanda no respondía. Se había sentado una esquina, sobre un colchón muido. El lugar era un asco. Si alguna vez fue una casa decente, ahora se veía reducida a un cuadrado de piedra cuyas baldosas desaparecidas caían ante la vegetación que se les deslizaba hasta cubrirlas. Las paredes sucias no mostraban signos de humanidad. Y los únicos mueblen era una silla rota y un colchón de manchas sospechosas rodeado por un par de condones usados, apenas visibles ante el nido de sombras donde habitaban. Claudia se
Cuando comenzó a llover, Juan sonrió pensando que era el colmo de su situación. Desde su puesto de trabajo en la garita de vigilancia, pudo ver a todos los residentes que paseaban salir corriendo a la comodidad de sus casas mientras él se protegía bajo un techo con fisuras por donde se le colaban goteras del tamaño de insectos. Verlos a todos irse fue ver escaparse sus esperanzas de cenar. Más de veinticuatro horas sin comer. La noche transcurrió, la lluvia no cesó y para hacerlo todo más deprimente, a la media noche hubo un corte de electricidad que lo dejó totalmente a oscuras, apenas iluminándose con una linterna. &nb