Majo se sobresaltó cuando en horas de la noche alguien tocó a la puerta de su alcoba. —¿Quién? —preguntó. —Salvador —respondió él con esa voz varonil que lo caracterizaba. —Pasa —respondió ella. —Debes prepararte para la fiesta, te traje un vestido para la ocasión. —Lo colocó sobre la cama. Majo contempló la prenda, era una túnica, confeccionada en tela de algodón, los bordados eran hechos a mano, también Salvador puso encima un collar elaborado con cuentas, aretes y pulseras. —¡Qué hermoso trabajo! —exclamó ella, acarició el vestido. —Las mujeres de la comunidad también trabajan, son artesanas, exportadoras de estos trajes y de estas joyas. Majo alzó su rostro, lo miró aún impresionada, él siempre había sido un enigma y quizás por eso tenía sus reservas, pero ahora que conocía parte de la vida de él, todo cambió. —Voy a ser sincera, estoy sorprendida, jamás imaginé que tú hicieras esto, siempre te ví distinto. —¿Cómo un delincuente? —Salvador se aproximó a ella, la tomó por
Majo se puso de pie, estuvo a punto de lanzarle la bebida en el rostro, pero se contuvo, apretó los dientes. —¿Crees que no soy capaz de competir con mi hermana? ¿Acaso piensas que un hombre que conozca a Malú Duque no se puede fijar en mí? —indagó con los ojos cristalinos y la respiración agitada. —Habría que estar ciego, sordo, mudo para no fijarse en una mujer como tú, pero no te mereces un amor a medias, sino alguien que te ame solo a ti —declaró él. —Sebas me ama —gritó Majo. —¿Estás segura? —cuestionó él como si la estuviera enjuiciando. Majo lo miró con enojo, salió de la pérgola se unió al festejo, empezó a beber. Arismendi pidió a uno de sus hombres de confianza que le trajera ese radio con el cual se comunicaba con el mundo. —Dígame patrón. —Investiga la relación que tenían Malú Duque y Sebastian Saenz, quiero saber las veces que él la visitaba, y si el esposo de ella estaba enterado. —Perfecto señor, tendrá esa información. —Gracias. Arismendi desde lejos cont
Salvador besó el cuello de Majo, saboreó su dulce aroma, y su delicada piel, sintió como ella se estremecía ante las caricias que sus labios dejaban en su garganta; sin embargo ella no era consciente de lo que estaba haciendo, y él no quería que luego fuera a arrepentirse o peor aún que lo acusara de haberse aprovechado. —Creo que es mejor que descanses —susurró, haciendo un esfuerzo sobrehumano intentó separarse de ella, pero Majo lo atrapó con su brazos, y enredó sus piernas en las caderas de él. —No te vayas, no quiero estar sola —susurró, abrió sus ojos y se reflejó en los de él. Arismendi sentía como su sangre se iba encendiendo, la tenía ahí bajo su cuerpo como tantas veces lo soñó, pero ella estaba vulnerable y él no era un cobarde. —Si no me dejas ir, vamos a cometer una locura, y luego te vas a arrepentir. —Se te olvida que somos abogados, no solemos arrepentirnos de nada. La mirada de Arismendi brilló al escucharla, ladeó los labios. —Está bien, si quieres jugar
Arismendi corrió a su alcoba, se metió a la ducha y en cuestión de cinco minutos salió, se vistió con rapidez, mientras sus hombres alistaban los autos blindados y las armas, no era un delincuente, tampoco un mafioso, pero cuando se trataba de defender a los desvalidos, a los indefensos, y a la gente que él quería, no le importaba convertirse en el mismísimo satanás con tal de hacer justicia. Salió con rapidez por el pasillo, y se encontró con Majo, ella había hecho lo mismo, se había bañado cómo Flash, pero ella seguía envuelta en una bata. —Me están esperando —expuso él con voz ronca y esa seriedad que lo caracterizaba cuando estaba en problemas. Majo tenía el corazón casi en la garganta, lo observó con preocupación, inhaló profundo. —Aún desconozco muchas cosas de ti, no sé si tienes familia, o algo que te haga volver sano y salvo, pero yo te voy a dar un motivo para hacerlo —expresó con firmeza, se acercó a él, se lanzó a sus brazos, lo agarró del cuello y lo besó. El bes
