—Niños. —Lu los llamó con suavidad, y los movió para que despertaran. Los pequeños se removieron, parpadearon, pero siguieron dormidos, más bien el primero en abrir los ojos, fue Emiliano. —Lu —exclamó la miró a los ojos. —¿Cómo estás? —Mejor, ya más tranquila, al saber que mis hijos están a salvo. ¿Y tú? —Yo bastante mejor, el médico me dijo que me iba a dar el alta, pero aún no puedo viajar, tendré que esperar unos días más en el hotel. —La contempló con ternura.—No te preocupes por nada —expuso Miguel—, lo que necesites cuentas con nosotros. Emiliano asintió, estaba por hablar cuando fue interrumpido. —Mami —la voz de Mike interrumpió la charla. —¿Cómo estás? —El niño se sentó, y la abrazó. Luciana cerró sus ojos, estrechó con fuerza a su pequeño. —Estoy bien, mucho mejor, vinimos por ustedes. Dafne también abrió sus ojos, miró a su mamá, se lanzó a ella. —¿Ya no te sientes mal? —preguntó y la abrazó. Lu correspondió las muestras de cariño de sus hijos, los abrazó muy f
«No puede ser» pensó Majo, su cuerpo tembló por completo, al momento que llegó a Mompox, recordó que Sebastián fue alcalde de aquella ciudad en el pasado, la piel se le erizó. Cuando bajó del avión, afuera del aeropuerto les esperaban varios autos blindados, en color negro, se sintió como en una película de narcotraficantes. —¿A dónde iremos? —indagó, se sacó las gafas y miró a los ojos de Arismendi. —A un municipio a una hora y algo más, no te puedo decir el nombre, lo sabrás cuando lleguemos —respondió. Majo asintió, agarró con fuerza su bolso, inhaló profundo, era la única mujer con todo ese ejército de hombres que parecían agentes del FBI. Uno de los escoltas de Salvador le abrió la puerta de la SUV, Majo subió y al lado de ella se acomodó Arismendi. El abogado notó que Majo se rascó la mano, y miró una marca rojiza sobre su dorso. Enseguida sacó de un bolso de cuero negro un frasco, y un tubo de crema. —Ten, es repelente para los mosquitos —le entregó el envase—, po
—Gracias, pero no puedo salir de la piscina, mis papás me pidieron quedarme aquí. Simone frunció los labios. —Pero Juan Andrés y yo… somos muy buenos amigos, te aseguro que no se va a enojar. —Sonrió. El pequeño dudó, se quedó pensativo, pero recordó las advertencias de su madre, entonces negó. —No me gusta desobedecerlos. —Se lanzó al agua y nadó hasta llegar al lugar en donde estaban otros niños. Simone apretó los puños, no pudo hacer nada, había guardias alrededor, y de inmediato hubieran notado que se llevaba al niño a la fuerza. «Ya encontraré la forma de recuperarte»Entonces se alejó, con el ceño fruncido, y decidió subir a la oficina de Paula, y reclamarle por la travesura de Marypaz. «Hija tuya tenía que ser esa mocosa impertinente» gruñó en el elevador, apretando los puños.****—Regrese a su casa señorita María Joaquina —expresó con voz gruesa el hombre que la sacó de esa balacera y la llevó de vuelta a Mompox, al aeropuerto. Majo estaba pálida, pero al verse libre
—¿Se han vuelto locos? ¿Acaso no piensan? —gritó Joaquín desde el salón de la Momposina a través de una videollamada con sus hijos. Los señores Duque ya se habían enterado de lo ocurrido con María Joaquina, con ella aún no hablaban, pues estaba muy nerviosa, y se había ido a descansar. —Su hermana casi se muere, y ahora ustedes pretenden jugar a los policías y ladrones. ¿Creen que esto es una película de acción? —cuestionó resoplando, iracundo. —Pero no somos unos cobardes, no podemos quedarnos de brazos cruzados —expuso Miguel. —¿Arriesgando sus vidas? —cuestionó—, dejen eso en manos de las autoridades. —No confiamos en las autoridades, ellos no hicieron nada para detener a Sergio, siguió delinquiendo desde prisión —comentó Juan Andrés—, además siempre nos dices que debemos hacer lo que sentimos, y queremos acabar con esos criminales. Joaquín negó con la cabeza. —Es muy arriesgado, piensen en sus familias, en su mamá, ella está muy angustiada, ahora se encuentra con Majo, sé q
