Salvador perdió la poca paciencia que le quedaba, se puso de pie y antes de que los escoltas del ministro lo pudieran atrapar se metió al despacho del ministro. —Tenemos que hablar —dijo con rapidez, porque los escoltas lo agarraron por ambos brazos para sacarlo. El ministro frunció el ceño, les ordenó a los guardias soltar a Arismendi. —Doctor, esa no es la manera de entrar a mi oficina —recriminó. —¿Qué desea?—Quiero ser el abogado que mande a prisión a Araujo —expresó con firmeza y la mirada seria. —Sabes bien que eso no es posible Salvador, estaríamos incurriendo en un conflicto de intereses, lo más correcto es que busques un abogado penalista, en tu bufete hay muy buenos, tú los puedes asesorar. —¿No comprendes? ¡Quiero ser yo el que lo refunda en la cárcel!—Entonces no lo podrás acusar, tendrás que representar a las personas que lo acusen y en este caso es imposible, eres la parte acusadora. —¡M@ldición! —rugió, salió de la oficina del ministro como alma que lleva el dia
Salvador alzó ambas cejas, la miró a los ojos, no quería que se arriesgara, pero ya estaban metidos en eso desde hacía mucho tiempo, y sabía que ella no iba a desistir, exhaló un largo suspiro, se quedó en silencio por varios minutos. —No estoy muy de acuerdo —comentó, la miró a los ojos—, pero es la única oportunidad que tenemos para refundirlos en prisión, sin embargo, al primer indicio de que nuestro bebé corra peligro abandonarás el caso. —Colocó su mano en el vientre de ella. —¿Tenemos un trato?Majo alzó su mano como señal de juramento. —¡Estoy de acuerdo! —Bien —contestó Salvador, enseguida la abrazó, y luego la besó, el beso fue largo, intenso, requería del sabor de sus labios para calmar su ansiedad. —¿Tienes hambre? —preguntó. Majo carcajeó. —Sí, bastante, y veo que se están contagiando mis síntomas, eso es bueno, así engordaremos juntos —Sonrió. —Ah no, yo hago mucho ejercicio —rebatió él. Majo lo observó con absoluta frialdad. —Bien, entonces cuando te ponga una se
Al día siguiente se llevó a cabo la primera audiencia para la formulación de cargos, se hallaban presentes en la sala el fiscal de turno, María Joaquina llegó acompañada de Salvador, ambos lucían impecables trajes de diseñador.Habían esquivado a la prensa, que desde tempranas horas se hallaban afuera del edificio. —¿Te sientes bien? —le preguntó Salvador a ella, cuando ocuparon sus lugares. —Un poco nerviosa, pero todo en orden, tranquilo, sé hacer mi trabajo, no te preocupes. —Sonrió, y le acarició la mejilla. Salvador contuvo las ganas de besarla, pero no podían ponerse en evidencia, unos minutos más tarde apareció Araujo, escoltado por dos policías, miró a Salvador y él le devolvió el gesto, ambos hombres se desafiaron con los ojos. Entonces el juez apareció, y leyó el acta.—Tiene la palabra la parte acusadora —ordenó.Majo bebió un sorbo de agua, se puso de pie, miró a Araujo con seriedad. —Antes de interrogar al acusado quiero presentar a varios testigos —expresó—, voy a i
Salvador parpadeó, giró y miró a aquella mujer a la que tanto había buscado, la pieza clave de todo era ella, y de pronto sus ojos se clavaron en Brenda, estaba sentada entre la audiencia, lo había conseguido, había dado con el testigo principal. —Gracias —susurró. Aunque sabía que el mérito no era solo de ella, sino también de Majo, inhaló profundo, con la presencia de esa dama, Araujo estaba perdido. Los tacones de aquella dama sonaron sobre la duela del juzgado, llegó luciendo un vestido rojo de lentejuelas, una bufanda de plumas, tal como solía vestirse cuando era la madame de los burdeles, su cabello estaba pintado de un rojo vibrante, su maquillaje era muy escandaloso. Antes de pasar al estrado miró con despreció a Araujo y luego esbozó una amplia sonrisa. —Hola cariño. —Silencio —ordenó el juez. Araujo bebió con rapidez agua, sintió que se ahogaba, al darse cuenta que era ella: Aura María. Luciana volvió a su lugar y enseguida la señora González ocupó su silla. —Te