Los mineros se organizaron y escogieron a tres personas, los hombres de más edad, y con mayor experiencia en esas cosas, de inmediato esos individuos escoltados por los hombres de Arismendi se aproximaron a la camioneta.—Doctor, escuchamos su propuesta. Salvador bajó el vidrio, los miró con seriedad. —Les propongo un salario digno, el mismo que ganan los empleados de la mina, a más de las prestaciones legales, y del seguro que deben tener en caso de accidentes, sus hijos pueden estudiar en las escuelas y colegios que hemos construido en la comunidad, sin pagar nada, y tengo un convenio con una universidad, los más grandes cuando se gradúen tienen acceso a becas. —¿Y todo eso es real? ¿Quién nos garantiza que luego nos van a salir con un montón de cuentos?—¡Ya nos han engañado!—Entiendo su malestar, y comprendo la desconfianza, yo soy un hombre de palabra, y todo lo que les ofrezco quedará estipulado en sus respectivos contratos de trabajo que serán sellados ante el ministerio de
María Joaquina salió corriendo sin rumbo fijo, no podía creer que Sebastián fuera capaz de semejante bajeza, pero ahora que conocía algo de la vida de Salvador, confiaba más en él. Se sentó en una piedra gimoteando, sin tener sus ideas claras. —¿La vas a dejar así? —recriminó Luriel, el hombre sabio de la comunidad, quién era su amigo, su confidente, su consejero—. Ya es hora de que le hables con la verdad, pobre muchacha. Salvador inhaló profundo, apretó los puños. —Tienes razón, el momento de la verdad llegó, espero no sufra mucho. —Más sufre con la incertidumbre —dijo el anciano—, ve y sé sincero. Salvador encontró a Majo llorando como una Magdalena, su corazón se estremeció, detestaba verla así, entonces se aproximó a ella. Majo percibió el crujir de las hojas, miró los zapatos de Salvador, frunció el ceño. —No me hables, no quiero verte, aléjate de mí. —No lo voy a hacer, voy a decirte todo lo que sé acerca de Sebastián Sáenz, pero quiero que te calmes. —¿Vas a inventar
—Doctor Sáenz. —La voz gruesa de un hombre se escuchó a través de un micrófono, aquel individuo jamás dejaba ver su rostro—, agradecemos su valiosa colaboración con nuestra causa, pero seguimos sin poder encontrar algo que nos lleve a hacer justicia y tener en nuestras manos a Arismendi. —Sé de alguien que puede ayudarnos, y ser pieza clave en esto —comunicó—, busquen a Brenda su asistente personal, esa mujer es clave para desenmascararlo, lleguen a un acuerdo con ella. —Gracias por la importante información, mientras tanto usted debe seguir aquí protegido, ya llegará el momento en que lo podamos liberar —expresó—, sin embargo hay algo que debe conocer, su futura esposa está con ese delincuente. La mirada de Sebastián oscureció, apretó los puños. —Cuando ese infeliz caiga ella se dará cuenta del error, y volverá a mi lado —gruñó.«Y pagarás bien caro tu traición, cambiarme por ese delincuente es lo peor que estás haciendo María Joaquina Duque»****—¿Qué se sabe de la desaparición
Arismendi supo que era ella, también se preparó como si en verdad fuera el juicio más importante de sus vidas, jamás antes una mujer le había interesado como María Joaquina Duque. Inhaló profundo, se aproximó a la puerta, y abrió. La recorrió de pies a cabeza, ella cubría su cuerpo con una bata de seda negra, una de las que él mandó a comprar para ella, solo en sus locas fantasías la imaginó luciendo ese retal, pero ahora el sueño era verdad. —Adelante —susurró con su voz ronca y varonil. Majo sintió que el estómago se le encogía, la piel se le erizó, entró por delante de él, y miró la alcoba, ella no sabía si en verdad aquel hombre tenía un pacto con el diablo, pero todo lo que se proponía lo conseguía, y ella no sabía como. Había varias velas acomodadas en la cómoda, que alumbraban la alcoba, un humidificador de lámpara por donde desprendía esa exquisita esencia, pétalos de rosas en el piso, además que la música que sonaba en ese momento era de muy buen gusto. Las notas de «Que