—Lo que escuchaste, siempre haces lo mismo tu santa voluntad —gruñó molesto, tenía el ceño fruncido, no le agradaba ganar un juicio sin tener por completo el mérito. Majo también arrugó el entrecejo, soltó un resoplido. —Yo debía condenarlo, él me hizo perder diez años de mi vida, se burló de mí, de mis sentimientos, me usó, ¿no crees que fue correcto que buscara justicia? —recriminó, parpadeó y bufó—, pero tu ego de gran abogado no te deja ver más allá. Majo dio vuelta, lo dejó con la palabra en la boca, Malú estaba por acercarse y felicitarla, pero la detuvo con la mano. —No quiero hablar con nadie —gritó, salió de la sala y le pidió a Facundo que la llevara a casa, quizás tenía la razón, o estaba exagerando en su comportamiento, pero las hormonas del embarazo la tenían en un sube y baja de emociones, además no solo era eso, sino que todo había pasado en tan corto tiempo. En el auto la cabeza le daba miles de vueltas, gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas, no lo podía evita
—Porque he estado muy ocupada cariño, pero ya estoy aquí. —Le acarició la mejilla—, te extrañé mucho, además hay alguien que desea conocerte. —¿Quién? —preguntó la pequeña, alzó una de sus cejas. —Yo —dijo Salvador—, mucho gusto Marypaz. La pequeña enfocó sus enormes y vivaces ojos en el abogado, se quedó mirándolo por largo tiempo. —Yo te conozco. —Rascó su frente—, ya nos has visitado antes, cuando estábamos en Ecuador. —Así es, pero no había tenido la oportunidad de hablar contigo, me dicen que te gusta hacer negocios. —Sonrió. Marypaz encogió sus hombros, dibujó en sus labios una mueca. —Pues la abuela no me dejó canjear al abuelo por más tierras, la señorita solterona de la finca vecina lo hubiera recibido, ni modo, espero que la familia no crezca. Majo apretó los labios, miró a Salvador. —¿Y qué vas a hacer si la familia aumenta? —preguntó la tía de la pequeña. Marypaz abrió sus ojos de par en par. —¿Más bebés? ¿Quién va a tener más hijos? —preguntó, volteó y miró a s
Salvador estaba por refutar cuando una noticia nada agradable interrumpió lo que iba a decirle a Majo. —Entonces estos días María Joaquina debe quedarse con nosotros, el novio no puede ver a la novia —advirtió la señora Duque.Salvador separó los labios, frunció el ceño, observó a Majo con seriedad. —¿No te vas a quedar? ¿Cierto?Majo soltó un bufido, puso los ojos en blanco. —Por supuesto que me quedaré, es una tradición familiar, así que, espero te portes bien estos días. —Ladeó los labios. —Pero… —Lo siento cariño, quiero pasar estos días con mis padres, es lo justo, y espero que tus hombres de confianza no te vayan a ser una despedida de soltero a mis espaldas, porque si me llegó a enterar, no tendrán con qué arma disfrutar la próxima vez —advirtió. Salvador se aproximó a ella para hablarle al oído. —Yo pensaba levantarte la sentencia.Majo carcajeó bajito. —Esos recursos no van a funcionar doctor Arismendi. —Lo miró a los ojos con esa expresión de picardía—, cuando estemo
Majo escuchaba por su móvil los reclamos de Salvador con respecto a sus puros. —Pues es muy fácil, o sigues fumando, o no nos casamos —respondió—, no me quiero quedar viuda joven, odio el olor a ese tabaco, además te estoy cuidando. —Pero Majo, no me puedes amenazar con eso, no es justo. —Lo es, yo quiero que nuestro bebé tenga a su padre al lado y no una fotografía como recuerdo, así que o dejas de fumar o te olvidas de nosotros. —Es que no se puede contigo, eres muy drástica —rebatió, se escuchó como resopló al otro lado de la línea. —Piensa que serás muy bien recompensado, es más, ya quiero que sea el día de la boda, me haces falta —confesó ella. —Tú más a mí, voy a enloquecer si no tengo a mi lado. Majo carcajeó al otro lado de la línea. —Ya supe lo que hiciste, pero a quién se le ocurre encender las alarmas por unas aceitunas. —Se mofó. —No te burles de mis antojos —reclamó él—, y no me tientes a ir por ti, secuestrarte y cumplir con mi antojo más grande, que es tenerte
