Después de... haber sostenido la promesa de esperarnos hasta el matrimonio para consumar nuestra relación, me dije: «¿por qué no?».
Mi respiración se volvió un tanto inestable. Tenía recelo de que alguien tocara la puerta y nos interrumpiera.
«¿Por qué es casi imposible decirle que no al amor de tu vida, incluso al punto de hacer cosas que jamás imaginaste hacer?».
—¡Ven, cariño! Ya estamos casados, ¿no? —indicó con ímpetu, rodeó mi cintura y me presionó a su cuerpo de un solo movimiento. Sus labios se curvaron con una sonrisa tentadora.
Sin duda, la promesa de esperarnos hasta la luna de miel tuvo su límite. Entonces, fue allí donde pude entender por qué mi suegra casi que nos echaba de la recepción. Quizá ella lo había vivido de igual forma con la famosa «tradición». Sin embargo, en mi caso, esto era más que eso; era saber si estaba lista para volver a confiar en alguien... por amor.
—Valen, yo no sé si sea el momento y el lugar. Y si... —propuse a medias. Él posó su dedo índice sobre mis labios.
«Mierda, eso sí que me ha puesto...», pensé.
Acarició mis mejillas y se acercó despacio para morder mi labio inferior con suavidad. Cerré los ojos para dejarme llevar. Mis hormonas empezaron a perder el juicio.
Me solté de su agarre por un momento.
—¡Entonces, vámonos de aquí! —expresé sin más, con mi mirada fija a la suya. Él asintió esbozando sensualidad al mojar sus labios cerca de los míos.
—En un par de minutos, sí —susurró mientras, sin notarlo, mis manos ya estaban soltando el nudo de su corbata. Él empezaba a besar mi rostro de una forma tan sublime y cautivadora. Me sentó sobre el bordillo del tocador sin dejar de besarme, mientras acariciaba despacio mi pierna, haciendo que mi vestido subiera y...
—¡Te deseo tanto! —repetía y bajaba hasta mi cuello, el que recorría despacio con besos apasionados.
—¡Valentino!
—Sí, amor.
—Yo también te deseo. —confesé.
—Me encantas —murmuró, y esto se volvió un detonante para excitar mis ganas de poseerlo enseguida.
Y de pronto, escuchamos que tocaban a la puerta y preguntaban si alguien estaba allí. Abrí mis ojos con sorpresa. Nos detuvimos, él soltó un bufido.
—Valentino, espera. ¿Y ahora cómo salimos? ¡No te pueden ver aquí! —exclamé. Arqueó una ceja, aquella que me encantaba ver cuando una locura asomaba por su mente.
—Confía en mí. —Retrocedió y arregló su corbata mientras yo acomodaba mi vestido blanco corcel y avisaba que en un momento salía.
Abrí la puerta pensando en qué podía inventar. Valentino se colocó detrás, pero la invitada me ahorró la explicación al entrar enseguida con el celular en la mano, sin voltear; al parecer, estaba en una llamada. Y pues, bueno, después de todo la idea no había sido tan creativa, pero al menos sirvió para que Valentino saliera rápido de allí. Lo que me sorprendió fue que se volvió sobre sus pasos. Asombrada lo miré como quien pregunta «qué pasó», y resultó ser que quería avisarme que nos veríamos cerca de la salida del salón para concluir eso que apenas empezábamos en el toilet. Dibujó en mí una sonrisa pícara y se marchó.
Caminé frente al espejo una vez más para retocarme, no quería que se notase lo que acababa de pasar, por si me encontraba con alguien afuera. Salí rápido del lugar un poco nerviosa, pero a la expectativa de lo que pasaría entre nosotros más adelante.
