Unas horas más tarde, Valentino y yo preparamos algo de comer. Teníamos provisiones en la nevera y aprovechamos para hacer una salsa de queso que le salía exquisita, acompañada con papas al horno y porciones de pollo bien cortadas. Me comentaba que lo había aprendido de sus chefs en la escuela de hoteles. Decidimos tomar una ducha compartida por primera vez en nuestra suite. Era tan romántico ver como mi piel y la suya se descubrían... Era inevitable contenerme al tenerlo tan cerca.
«¿Le digo o no se lo digo? ¡Ay, ya no importa! ¡Se lo digo!».
—¡Quiero hacerte el amor en este preciso momento, Valentino! —Me miró sorprendido. Negó, sonriendo ante mi propuesta.
—No pensé que fueras a pedírmelo, pero ¡haberlo dicho antes, ¿no?! —Soltamos una carcajada luego de su respuest
De pronto, mi cuñada me llamó y me ofreció algo de comer, volteé para tomarlo y, apenas unos segundos después, al girarme, ambos ya no estaban delante de mí. Devolví el aperitivo al charol. Restregué mis ojos para cerciorarme de que quizá era una confusión; pero no, ellos ya no estaban, se habían perdido entre la multitud.—Susana, ¿has visto a tu hermano?—Pues no.—Yo sí, Eunice. Se fue con Candy por allá —intervino Carola, su hermana menor, quien señaló con su mano al cuarto de cocina.—¡Gracias por avisarme, nena!«¿Así que se llama Candy?». Me dirigí a la cocina y me encontré con el cuadro de que ella abrazaba su cuello y acariciaba su mejilla con “demasiada” empatía, pero él no correspondía;
Escuché a Valentino llamarme, así que me despedí de Francis de una forma muy amena y respetuosa. «Su presencia me ha subido el ánimo en medio de tantos desaires al menos», pensé, pero el llamado de Valen, tenía que ver con celos ocultos, supuse.—Dime —respondí en un tono serio. Su mamá estaba más tranquila, sus hijas se encontraban con ella, por lo que pude notar.—Se supone que deberías estar cerca de mí. ¡No! —indicó con dureza presionando su mandíbula.—¿Lo dices por el saludo cortés de Francis? —negó con firmeza.—Protección que es muy diferente. —solté una sonrisa sarcástica.—Por cierto lamento lo de la cocina, Eunice, yo... —torcí mis ojos mirando hacia otro lado.—Estoy acompañándote Valentino, esto
Los meses caían en rutinas sin creatividad... al menos para mí.Hasta que una mañana, mientras desayunábamos en el comedor, Valentino me avisó que tendría una reunión de trabajo de última hora; algo que me dejó un poco sorprendida, ya que él trataba siempre de hacerlo de lunes a viernes para pasar el fin de semana en casa o en alguna reunión familiar. Lo noté contento, un poco más que de costumbre.—Es raro, casi siempre pasas aquí los sábados —comenté y acerqué mi mano al plato del centro, donde estaban las rebanadas de pan integral con algo de mermelada de frutilla.Él me pasó una de inmediato.—Sí, cariño, pero esta vez es el negocio más importante que tengo que cerrar, me esperan a las doce del mediodía.—¿Es un almuerzo? —pregunté. Él
Algo dentro de mí no digería lo que él acababa de decir. ¿Cómo pude no recordar que ya cumplíamos un año?Mis lágrimas inevitables se asomaron.«No, definitivamente no. Él no merece una mujer como yo», pensé.Se marchó. Cerré la puerta con seguro y luego revisé con cuidado la tarjeta que vino colgada junto al ramo de rosas. Para mi sorpresa, era él quien las había enviado. Y todo por culpa de mi pésima actitud, no me sentía digna de ser su esposa. De pronto, a mi mente le acribillaban las ideas que hace tiempo me venían rondando: debía pedirle el divorcio. De esa forma, ya no lo lastimaría más con mi absurda manera de ser. Un aniversario, y yo con palabras adoloridas calando en mí: «él debe ser feliz».Muchas estupideces me avistaban tras la idea del divorcio. Cami
Algunas horas después, recibí una llamada de la secretaria de Valentino, quien me informaba que estaría listo el taxi que me vendría a recoger para llevarme al aeropuerto, lo cual me dejó desconcertada. Le marqué directo a él a su móvil, no contestaba. Insistí, y al tercer intento respondió. Me dijo que me alistara lo más pronto posible, que se trataba de un viaje de última hora y debía acompañarlo.Mi circunstancia no era la mejor de todas, del lado emocional, pero acepté. Quizá necesitaba despejar mi mente antes de tomar una decisión; sí, una muy importante respecto al rumbo que debería tomar este matrimonio.Viajaríamos a eso de las seis de la tarde. Me coloqué jeans celestes, una camiseta blanca por dentro y unos zapatos tenis. Alisté lo más que pude de mi equipaje. Le marqué al móvil
***Poco después, cuando terminamos de cenar, Valentino se levantó de la mesa y se llevó un par de trastos. Le dije que yo los iba a lavar, pero insistió. Después de todo, él siempre trataba de colaborar en casa; nunca me pude quejar de eso.Al rato vi que dejó todo limpio en la cocina y se dirigió a la habitación, me quedé sola un momento reflexionando en cómo empezar la plática que definiría el rumbo de nuestra relación.Me levanté de la mesa y me aproximé al ramo de rosas rojas que estaba en el centro del comedor. Tomé una, la observé en silencio, acaricié sus pétalos delicados, la acerqué a mí para respirar su aroma; uno tan natural que me trasladaba a un lugar donde seguro no habría problemas, ni miedos absurdos como los míos... Caminé con ella y me dirigí a la habitaci&oa
Ver su reacción me tenían bajo una incertidumbre que me desgarraba el pecho pero debía contarle la verdad, toda la verdad.—Tomé pastillas para desaparecerme de una maldita vez, pero no surtieron el efecto deseado. Algunos días después, solo sé que sangraba tanto cuando fui al baño, que no lo entendía. Fui al médico a escondidas, una de mis mejores amigas me ayudó y ese mismo día me enteré de que estaba embarazada y había perdido a mi hijo, al ser que quizá hubiese podido doblegar mi amor, hubiese sido mi motivación, mis ganas de vivir luego de tal atrocidad. No sabía que estaba esperando un hijo, de haberlo sabido no hubiera hecho lo que hice… Valentino, te juro que no lo hubiera hecho —confesé, arrepentida. Me eché al piso de rodillas y recosté mi rostro en la cama mientras negaba con lágrimas. Valentino se lev
A la semana siguiente, me encontré sentada fuera del consultorio de la doctora Pereira, pues días antes había concretado una cita con su asistente. La sala de espera estaba vacía, mis manos sudadas y mi corazón agitado me hacían querer devolverme a casa pero no, debía hacerle frente a esto, aunque Valentino insistía en acompañarme le pedí que esta vez por favor me dejara hacerlo a mí sola, era mi último recurso para sanar ese dolor que no me dejaba continuar con mi vida y con él, fue difícil convencerlo de mi decisión pero lo terminó respetando. De repente, vi cómo la puerta blanca frente a mí se abrió, escuché mi nombre. Los nervios se afloraron una vez más. —¿Srta Eunice Montiel? —cuestionó un joven, supuse era el asistente por el uniforme, asentí poniéndome de pie enseguida, acomodé mi pequeña bolsa a un costado, repasé mis manos por mi jean para secarlas antes de entrar. Sonrió con amabilidad. —Pase por favor, la doctora Pereira la está esperando. —se hizo