Sebastián limpiaba los patios del penal donde se encontraba recluido, aunque a él no le habían dado el mismo castigo que Araujo, los demás reos siempre se burlaban de él, le robaban sus pertenencias, lo golpeaban a cambio de que hiciera sus tareas, y los guardias lo ponían a hacer trabajos de limpieza que jamás imaginó. —Doctor Saenz —dijo uno de los reos sosteniendo una hoja de períodico—, le tenemos noticias importantes. Sebastian lo ignoró y siguió con la manguera limpiando el patio. —Pero qué distinguido, parece que no le gusta mezclarse con los pobres —musitó entonces otros presos lo agarraron por la espalda, y le quitaron la manguera de las manos. —Yo no me meto con ustedes, déjenme tranquilo —gruñó Sebastian. —Claro que te dejaremos tranquilo, pero luego de mostrarte algo. —Pusieron frente a los ojos de él la imagen de la boda de Majo y Salvador—, se le casó la novia, debe estar despechado, y le daremos una ayudadita. Sebas miró esa imagen, Majo se veía radiante en la fo
—¡Se movió! —exclamó Majo, miró su vientre y luego alzó su rostro y sus ojos se cruzaron con los de Salvador, agarró la mano de él y la colocó en su estómago. —No siento nada —reclamó él, esperó unos segundos y de pronto sintió aquellos suaves movimientos, la mirada se le iluminó—. Tienes razón, ya está haciéndose notar —expresó emocionado. —¿Te duele? Majo negó con la cabeza. —No, es como si tuviera un gusanito en el vientre —bromeó. Luego de hacer aquellas compras, guardaron todo, y en la noche partieron rumbo a su país, llegaron casi al amanecer a su tierra natal, y fueron directo a casa. Al mediodía Salvador le tenía dos sorpresas a su esposa, así que la llevó a su despacho jurídico, y en la gran puerta de cristal impreso estaba: Consorcio Juridico Duque&Arismendi y asociados. Los ojos de Majo se abrieron de par en par, entonces un recuerdo se vino a la mente. «Me encantaría que trabajaramos juntos doctora, ¿no le gustaría ser parte de mi consorcio? suena bien Arismendi
Meses después. Salvador y Majo tenían todo listo para la llegada de su hija, el cuarto de la pequeña no lo pintaron con el tradicional color rosa, los dos eran del pensamiento que un tono de pared no definía un género, así que la habitación tenía distintas tonalidades pasteles. La cuna era blanca, como los estantes donde colocaron peluches, muñecos, la mecedora era de la misma tonalidad. —Ahora solo debemos esperar unas semanas más —dijo Salvador colocó su mano en el prominente vientre de su esposa. Majo resopló, colocó su mano en la cintura. —Recuerda que prometiste que no me dolería ni una uña, y siento que voy a explotar —refunfuñó—, me veo horrenda, gordísima, los clientes lo primero que ven cuando llegan a mi despacho es mi vientre. —Cruzó sus brazos, mordió su labio. Salvador esbozó una amplia sonrisa. —Bueno cariño es que si te ves enorme —expresó. —¿Qué? —Majo frunció el ceño, se retiró de lado de él. —¡Eres un imbécil! —Agarró un cojín y lo empezó a golpear. —¡Cálma
Majo inhaló profundo, apretó los dientes, negó con la cabeza. —No, tranquila, no es nada. —¿Quieres que llame a uno de tus empleados? ¿Será que te llevamos al hospital?—No, claro que no, María Isabel no nacerá hasta que esté su padre presente —aseguró, y en ese momento Salvador la llamó. —Hola cariño, me demoraré un poco la situación, los comuneros están muy necios. ¿Cómo estás?—Bien, no te preocupes, resuelve tus problemas. —¿Seguro te sientes bien?—Sí amor, solo tengo las molestias de días pasados, te esperamos para cenar. —Está bien, prometo no faltar a la cena, te amo. —También yo. —Majo colgó la llamada, miró a Emilia—, mi marido a veces es un poco intenso —bromeó. Emilia sonrió y se quedó un rato más acompañando a Majo, ella intentaba no mostrar que aquel dolor se hacía más fuerte. «Te voy a asesinar cuando vuelvas Salvador Arismendi» pensó en su mente. Entonces Emilia se despidió para dejar que Majo descansara, pero antes de irse sacó de su bolso un sobre. —Esto me