***
Al rato, me despedí de mis padres y de mis suegros, quienes nos pescaron cerca de la salida. Nos retiramos casi sin ser vistos por los demás invitados. Valentino tomó mi mano y, mirando a todos lados como quien huye de algo, me indicó la ruta por la que debíamos ir. La habitación máster para nuestra noche de bodas ya estaba reservada en el piso nueve. «¡Se conoce tan bien este lugar!», deduje. Él lo administraba y su padre era el dueño. Tomamos la puerta trasera del salón, que conectaba con el ascensor; el marcador de pisos con luces doradas alrededor de los números anunciaba que ya se estaba aproximando a la planta baja. Mi corazón latía con desenfreno hasta que llegó el momento. Las puertas se abrieron, entramos rápido y él presionó el botón rojo del número nueve para subir. Me miró de una forma tan diferente, podía jurar que nunca lo había visto así; yo siempre evitaba los momentos pasionales, no quería traer a la mente nada que me recordara a ese doloroso pasado.
En fin, tomó mi mano y besó mis nudillos de una forma tan sensual. Lo miré y me perdí por unos segundos en sus bellos ojos negros, los que tenían un brillo sin igual. Escuchamos un leve pitido, las puertas del ascensor se abrieron despacio, salimos caminando por el largo pasillo de luces tenues, elegantes alfombras y lámparas lujosas. Estaba un poco nerviosa, pero quería que esto pasara con Valentino; quería que esto pasara por primera vez con él...
Sacó una llave del bolsillo de su pantalón.—¡Así que ya la tenías lista, ¿eh?! —indiqué con algo de curiosidad. Sonrió.Entramos con discreción. Me dio paso unos segundos, encendió las luces bajas y ambientó la habitación. Cerró la puerta con seguro, yo me quedé a un costado y sonreí cuando volteó a buscarme.—¡Acá estoy, caballero! —Agité mi mano, como quien dice «presente». Él acercó las suyas a mi rostro y dejó un beso sobre mis labios, algo que me hizo soltar un poco los nervios. Por un momento, dudé de lo que estaba haciendo, por miedo a mis inseguridades. Pero, ante aquello, abracé su cuello con lentitud, y traté de disiparlas y recobrar valor. Nos quedamos en silencio por unos segundos, luego, quitó sus lentes de pasta negra y l
A la mañana siguiente, desperté con mi rostro cerca de su pecho desnudo. Su brazo cruzaba por debajo de mi cuello, su manoderecha descansaba sobre mi vientre; estábamos abrazados envueltos entre sábanas blancas. Las cortinas de seda empezaron a hacer eco del radiante sol que se asomaba por una pequeña hendija de la ventana de la habitación.Me moví con cuidado para no despertarlo, pero fue inevitable. Se giró hacia mí mientras me levantaba de la cama, se notaba a leguas que tenía la intención de tumbarme de nuevo. Me miró con una amplia sonrisa y me rodeó la cintura con sus brazos.—¡No, te quedas aquí! —susurró entredormido. Incluso así, se lo veía adorable.«Definitivamente, qué rico se siente dormir y despertar junto a la persona que amas», pensé.—¡Es dif&iacu
Unas horas más tarde, Valentino y yo preparamos algo de comer. Teníamos provisiones en la nevera y aprovechamos para hacer una salsa de queso que le salía exquisita, acompañada con papas al horno y porciones de pollo bien cortadas. Me comentaba que lo había aprendido de sus chefs en la escuela de hoteles. Decidimos tomar una ducha compartida por primera vez en nuestra suite. Era tan romántico ver como mi piel y la suya se descubrían... Era inevitable contenerme al tenerlo tan cerca.«¿Le digo o no se lo digo? ¡Ay, ya no importa! ¡Se lo digo!».—¡Quiero hacerte el amor en este preciso momento, Valentino! —Me miró sorprendido. Negó, sonriendo ante mi propuesta.—No pensé que fueras a pedírmelo, pero ¡haberlo dicho antes, ¿no?! —Soltamos una carcajada luego de su respuest
