Sacó una llave del bolsillo de su pantalón.
—¡Así que ya la tenías lista, ¿eh?! —indiqué con algo de curiosidad. Sonrió.
Entramos con discreción. Me dio paso unos segundos, encendió las luces bajas y ambientó la habitación. Cerró la puerta con seguro, yo me quedé a un costado y sonreí cuando volteó a buscarme.
—¡Acá estoy, caballero! —Agité mi mano, como quien dice «presente». Él acercó las suyas a mi rostro y dejó un beso sobre mis labios, algo que me hizo soltar un poco los nervios. Por un momento, dudé de lo que estaba haciendo, por miedo a mis inseguridades. Pero, ante aquello, abracé su cuello con lentitud, y traté de disiparlas y recobrar valor. Nos quedamos en silencio por unos segundos, luego, quitó sus lentes de pasta negra y los dejó sobre el recibidor.
—Te amo —susurró, y yo sonreí aterrizándome al presente mientras cerraba mis ojos despacio para disfrutar del beso que se aproximaba una vez más, de sus suaves y finos labios.
Él me acercó despacio a la pared e hizo un elegante movimiento al aflojar el nudo de su corbata. ¡Se lo veía tan sexy! Su cuerpo y el mío sentían la intención de quererse hacer uno solo.
Me hizo un camino de besos en el rostro una vez más; aterrizaban en mi boca, mientras tanto desabotonaba su camisa blanca manga larga dejándome ver su esculpido cuerpo, tan bien trabajado, tan perfecto, su abdomen ya era mi debilidad. Yo intentaba desabrochar la parte de atrás de mi vestido, pero detuve el beso tras mi torpeza.
Ambos sonreímos. Arqueó una ceja e intervino.
—¡Déjame y yo lo hago por ti! —propuso en voz baja, con lo cual me convenció. Asentí.
—¡Te amo, cariño!
—Y yo a ti, mi Eunice.
Sentí cómo escurría despacio el cierre de mi vestido y me dejaba en una lencería color blanco, con medias de nylon y encajes delicados alrededor de mi cadera y piernas.
—¡Se te ve tan sensual! —exclamó deslumbrado y me dio una repasada de arriba abajo mientras mi vestido se terminaba de caer al piso. Mis manos se posaron en él y acariciaron su pecho desnudo.
Sonreí a su cumplido. Luego me sorprendió cargándome entre sus fuertes brazos para llevarme al lugar donde consumaríamos lo que tanto soñábamos.
Nuestras miradas penetrantes no se desvanecían en lo más mínimo. Me sentó en el borde de la cama con cuidado. Mientras desabrochaba su cinturón de cuero y se retiraba el pantalón, me quité las sandalias de taco alto y mis pendientes aperlados. Ver a Valentino así de... No sé, un fuego intenso invadía todo mi ser.
Miré hacia la pequeña mesa que estaba a un costado de la cama. Había un ramo hermoso de rosas rojas y, a su lado, una bandeja de acero con cubos de hielo para enfriar la botella de champagne. Contábamos con servilletas de tela color blanco y cintas beige, un par de copas y, al otro costado, una nota que decía: «Con amor, Valentino».
Enseguida sentí sus manos rodear mi cintura, cosa que robó mi atención hacia él. Tomó mi mano y la besó.
—¿Te gustó la sorpresa?
—Claro que sí, amor.
Lo abracé fuerte desde mi sitio. Él estaba sentado sobre sus talones frente a mí, cargaba un ajustado bóxer; las sábanas blancas y los pétalos de rosas hacían cálido y romántico el momento… El aroma de su piel. Las ganas en mí renacieron; quería entregarme a él por primera vez.
—Ven —dije entre dientes mientras él me recostaba despacio. Su mirada no se desprendía de la mía; era una conexión tan mágica, como si nos estuviéramos diciendo tantas cosas en solo un par de segundos.
