Salvador parpadeó, giró y miró a aquella mujer a la que tanto había buscado, la pieza clave de todo era ella, y de pronto sus ojos se clavaron en Brenda, estaba sentada entre la audiencia, lo había conseguido, había dado con el testigo principal. —Gracias —susurró. Aunque sabía que el mérito no era solo de ella, sino también de Majo, inhaló profundo, con la presencia de esa dama, Araujo estaba perdido. Los tacones de aquella dama sonaron sobre la duela del juzgado, llegó luciendo un vestido rojo de lentejuelas, una bufanda de plumas, tal como solía vestirse cuando era la madame de los burdeles, su cabello estaba pintado de un rojo vibrante, su maquillaje era muy escandaloso. Antes de pasar al estrado miró con despreció a Araujo y luego esbozó una amplia sonrisa. —Hola cariño. —Silencio —ordenó el juez. Araujo bebió con rapidez agua, sintió que se ahogaba, al darse cuenta que era ella: Aura María. Luciana volvió a su lugar y enseguida la señora González ocupó su silla. —Te
—Yo tengo que hablar unas cosas con el juez, los dejo solos —dijo Majo, le dio una palmada en el hombro a Salvador. Él se aseguró que Facundo fuera con ella, aún no se podía cantar victoria, entonces dirigió sus ojos a Brenda. —Estoy bien, gracias por preguntar, hicimos justicia. —La voz se le notaba entrecortada. —Tu hermana merecía que el culpable pagara lo que hizo —aseguró Brenda y se reflejó en los ojos de Salvador. Salvador ya no la observó con hostilidad, sino por el contrario, con agradecimiento. —Te arriesgaste mucho, no sé cómo pagarte. —Siendo feliz —respondió ella—. Lamento lo del video, quería alejarte de ella, pero luego entendí que te habías enamorado de María Joaquina, y cuando me buscó para pedirme ayuda comprendí que ella también estaba enamorada de ti, se arriesgó mucho, además no le importó que hablaran mal de ella, se jugó todo por ti. Salvador inhaló una gran bocanada de aire, contempló con ternura a Brenda. —Lamento no haber correspondido a tu amor, sabe
Entonces Salvador sacó de su impecable saco un estuche de terciopelo y lo abrió frente a los ojos de Majo. Ella separó los labios, el diamante deslumbró su vista, parpadeó un par de veces, la argolla era en oro blanco, la piedra tenía forma de estrella, y estaba rodeada de varios circones pequeños alrededor. En ese momento la letra de la melodía decía:«Oye esta canción que lleva: Alma, corazón y vida, esas tres cositas nada más te doy…»—Te ofrezco mi alma, mi corazón y mi vida a cambio de ser mi esposa —expresó él, la miró a los ojos, hacía mucho tiempo que no sentía un hormigueo en el cuerpo, como señal de nerviosismo. El ritmo cardíaco le latía desenfrenado. —¿Sin derecho a devolución? —preguntó ella, esbozó una amplia sonrisa, los ojos le brillaban. Salvador no pudo evitar reír, y soltó el aire que contenía. —A cambio que me concedas lo mismo. —No es justo, yo te daré algo muy valioso que compensa lo que tú me estás ofreciendo. —Volvió a sonreír, y colocó la mano de él en s
Salvador resopló. —¿Doctor Sáenz es consciente que en ese burdel clandestino el señor Araujo asesinó a Isabel Arismendi? ¿Usted lo sabía?Sebas se aclaró la garganta. —Supe del asesinato, más no de quién lo hizo. Salvador se sobó el rostro. —¿Está seguro? Le recuerdo que está bajo juramento doctor Sáenz —masculló apretando los dientes. —Estoy seguro —contestó, lo miró a los ojos. Salvador caminó a su lugar agarró un sobre, se aproximó al juez. —Señoría aquí hay una declaración juramentada del señor Araujo, la dio antes de ser trasladado al penal, en la cual afirma que el doctor Sáenz, sabía del asesinato. «Infeliz, me traicionó» frunció el ceño. —Doctor Sáenz, ha cometido perjurio y será condenado por eso, así que responda con la verdad —ordenó el magistrado. —Señoría, el acusado está sometido a altos niveles de estrés, no miente porque quiere, sino porque teme por su vida —justificó la defensa de Sáenz. —¿Usamos el polígrafo? —indagó Salvador. Sebastián apretó los puños,
