Majo escuchaba por su móvil los reclamos de Salvador con respecto a sus puros. —Pues es muy fácil, o sigues fumando, o no nos casamos —respondió—, no me quiero quedar viuda joven, odio el olor a ese tabaco, además te estoy cuidando. —Pero Majo, no me puedes amenazar con eso, no es justo. —Lo es, yo quiero que nuestro bebé tenga a su padre al lado y no una fotografía como recuerdo, así que o dejas de fumar o te olvidas de nosotros. —Es que no se puede contigo, eres muy drástica —rebatió, se escuchó como resopló al otro lado de la línea. —Piensa que serás muy bien recompensado, es más, ya quiero que sea el día de la boda, me haces falta —confesó ella. —Tú más a mí, voy a enloquecer si no tengo a mi lado. Majo carcajeó al otro lado de la línea. —Ya supe lo que hiciste, pero a quién se le ocurre encender las alarmas por unas aceitunas. —Se mofó. —No te burles de mis antojos —reclamó él—, y no me tientes a ir por ti, secuestrarte y cumplir con mi antojo más grande, que es tenerte
Sebastián limpiaba los patios del penal donde se encontraba recluido, aunque a él no le habían dado el mismo castigo que Araujo, los demás reos siempre se burlaban de él, le robaban sus pertenencias, lo golpeaban a cambio de que hiciera sus tareas, y los guardias lo ponían a hacer trabajos de limpieza que jamás imaginó. —Doctor Saenz —dijo uno de los reos sosteniendo una hoja de períodico—, le tenemos noticias importantes. Sebastian lo ignoró y siguió con la manguera limpiando el patio. —Pero qué distinguido, parece que no le gusta mezclarse con los pobres —musitó entonces otros presos lo agarraron por la espalda, y le quitaron la manguera de las manos. —Yo no me meto con ustedes, déjenme tranquilo —gruñó Sebastian. —Claro que te dejaremos tranquilo, pero luego de mostrarte algo. —Pusieron frente a los ojos de él la imagen de la boda de Majo y Salvador—, se le casó la novia, debe estar despechado, y le daremos una ayudadita. Sebas miró esa imagen, Majo se veía radiante en la fo
—¡Se movió! —exclamó Majo, miró su vientre y luego alzó su rostro y sus ojos se cruzaron con los de Salvador, agarró la mano de él y la colocó en su estómago. —No siento nada —reclamó él, esperó unos segundos y de pronto sintió aquellos suaves movimientos, la mirada se le iluminó—. Tienes razón, ya está haciéndose notar —expresó emocionado. —¿Te duele? Majo negó con la cabeza. —No, es como si tuviera un gusanito en el vientre —bromeó. Luego de hacer aquellas compras, guardaron todo, y en la noche partieron rumbo a su país, llegaron casi al amanecer a su tierra natal, y fueron directo a casa. Al mediodía Salvador le tenía dos sorpresas a su esposa, así que la llevó a su despacho jurídico, y en la gran puerta de cristal impreso estaba: Consorcio Juridico Duque&Arismendi y asociados. Los ojos de Majo se abrieron de par en par, entonces un recuerdo se vino a la mente. «Me encantaría que trabajaramos juntos doctora, ¿no le gustaría ser parte de mi consorcio? suena bien Arismendi
Meses después. Salvador y Majo tenían todo listo para la llegada de su hija, el cuarto de la pequeña no lo pintaron con el tradicional color rosa, los dos eran del pensamiento que un tono de pared no definía un género, así que la habitación tenía distintas tonalidades pasteles. La cuna era blanca, como los estantes donde colocaron peluches, muñecos, la mecedora era de la misma tonalidad. —Ahora solo debemos esperar unas semanas más —dijo Salvador colocó su mano en el prominente vientre de su esposa. Majo resopló, colocó su mano en la cintura. —Recuerda que prometiste que no me dolería ni una uña, y siento que voy a explotar —refunfuñó—, me veo horrenda, gordísima, los clientes lo primero que ven cuando llegan a mi despacho es mi vientre. —Cruzó sus brazos, mordió su labio. Salvador esbozó una amplia sonrisa. —Bueno cariño es que si te ves enorme —expresó. —¿Qué? —Majo frunció el ceño, se retiró de lado de él. —¡Eres un imbécil! —Agarró un cojín y lo empezó a golpear. —¡Cálma