Empezaron los besos lentos y cálidos, sus manos acariciaban mis brazos subiendo hasta mi cuello despacio, como si me reconociera suya. Se fue colocando encima de mí poco a poco, mis manos no dudaron en abrazar su espalda, y acariciarla con ternura. Los minutos pasaban y los besos se intensificaban.
—¡Te amo, Eunice! —susurraba mientras besaba mis hombros desnudos, lo cual me hizo ladear la cabeza sobre la almohada; mi respiración se empezaba a precipitar.
—¡Te deseo! —Eso fue un elixir a sus oídos, tanto que empezó a acelerar su cuerpo, y me dejó sentir su erección cerca de mis piernas.
—¡Qué bien se siente! —empezó a desprender los tirantes de la lencería que adornaba con sensualidad mis caderas.
—¡Estás hermosa! —Soltó un gemido demasiado obvio, para que yo lo notara.
Sonreí, me acerqué a sus labios y los mordí despacio.
—¿Sigo?
—¡Sí! —insistí. Sus besos se hacían más y más ardientes, yo los correspondía de la misma forma; la pasión se empezaba a adueñar de nuestro juicio. Su lengua entraba en mi boca bailando despacio. El olor de su piel era mi fragancia favorita. Mis piernas rodearon su cintura con lentitud, cerré mis ojos para vivir el instante. Le rogaba que no se detuviera, estaba experimentándome en otro universo, mi cuerpo reconocía las señales del suyo, hacíamos un match tan perfecto.
—¡Eunice, mi amor, quiero hacerte mía! —susurró, apasionado. Su respiración acelerada denotaba el deseo a punto de consumarse... Pero, entonces, abrí mis ojos al escucharlo decir eso último. Vinieron recuerdos a mi mente y...
—¡Espera! —exclamé. Él abrió sus ojos despacio, hizo caso a mi petición, y se detuvo.
—¿Qué pasó, amor? —quiso saber. Yo callé y solo lo miré.
—¿Lo estoy haciendo mal? —cuestionó, preocupado. Negué.
—Entonces ¿por qué te detuviste así tan de golpe? Vi cómo lo estabas disfrutando.
—¡No, Valentino! Es solo que...
Hice una pausa, él tenía la mirada más complaciente del mundo.
—Vamos, dime qué sucede… —musitó con ternura.
—¡Amor, solo no lo hagas! Por favor.
—Eunice, te amo y quiero que te sientas cómoda, deseo que lo disfrutes tanto como yo. Si tienes algo que decirme, solo hazlo. Somos amigos, ante todo, ¿no?
—¡Valentino, discúlpame! —Lo empujé despacio para retirármelo de encima. Me dirigí al baño rápido. Él quedó confundido en su sitio.
Cerré la puerta con una extraña sensación de miedo, me miré en el espejo y me reproché el mal rato que le acababa de hacer pasar a mi esposo, y por arruinarme la noche de bodas que había imaginado por tanto tiempo.
—¿Qué te sucede, Eunice? —me dije en voz baja—. Lo otro es cosa del pasado, Valentino es tu presente. Debes decírselo, confiar en él —me refutaba en la mente, mientras presionaba con dureza mis labios, sentía que la cobardía me ganaba.
—¡No, no! —un par de lágrimas corrían por mi rostro. Intenté secarlas pero, entonces, escuché toques leves en la puerta.
—Amor, ¿te encuentras bien?
—Ehmm, sí. Descuida, ya salgo —expresé mientras me soltaba el cabello. Tomé un poco de papel toalla y me sequé rápido las lágrimas.
«Vamos, Eunice. Tú puedes hacerlo. Valentino te ama, eres capaz de demostrarle que eres la mujer de su vida», me dije.
Giré la manija de la puerta, tomé un respiro, cerré mis ojos y los abrí despacio antes salir. Entonces él estaba allí, frente a mí; se había puesto su bóxer gris. Arrimó un brazo en la pared y dejó relucir en su mirada la preocupación.
—¿Todo bien? —preguntó. Asentí y tomé un respiro.