Esa pregunta retumbó en la mente de Majo, las palabras de Sebastián quizas eran ciertas, y Arismendi era un narco, aunque jamás se le había comprobado nada. —Claro que me quiero casar contigo —expresó, pero ella notó que su voz no se notaba firme, si tenía dudas de Salvador, también de Sebas, sacudió su cabeza—, tienes razón, no debí hacer tratos con ese hombre, no volverá a ocurrir, aprendí la lección, ahora solo me enfocaré en lo que importa, mi boda. Sebastián dejó salir el aire que estaba conteniendo. —¿A qué fueron a Mompox? —indagó. Majo apretó los labios. —Supuestamente, nos íbamos a entrevistar con una mujer que haría caer a la banda de trata de blancas, pero ella no llegó…—Pues mejor, no sabemos si en verdad esa mujer existe —murmuró. —Majo. —La voz de María Paz interrumpió en la habitación—, enciendan el televisor, hay noticias acerca del atentado. María Joaquina tomó el control de la mesa de noche y encendió el TV. —Confirmamos la muerte del famoso abogado Salvador
—¡Luciana! —exclamó Juan Andrés. Se alejó de inmediato de la cercanía de Simone—, por favor no le digas nada a Paula —suplicó. Para Simone la llegada de Lu, cayó como anillo al dedo, pero iba a probar su fidelidad a Paula. —Lu, necesitamos una aliada, no sabemos cómo ocurrió, pero esto se dio de pronto —dijo Simone. Luciana frunció el ceño, debía interpretar muy bien su papel. —Pues… no me agrada la infidelidad, aunque Paula y yo tenemos diferencias, creo que no es correcto. —Tienes razón Lu —expuso Andrés—, pero no es lo que estás pensando, entre Simone y yo aún no ha pasado nada. —Entonces me parece bien que no sigan, y terminen con esta relación clandestina. —Luciana, hablemos, de mujer a mujer —solicitó Simone. Lu miró a Andrés, y le pidió salir, él lo hizo de inmediato. «De la que me salvé» expresó en la mente, ya en el pasillo, respiró aliviado, pero enseguida fue a la oficina de él, donde se encontraba su hermano. Abrió la puerta de golpe.—Una vez más, y al que mando
Majo se encontraba en la pérgola, alejada de la casa, se hallaba sentada en una hamaca, abrazada así misma, sin dejar de llorar. —No puedes estar muerto, eres el abogado del diablo, debes tener un pacto m@ldito Salvador Arismendi —masculló apretando sus puños—, no debería dolerme tu muerte, ni siquiera éramos amigos, pero no dejo de pensar que salvaste mi vida. ¿Por qué? ¿Por qué no te salvaste tú? —Colocó su mano en el pecho, en verdad le dolía la muerte de aquel infeliz.Se quedó en silencio, volvió a sollozar. —Y ahora no voy a poder vivir tranquila, sabiendo que te debo la vida —susurró, con la voz entrecortada, entonces tomó su móvil, empezó a revisar las noticias, requería saber en dónde lo iban a enterrar, cuando iba a efectuarse su sepelio. Entonces abrió sus ojos con gran sorpresa, se puso de pie de un solo golpe, al mirar que la noticia de la muerte de Arismendi, era falsa, pero como había sido víctima de un atentado, y estaba herido lo estaban atendiendo en un hospital p
Luciana, deambulaba de un lado a otro por el pasillo de la clínica a la cual llevaron a Juan Miguel, entrelazaba sus manos orando, angustiada y nerviosa. —Señorita. —La voz de una enfermera la asustó. —¿Cómo está mi… esposo? —indagó con la voz entrecortada. —Ya despertó, el médico necesita hablar con ambos —informó. Luciana se llevó la mano al pecho, sintió un estremecimiento, un escalofrío que le recorrió la columna. Siguió a la enfermera, y entró a la habitación, y corrió a abrazar a Miguel. —¿Cómo estás? —indagó sollozando, mientras besaba su rostro. —Tranquila, me encuentro mejor, no llores. Lu no podía sentirse tranquila, no hasta saber que iba a decir el médico. El especialista se aclaró la garganta y captó la atención de ambos. —¿Qué sucede doctor? —cuestionó Miguel. —Los estudios realizados, muestran que tienes un coágulo de sangre en el cerebro, y según tu historial, estabas en tratamiento y lo dejaste. ¿Por qué? —preguntó con seriedad el neurólogo. Lu miró a Miguel