—Lo que escuchaste, siempre haces lo mismo tu santa voluntad —gruñó molesto, tenía el ceño fruncido, no le agradaba ganar un juicio sin tener por completo el mérito. Majo también arrugó el entrecejo, soltó un resoplido. —Yo debía condenarlo, él me hizo perder diez años de mi vida, se burló de mí, de mis sentimientos, me usó, ¿no crees que fue correcto que buscara justicia? —recriminó, parpadeó y bufó—, pero tu ego de gran abogado no te deja ver más allá. Majo dio vuelta, lo dejó con la palabra en la boca, Malú estaba por acercarse y felicitarla, pero la detuvo con la mano. —No quiero hablar con nadie —gritó, salió de la sala y le pidió a Facundo que la llevara a casa, quizás tenía la razón, o estaba exagerando en su comportamiento, pero las hormonas del embarazo la tenían en un sube y baja de emociones, además no solo era eso, sino que todo había pasado en tan corto tiempo. En el auto la cabeza le daba miles de vueltas, gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas, no lo podía evita
—Porque he estado muy ocupada cariño, pero ya estoy aquí. —Le acarició la mejilla—, te extrañé mucho, además hay alguien que desea conocerte. —¿Quién? —preguntó la pequeña, alzó una de sus cejas. —Yo —dijo Salvador—, mucho gusto Marypaz. La pequeña enfocó sus enormes y vivaces ojos en el abogado, se quedó mirándolo por largo tiempo. —Yo te conozco. —Rascó su frente—, ya nos has visitado antes, cuando estábamos en Ecuador. —Así es, pero no había tenido la oportunidad de hablar contigo, me dicen que te gusta hacer negocios. —Sonrió. Marypaz encogió sus hombros, dibujó en sus labios una mueca. —Pues la abuela no me dejó canjear al abuelo por más tierras, la señorita solterona de la finca vecina lo hubiera recibido, ni modo, espero que la familia no crezca. Majo apretó los labios, miró a Salvador. —¿Y qué vas a hacer si la familia aumenta? —preguntó la tía de la pequeña. Marypaz abrió sus ojos de par en par. —¿Más bebés? ¿Quién va a tener más hijos? —preguntó, volteó y miró a s
Salvador estaba por refutar cuando una noticia nada agradable interrumpió lo que iba a decirle a Majo. —Entonces estos días María Joaquina debe quedarse con nosotros, el novio no puede ver a la novia —advirtió la señora Duque.Salvador separó los labios, frunció el ceño, observó a Majo con seriedad. —¿No te vas a quedar? ¿Cierto?Majo soltó un bufido, puso los ojos en blanco. —Por supuesto que me quedaré, es una tradición familiar, así que, espero te portes bien estos días. —Ladeó los labios. —Pero… —Lo siento cariño, quiero pasar estos días con mis padres, es lo justo, y espero que tus hombres de confianza no te vayan a ser una despedida de soltero a mis espaldas, porque si me llegó a enterar, no tendrán con qué arma disfrutar la próxima vez —advirtió. Salvador se aproximó a ella para hablarle al oído. —Yo pensaba levantarte la sentencia.Majo carcajeó bajito. —Esos recursos no van a funcionar doctor Arismendi. —Lo miró a los ojos con esa expresión de picardía—, cuando estemo
Majo escuchaba por su móvil los reclamos de Salvador con respecto a sus puros. —Pues es muy fácil, o sigues fumando, o no nos casamos —respondió—, no me quiero quedar viuda joven, odio el olor a ese tabaco, además te estoy cuidando. —Pero Majo, no me puedes amenazar con eso, no es justo. —Lo es, yo quiero que nuestro bebé tenga a su padre al lado y no una fotografía como recuerdo, así que o dejas de fumar o te olvidas de nosotros. —Es que no se puede contigo, eres muy drástica —rebatió, se escuchó como resopló al otro lado de la línea. —Piensa que serás muy bien recompensado, es más, ya quiero que sea el día de la boda, me haces falta —confesó ella. —Tú más a mí, voy a enloquecer si no tengo a mi lado. Majo carcajeó al otro lado de la línea. —Ya supe lo que hiciste, pero a quién se le ocurre encender las alarmas por unas aceitunas. —Se mofó. —No te burles de mis antojos —reclamó él—, y no me tientes a ir por ti, secuestrarte y cumplir con mi antojo más grande, que es tenerte