—Discúlpame, amor. No sé lo que me pasó... —Las palabras se me congelaron en la garganta cuando Valentino me abrazó fuerte y dejó un beso sobre mi coronilla. Sentí esa paz que solo él sabía darme.
—Si no te sientes lista, descuida, ¿sí? No quiero que te veas obligada a algo que no deseas y...
—¡No, amor! Claro que lo quiero. —Me solté levemente de su abrazo y vi que sus ojos encandilaron de brillo al escuchar esas palabras, pero se abstuvo.
Retrocedió un momento. Acarició mi barbilla y susurró:
—Quiero que seas mía. No te voy a negar que me muero por tenerte por completo, Eunice; pero estoy dispuesto a esperar lo que me pidas, si así lo deseas. Así que vamos a dejarlo aquí, ¿sí? —Tragó saliva mientras asentía con una mirada comprensiva.
Lo besé luego de escuchar eso. Pese a que era difícil hablar de lo sucedido, me sentí tan amada y aceptada.
—Gracias, en serio, amor —murmuré.
—Cuando te sientas mal o algo no te guste, por favor dímelo, ¿sí? Peor es que me lo ocultes —admitió. Entonces se formó un nudo en mi garganta con dolor, pero disimulé.
—Así lo haré, Valentino.
«Soy una idiota».
A la mañana siguiente, desperté con mi rostro cerca de su pecho desnudo. Su brazo cruzaba por debajo de mi cuello, su manoderecha descansaba sobre mi vientre; estábamos abrazados envueltos entre sábanas blancas. Las cortinas de seda empezaron a hacer eco del radiante sol que se asomaba por una pequeña hendija de la ventana de la habitación.Me moví con cuidado para no despertarlo, pero fue inevitable. Se giró hacia mí mientras me levantaba de la cama, se notaba a leguas que tenía la intención de tumbarme de nuevo. Me miró con una amplia sonrisa y me rodeó la cintura con sus brazos.—¡No, te quedas aquí! —susurró entredormido. Incluso así, se lo veía adorable.«Definitivamente, qué rico se siente dormir y despertar junto a la persona que amas», pensé.—¡Es dif&iacu
Unas horas más tarde, Valentino y yo preparamos algo de comer. Teníamos provisiones en la nevera y aprovechamos para hacer una salsa de queso que le salía exquisita, acompañada con papas al horno y porciones de pollo bien cortadas. Me comentaba que lo había aprendido de sus chefs en la escuela de hoteles. Decidimos tomar una ducha compartida por primera vez en nuestra suite. Era tan romántico ver como mi piel y la suya se descubrían... Era inevitable contenerme al tenerlo tan cerca.«¿Le digo o no se lo digo? ¡Ay, ya no importa! ¡Se lo digo!».—¡Quiero hacerte el amor en este preciso momento, Valentino! —Me miró sorprendido. Negó, sonriendo ante mi propuesta.—No pensé que fueras a pedírmelo, pero ¡haberlo dicho antes, ¿no?! —Soltamos una carcajada luego de su respuest
De pronto, mi cuñada me llamó y me ofreció algo de comer, volteé para tomarlo y, apenas unos segundos después, al girarme, ambos ya no estaban delante de mí. Devolví el aperitivo al charol. Restregué mis ojos para cerciorarme de que quizá era una confusión; pero no, ellos ya no estaban, se habían perdido entre la multitud.—Susana, ¿has visto a tu hermano?—Pues no.—Yo sí, Eunice. Se fue con Candy por allá —intervino Carola, su hermana menor, quien señaló con su mano al cuarto de cocina.—¡Gracias por avisarme, nena!«¿Así que se llama Candy?». Me dirigí a la cocina y me encontré con el cuadro de que ella abrazaba su cuello y acariciaba su mejilla con “demasiada” empatía, pero él no correspondía;