—Yo tengo que hablar unas cosas con el juez, los dejo solos —dijo Majo, le dio una palmada en el hombro a Salvador. Él se aseguró que Facundo fuera con ella, aún no se podía cantar victoria, entonces dirigió sus ojos a Brenda. —Estoy bien, gracias por preguntar, hicimos justicia. —La voz se le notaba entrecortada. —Tu hermana merecía que el culpable pagara lo que hizo —aseguró Brenda y se reflejó en los ojos de Salvador. Salvador ya no la observó con hostilidad, sino por el contrario, con agradecimiento. —Te arriesgaste mucho, no sé cómo pagarte. —Siendo feliz —respondió ella—. Lamento lo del video, quería alejarte de ella, pero luego entendí que te habías enamorado de María Joaquina, y cuando me buscó para pedirme ayuda comprendí que ella también estaba enamorada de ti, se arriesgó mucho, además no le importó que hablaran mal de ella, se jugó todo por ti. Salvador inhaló una gran bocanada de aire, contempló con ternura a Brenda. —Lamento no haber correspondido a tu amor, sabe
Entonces Salvador sacó de su impecable saco un estuche de terciopelo y lo abrió frente a los ojos de Majo. Ella separó los labios, el diamante deslumbró su vista, parpadeó un par de veces, la argolla era en oro blanco, la piedra tenía forma de estrella, y estaba rodeada de varios circones pequeños alrededor. En ese momento la letra de la melodía decía:«Oye esta canción que lleva: Alma, corazón y vida, esas tres cositas nada más te doy…»—Te ofrezco mi alma, mi corazón y mi vida a cambio de ser mi esposa —expresó él, la miró a los ojos, hacía mucho tiempo que no sentía un hormigueo en el cuerpo, como señal de nerviosismo. El ritmo cardíaco le latía desenfrenado. —¿Sin derecho a devolución? —preguntó ella, esbozó una amplia sonrisa, los ojos le brillaban. Salvador no pudo evitar reír, y soltó el aire que contenía. —A cambio que me concedas lo mismo. —No es justo, yo te daré algo muy valioso que compensa lo que tú me estás ofreciendo. —Volvió a sonreír, y colocó la mano de él en s
Salvador resopló. —¿Doctor Sáenz es consciente que en ese burdel clandestino el señor Araujo asesinó a Isabel Arismendi? ¿Usted lo sabía?Sebas se aclaró la garganta. —Supe del asesinato, más no de quién lo hizo. Salvador se sobó el rostro. —¿Está seguro? Le recuerdo que está bajo juramento doctor Sáenz —masculló apretando los dientes. —Estoy seguro —contestó, lo miró a los ojos. Salvador caminó a su lugar agarró un sobre, se aproximó al juez. —Señoría aquí hay una declaración juramentada del señor Araujo, la dio antes de ser trasladado al penal, en la cual afirma que el doctor Sáenz, sabía del asesinato. «Infeliz, me traicionó» frunció el ceño. —Doctor Sáenz, ha cometido perjurio y será condenado por eso, así que responda con la verdad —ordenó el magistrado. —Señoría, el acusado está sometido a altos niveles de estrés, no miente porque quiere, sino porque teme por su vida —justificó la defensa de Sáenz. —¿Usamos el polígrafo? —indagó Salvador. Sebastián apretó los puños,
—Lo que escuchaste, siempre haces lo mismo tu santa voluntad —gruñó molesto, tenía el ceño fruncido, no le agradaba ganar un juicio sin tener por completo el mérito. Majo también arrugó el entrecejo, soltó un resoplido. —Yo debía condenarlo, él me hizo perder diez años de mi vida, se burló de mí, de mis sentimientos, me usó, ¿no crees que fue correcto que buscara justicia? —recriminó, parpadeó y bufó—, pero tu ego de gran abogado no te deja ver más allá. Majo dio vuelta, lo dejó con la palabra en la boca, Malú estaba por acercarse y felicitarla, pero la detuvo con la mano. —No quiero hablar con nadie —gritó, salió de la sala y le pidió a Facundo que la llevara a casa, quizás tenía la razón, o estaba exagerando en su comportamiento, pero las hormonas del embarazo la tenían en un sube y baja de emociones, además no solo era eso, sino que todo había pasado en tan corto tiempo. En el auto la cabeza le daba miles de vueltas, gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas, no lo podía evita