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Parte 4 - Luna de miel y...

Sacó una llave del bolsillo de su pantalón.

—¡Así que ya la tenías lista, ¿eh?! —indiqué con algo de curiosidad. Sonrió.

Entramos con discreción. Me dio paso unos segundos, encendió las luces bajas y ambientó la habitación. Cerró la puerta con seguro, yo me quedé a un costado y sonreí cuando volteó a buscarme.

—¡Acá estoy, caballero! —Agité mi mano, como quien dice «presente». Él acercó las suyas a mi rostro y dejó un beso sobre mis labios, algo que me hizo soltar un poco los nervios. Por un momento, dudé de lo que estaba haciendo, por miedo a mis inseguridades. Pero, ante aquello, abracé su cuello con lentitud, y traté de disiparlas y recobrar valor. Nos quedamos en silencio por unos segundos, luego, quitó sus lentes de pasta negra y los dejó sobre el recibidor.

—Te amo —susurró, y yo sonreí aterrizándome al presente mientras cerraba mis ojos despacio para disfrutar del beso que se aproximaba una vez más, de sus suaves y finos labios.

Él me acercó despacio a la pared e hizo un elegante movimiento al aflojar el nudo de su corbata. ¡Se lo veía tan sexy! Su cuerpo y el mío sentían la intención de quererse hacer uno solo.

Me hizo un camino de besos en el rostro una vez más; aterrizaban en mi boca, mientras tanto desabotonaba su camisa blanca manga larga dejándome ver su esculpido cuerpo, tan bien trabajado, tan perfecto, su abdomen ya era mi debilidad. Yo intentaba desabrochar la parte de atrás de mi vestido, pero detuve el beso tras mi torpeza.

Ambos sonreímos. Arqueó una ceja e intervino.

—¡Déjame y yo lo hago por ti! —propuso en voz baja, con lo cual me convenció. Asentí.

—¡Te amo, cariño!

—Y yo a ti, mi Eunice.

Sentí cómo escurría despacio el cierre de mi vestido y me dejaba en una lencería color blanco, con medias de nylon y encajes delicados alrededor de mi cadera y piernas.

—¡Se te ve tan sensual! —exclamó deslumbrado y me dio una repasada de arriba abajo mientras mi vestido se terminaba de caer al piso. Mis manos se posaron en él y acariciaron su pecho desnudo.

Sonreí a su cumplido. Luego me sorprendió cargándome entre sus fuertes brazos para llevarme al lugar donde consumaríamos lo que tanto soñábamos.

Nuestras miradas penetrantes no se desvanecían en lo más mínimo. Me sentó en el borde de la cama con cuidado. Mientras desabrochaba su cinturón de cuero y se retiraba el pantalón, me quité las sandalias de taco alto y mis pendientes aperlados. Ver a Valentino así de... No sé, un fuego intenso invadía todo mi ser.

Miré hacia la pequeña mesa que estaba a un costado de la cama. Había un ramo hermoso de rosas rojas y, a su lado, una bandeja de acero con cubos de hielo para enfriar la botella de champagne. Contábamos con servilletas de tela color blanco y cintas beige, un par de copas y, al otro costado, una nota que decía: «Con amor, Valentino».

Enseguida sentí sus manos rodear mi cintura, cosa que robó mi atención hacia él. Tomó mi mano y la besó.

—¿Te gustó la sorpresa?

—Claro que sí, amor.

Lo abracé fuerte desde mi sitio. Él estaba sentado sobre sus talones frente a mí, cargaba un ajustado bóxer; las sábanas blancas y los pétalos de rosas hacían cálido y romántico el momento… El aroma de su piel. Las ganas en mí renacieron; quería entregarme a él por primera vez.

—Ven —dije entre dientes mientras él me recostaba despacio. Su mirada no se desprendía de la mía; era una conexión tan mágica, como si nos estuviéramos diciendo tantas cosas en solo un par de segundos.

Empezaron los besos lentos y cálidos, sus manos acariciaban mis brazos subiendo hasta mi cuello despacio, como si me reconociera suya. Se fue colocando encima de mí poco a poco, mis manos no dudaron en abrazar su espalda, y acariciarla con ternura. Los minutos pasaban y los besos se intensificaban.

—¡Te amo, Eunice! —susurraba mientras besaba mis hombros desnudos, lo cual me hizo ladear la cabeza sobre la almohada; mi respiración se empezaba a precipitar.

—¡Te deseo! —Eso fue un elixir a sus oídos, tanto que empezó a acelerar su cuerpo, y me dejó sentir su erección cerca de mis piernas.