Escuché a Valentino llamarme, así que me despedí de Francis de una forma muy amena y respetuosa. «Su presencia me ha subido el ánimo en medio de tantos desaires al menos», pensé, pero el llamado de Valen, tenía que ver con celos ocultos, supuse.—Dime —respondí en un tono serio. Su mamá estaba más tranquila, sus hijas se encontraban con ella, por lo que pude notar.—Se supone que deberías estar cerca de mí. ¡No! —indicó con dureza presionando su mandíbula.—¿Lo dices por el saludo cortés de Francis? —negó con firmeza.—Protección que es muy diferente. —solté una sonrisa sarcástica.—Por cierto lamento lo de la cocina, Eunice, yo... —torcí mis ojos mirando hacia otro lado.—Estoy acompañándote Valentino, esto
Los meses caían en rutinas sin creatividad... al menos para mí.Hasta que una mañana, mientras desayunábamos en el comedor, Valentino me avisó que tendría una reunión de trabajo de última hora; algo que me dejó un poco sorprendida, ya que él trataba siempre de hacerlo de lunes a viernes para pasar el fin de semana en casa o en alguna reunión familiar. Lo noté contento, un poco más que de costumbre.—Es raro, casi siempre pasas aquí los sábados —comenté y acerqué mi mano al plato del centro, donde estaban las rebanadas de pan integral con algo de mermelada de frutilla.Él me pasó una de inmediato.—Sí, cariño, pero esta vez es el negocio más importante que tengo que cerrar, me esperan a las doce del mediodía.—¿Es un almuerzo? —pregunté. Él
Algo dentro de mí no digería lo que él acababa de decir. ¿Cómo pude no recordar que ya cumplíamos un año?Mis lágrimas inevitables se asomaron.«No, definitivamente no. Él no merece una mujer como yo», pensé.Se marchó. Cerré la puerta con seguro y luego revisé con cuidado la tarjeta que vino colgada junto al ramo de rosas. Para mi sorpresa, era él quien las había enviado. Y todo por culpa de mi pésima actitud, no me sentía digna de ser su esposa. De pronto, a mi mente le acribillaban las ideas que hace tiempo me venían rondando: debía pedirle el divorcio. De esa forma, ya no lo lastimaría más con mi absurda manera de ser. Un aniversario, y yo con palabras adoloridas calando en mí: «él debe ser feliz».Muchas estupideces me avistaban tras la idea del divorcio. Cami
Algunas horas después, recibí una llamada de la secretaria de Valentino, quien me informaba que estaría listo el taxi que me vendría a recoger para llevarme al aeropuerto, lo cual me dejó desconcertada. Le marqué directo a él a su móvil, no contestaba. Insistí, y al tercer intento respondió. Me dijo que me alistara lo más pronto posible, que se trataba de un viaje de última hora y debía acompañarlo.Mi circunstancia no era la mejor de todas, del lado emocional, pero acepté. Quizá necesitaba despejar mi mente antes de tomar una decisión; sí, una muy importante respecto al rumbo que debería tomar este matrimonio.Viajaríamos a eso de las seis de la tarde. Me coloqué jeans celestes, una camiseta blanca por dentro y unos zapatos tenis. Alisté lo más que pude de mi equipaje. Le marqué al móvil
***Poco después, cuando terminamos de cenar, Valentino se levantó de la mesa y se llevó un par de trastos. Le dije que yo los iba a lavar, pero insistió. Después de todo, él siempre trataba de colaborar en casa; nunca me pude quejar de eso.Al rato vi que dejó todo limpio en la cocina y se dirigió a la habitación, me quedé sola un momento reflexionando en cómo empezar la plática que definiría el rumbo de nuestra relación.Me levanté de la mesa y me aproximé al ramo de rosas rojas que estaba en el centro del comedor. Tomé una, la observé en silencio, acaricié sus pétalos delicados, la acerqué a mí para respirar su aroma; uno tan natural que me trasladaba a un lugar donde seguro no habría problemas, ni miedos absurdos como los míos... Caminé con ella y me dirigí a la habitaci&oa