Majo inhaló profundo, apretó los dientes, negó con la cabeza. —No, tranquila, no es nada. —¿Quieres que llame a uno de tus empleados? ¿Será que te llevamos al hospital?—No, claro que no, María Isabel no nacerá hasta que esté su padre presente —aseguró, y en ese momento Salvador la llamó. —Hola cariño, me demoraré un poco la situación, los comuneros están muy necios. ¿Cómo estás?—Bien, no te preocupes, resuelve tus problemas. —¿Seguro te sientes bien?—Sí amor, solo tengo las molestias de días pasados, te esperamos para cenar. —Está bien, prometo no faltar a la cena, te amo. —También yo. —Majo colgó la llamada, miró a Emilia—, mi marido a veces es un poco intenso —bromeó. Emilia sonrió y se quedó un rato más acompañando a Majo, ella intentaba no mostrar que aquel dolor se hacía más fuerte. «Te voy a asesinar cuando vuelvas Salvador Arismendi» pensó en su mente. Entonces Emilia se despidió para dejar que Majo descansara, pero antes de irse sacó de su bolso un sobre. —Esto me
Salvador inhaló profundo, tenía los ojos aguados, su respiración era irregular, miró con ternura a su hijo, a los dos nos les importó que el médico se hubiera equivocado y que tuvieran un varón. —Debemos pensar en un nombre —dijo Majo mientras besaba la frente de su pequeño hijo—, se parece a ti —susurró y miró a Salvador. Salva sentía el corazón apretujado, no tenía palabras para agradecerle a Majo por tan inmenso regalo, se acercó a ella, la besó, y de pronto ella de nuevo se quejó. —¡Aahhh! —gritó otra vez. —¡Me duele! —¿Qué está pasando Piedad? —preguntó Salvador parpadeando asustado. —Debe ser la placenta, también duele. —¿Qué? —vociferó Majo—, debo dar a luz también a la placenta, no puede ser. —Se quejó, otra vez ese terrible dolor apareció. —¡No puede ser! —exclamó Piedad. Salvador palideció por completo, frunció el ceño. —¿Qué está pasando? —Hay otro bebé —comunicó. —¡Otro bebé! —exclamó Majo, de nuevo se aferró al brazo de Salvador, pujó con las pocas fuerz
Años más tarde. El gran salón de la hacienda la Momposina se adecuó como si fuera una sala de la suprema corte, era domingo y la familia se reunía como cada fin de semana, los chiquillos y adolescentes que ahora revoloteaban por el lugar movieron los muebles, las sillas, para emular un juzgado. —Recuerda todo lo que aprendiste hijo —le dijo Salvador a su pequeño de siete años. El niño de vivaces ojos azules asintió, vestía un elegante traje de diseñador como su papá. —Sí papá, sí me equivoco me ayudas. —Por supuesto. —Bueno cariño, recuerda que en este juicio Rodrigo es el abogado del acusado, y tú debes actuar como la defensa, así que haz lo que te enseñé —recomendó Majo a su pequeña María Isabel quién estaba vestida igual de elegante que su mamá cuando iba a los juzgados—, ten presente que es juego, y que no pueden pelearse entre hermanos. —Lo sabemos mami. —Isabel sonrió. La secretaria de la corte era Dafne la hija de Miguel y Luciana, así que cuando todos, padres, s
Bodas de Oro. Parecía que el tiempo no había pasado, y que apenas algunos ayeres María Paz y Joaquín se conocieron en el aeropuerto de Bogotá aquella mañana de verano. Como el olvidar aquel día cuando ella esperaba su vuelo de regreso a Estados Unidos y al ir por un café, encontró al amor de su vida. Su historia no fue un cuento de hadas, claro que existió la bruja, aquella nefasta mujer que estuvo a punto de separarlos, sin embargo, ni su maldad, ni su odio logró derrotar al amor, y ahora cincuenta años después, María Paz y Joaquín celebraban cincuenta años de casados. Desde temprano la gente de la hacienda no paraba, empleados y familiares iban y venían ultimando los detalles de tan magno evento. La novia se asomó desde la terraza de su alcoba, suspiró profundo observando aquellas enormes tierras adornadas de inmensos cafetales que años atrás le dieron la bienvenida, ella había dejado la comodidad de la gran manzana para refundirse en una hacienda en el eje cafetero colombiano,