—¡Qué bien se siente! —empezó a desprender los tirantes de la lencería que adornaba con sensualidad mis caderas.

—¡Estás hermosa! —Soltó un gemido demasiado obvio, para que yo lo notara.

Sonreí, me acerqué a sus labios y los mordí despacio.

—¿Sigo?

—¡Sí! —insistí. Sus besos se hacían más y más ardientes, yo los correspondía de la misma forma; la pasión se empezaba a adueñar de nuestro juicio. Su lengua entraba en mi boca bailando despacio. El olor de su piel era mi fragancia favorita. Mis piernas rodearon su cintura con lentitud, cerré mis ojos para vivir el instante. Le rogaba que no se detuviera, estaba experimentándome en otro universo, mi cuerpo reconocía las señales del suyo, hacíamos un match tan perfecto.

—¡Eunice, mi amor, quiero hacerte mía! —susurró, apasionado. Su respiración acelerada denotaba el deseo a punto de consumarse... Pero, entonces, abrí mis ojos al escucharlo decir eso último. Vinieron recuerdos a mi mente y...

—¡Espera! —exclamé. Él abrió sus ojos despacio, hizo caso a mi petición, y se detuvo.

—¿Qué pasó, amor? —quiso saber. Yo callé y solo lo miré.

—¿Lo estoy haciendo mal? —cuestionó, preocupado. Negué.

—Entonces ¿por qué te detuviste así tan de golpe? Vi cómo lo estabas disfrutando.

—¡No, Valentino! Es solo que...

Hice una pausa, él tenía la mirada más complaciente del mundo.

—Vamos, dime qué sucede… —musitó con ternura.

—¡Amor, solo no lo hagas! Por favor.

—Eunice, te amo y quiero que te sientas cómoda, deseo que lo disfrutes tanto como yo. Si tienes algo que decirme, solo hazlo. Somos amigos, ante todo, ¿no?

—¡Valentino, discúlpame! —Lo empujé despacio para retirármelo de encima. Me dirigí al baño rápido. Él quedó confundido en su sitio.

Cerré la puerta con una extraña sensación de miedo, me miré en el espejo y me reproché el mal rato que le acababa de hacer pasar a mi esposo, y por arruinarme la noche de bodas que había imaginado por tanto tiempo.

—¿Qué te sucede, Eunice? —me dije en voz baja—. Lo otro es cosa del pasado, Valentino es tu presente. Debes decírselo, confiar en él —me refutaba en la mente, mientras presionaba con dureza mis labios, sentía que la cobardía me ganaba.

—¡No, no! —un par de lágrimas corrían por mi rostro. Intenté secarlas pero, entonces, escuché toques leves en la puerta.

—Amor, ¿te encuentras bien?

—Ehmm, sí. Descuida, ya salgo —expresé mientras me soltaba el cabello. Tomé un poco de papel toalla y me sequé rápido las lágrimas.

«Vamos, Eunice. Tú puedes hacerlo. Valentino te ama, eres capaz de demostrarle que eres la mujer de su vida», me dije.

Giré la manija de la puerta, tomé un respiro, cerré mis ojos y los abrí despacio antes salir. Entonces él estaba allí, frente a mí; se había puesto su bóxer gris. Arrimó un brazo en la pared y dejó relucir en su mirada la preocupación.

—¿Todo bien? —preguntó. Asentí y tomé un respiro.

—Discúlpame, amor. No sé lo que me pasó... —Las palabras se me congelaron en la garganta cuando Valentino me abrazó fuerte y dejó un beso sobre mi coronilla. Sentí esa paz que solo él sabía darme.

—Si no te sientes lista, descuida, ¿sí? No quiero que te veas obligada a algo que no deseas y...

—¡No, amor! Claro que lo quiero. —Me solté levemente de su abrazo y vi que sus ojos encandilaron de brillo al escuchar esas palabras, pero se abstuvo.

Retrocedió un momento. Acarició mi barbilla y susurró:

Quiero que seas mía. No te voy a negar que me muero por tenerte por completo, Eunice; pero estoy dispuesto a esperar lo que me pidas, si así lo deseas. Así que vamos a dejarlo aquí, ¿sí? —Tragó saliva mientras asentía con una mirada comprensiva.

Lo besé luego de escuchar eso. Pese a que era difícil hablar de lo sucedido, me sentí tan amada y aceptada.

—Gracias, en serio, amor —murmuré.

—Cuando te sientas mal o algo no te guste, por favor dímelo, ¿sí? Peor es que me lo ocultes —admitió. Entonces se formó un nudo en mi garganta con dolor, pero disimulé.

—Así lo haré, Valentino.

«Soy una idiota».

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