De pronto, mi cuñada me llamó y me ofreció algo de comer, volteé para tomarlo y, apenas unos segundos después, al girarme, ambos ya no estaban delante de mí. Devolví el aperitivo al charol. Restregué mis ojos para cerciorarme de que quizá era una confusión; pero no, ellos ya no estaban, se habían perdido entre la multitud.—Susana, ¿has visto a tu hermano?—Pues no.—Yo sí, Eunice. Se fue con Candy por allá —intervino Carola, su hermana menor, quien señaló con su mano al cuarto de cocina.—¡Gracias por avisarme, nena!«¿Así que se llama Candy?». Me dirigí a la cocina y me encontré con el cuadro de que ella abrazaba su cuello y acariciaba su mejilla con “demasiada” empatía, pero él no correspondía;
Escuché a Valentino llamarme, así que me despedí de Francis de una forma muy amena y respetuosa. «Su presencia me ha subido el ánimo en medio de tantos desaires al menos», pensé, pero el llamado de Valen, tenía que ver con celos ocultos, supuse.—Dime —respondí en un tono serio. Su mamá estaba más tranquila, sus hijas se encontraban con ella, por lo que pude notar.—Se supone que deberías estar cerca de mí. ¡No! —indicó con dureza presionando su mandíbula.—¿Lo dices por el saludo cortés de Francis? —negó con firmeza.—Protección que es muy diferente. —solté una sonrisa sarcástica.—Por cierto lamento lo de la cocina, Eunice, yo... —torcí mis ojos mirando hacia otro lado.—Estoy acompañándote Valentino, esto
Los meses caían en rutinas sin creatividad... al menos para mí.Hasta que una mañana, mientras desayunábamos en el comedor, Valentino me avisó que tendría una reunión de trabajo de última hora; algo que me dejó un poco sorprendida, ya que él trataba siempre de hacerlo de lunes a viernes para pasar el fin de semana en casa o en alguna reunión familiar. Lo noté contento, un poco más que de costumbre.—Es raro, casi siempre pasas aquí los sábados —comenté y acerqué mi mano al plato del centro, donde estaban las rebanadas de pan integral con algo de mermelada de frutilla.Él me pasó una de inmediato.—Sí, cariño, pero esta vez es el negocio más importante que tengo que cerrar, me esperan a las doce del mediodía.—¿Es un almuerzo? —pregunté. Él
Algo dentro de mí no digería lo que él acababa de decir. ¿Cómo pude no recordar que ya cumplíamos un año?Mis lágrimas inevitables se asomaron.«No, definitivamente no. Él no merece una mujer como yo», pensé.Se marchó. Cerré la puerta con seguro y luego revisé con cuidado la tarjeta que vino colgada junto al ramo de rosas. Para mi sorpresa, era él quien las había enviado. Y todo por culpa de mi pésima actitud, no me sentía digna de ser su esposa. De pronto, a mi mente le acribillaban las ideas que hace tiempo me venían rondando: debía pedirle el divorcio. De esa forma, ya no lo lastimaría más con mi absurda manera de ser. Un aniversario, y yo con palabras adoloridas calando en mí: «él debe ser feliz».Muchas estupideces me avistaban tras la idea del divorcio. Cami
Algunas horas después, recibí una llamada de la secretaria de Valentino, quien me informaba que estaría listo el taxi que me vendría a recoger para llevarme al aeropuerto, lo cual me dejó desconcertada. Le marqué directo a él a su móvil, no contestaba. Insistí, y al tercer intento respondió. Me dijo que me alistara lo más pronto posible, que se trataba de un viaje de última hora y debía acompañarlo.Mi circunstancia no era la mejor de todas, del lado emocional, pero acepté. Quizá necesitaba despejar mi mente antes de tomar una decisión; sí, una muy importante respecto al rumbo que debería tomar este matrimonio.Viajaríamos a eso de las seis de la tarde. Me coloqué jeans celestes, una camiseta blanca por dentro y unos zapatos tenis. Alisté lo más que pude de mi equipaje. Le marqué al móvil