—¡Quiero que seas mía! —susurró, mis manos se deslizaban por su espalda baja.
—Yo también lo quiero.
—Eunice, cariño —repetía mi nombre y su escaso aliento se agitó mucho más de lo normal. Sentí que estaba entrando en mí al tiempo en que decía que me amaba. —Asentí haciendo presión con mis manos en sus fuertes brazos, tras sentir su estocada. Mi mirada y la suya seguían conectadas una con la otra. Mi cuerpo empezó a estremecerse de placer al sentirlo moverse dentro de mí, despacio y después más rápido. Esa fricción tortuosa me llevaba a soltar gemidos que derrochaban éxtasis a sus oídos.
—¡Valentino! —Dime mi amor.
—Me fascina. Sigue, por favor, no te detengas. —Mi pierna rodeaba sus glúteos una vez más, él cerraba sus ojos como si viajara a otra galaxia, entreabría su boca soltando jadeos, sus embestidas eran firmes y profundas, lo que me dejaba sentir su virilidad. Entonces, sabía que en cualquier momento llegaría el punto en que empezaría a sentir
Luego de tomar las riendas de mi vida, volví a creer en el amor. Sí, en ese amor que llega sin tantas complicaciones, que viene resuelto, no es perfecto pero que a la vez es tan humano y real; ese que te encuentra, más sano y más listo que nunca, ese que no esperas, pero que se asoma para caminar de tu mano, sin juicios, respetando tus procesos, ayudándote a crecer, ese que ama, confía, ese amor al que le puedes llamar «hogar» dondequiera que te encuentres. Porque entiendes que la relación se construye día a día, y es algo en equipo, desde la comunicación. Ese amor que aparece cuando decides hacer las paces contigo mismo y ya no buscas afuera lo que sabes que hay dentro de ti. Y Valentino, sin lugar a dudas, se había ganado ese espacio. —¡Te amo, mi cielo! Y gracias de verdad, ¡gracias por haberme comprendido todo este tiempo! —musité mientras nos pusimos de pie y nos fundimos en ese mágico y fuerte abrazo que entremezclaba tantas emociones a
¿Hubo investigaciones en la historia? Sí, el tema me envolvió tanto que me demandó investigar casos verídicos, sobre lo que es el «acoso y/o abuso» en sus diferentes formas, incluyendo ciertas cosas desde mi percepción, para traerlo a la realidad de mis personajes. Siendo un tema tan delicado y real en nuestra sociedad, tuve que tomarlo con pinzas, respetando susceptibilidades y criterios personales. Somos humanos, y se vale sentir y emitir nuestro punto de vista sobre algo, pero también la idea era dejar un mensaje detrás de la historia con mucho, mucho tacto. Por eso traté, en lo que más se pudiera, no polemizar de manera innecesaria y dirigirla a un público adulto. La historia no está vinculada con ningún movimiento político, social, etc. Mi intención es únicamente la de recordarle a aquella persona que padeció algún tipo de abuso en su vida —sea de este tipo, o haya sido verbal, emocional, físico...—, que puede levantarse, que comp
No sé sentir después de aquel día, no. No vi la comisura de la sonrisa que se te dibujaría o el color de tu iris cuando abrieras tus ojos al mundo por primera vez entre mis brazos cargados de miedo por ser algo o alguien mejor para ti. Tus pequeñas manitas presionando con fuerza mi dedo índice por temor a que me marchase y te dejase, sin saber que al ser que tomabas se había abandonado desde hace mucho. No creciste conmigo, yo crecí contigo. Sin saberlo. El frío de las noches cala sin piedad restregándome la cruel verdad, la mirada perdida no se me quita desde aquel día, daría todo por escuchar tu llanto en esos segundos cruciales donde el amor en esencia dice que tu vida y la mía se definen en el más hermoso vínculo humano. Pero no. Nada de eso sucedió. No estás. No te sostuve como debía. Y es que si tan solo la historia se hubiera escrito diferente...
Años después—¿Me permite esta pieza, señorita Eunice? ¿O, mejor dicho, señora de Almeida? —Su voz cortés y discreta cerca de mi oído hizo que el tinte rosa subiera a mis mejillas. Negué, divertida, con una sonrisa al escuchar con realce eso último que había dicho. Al final asentí a su petición con cierta sutileza.Me levanté del elegante sofá que estaba reservado para nosotros en una esquina de la recepción, accedí a su mirada de complicidad —esa que me cautivaba—. Enseguida, colocó su brazo como todo un caballero; lo tomé con una mano mientras que, con la otra, acomodaba mi vestido blanco con cuidado de no ajarlo. Caminamos despacio en dirección a la pista de baile; era inevitable escuchar el resuene elegante de mis sandalias de taco alto
Por otro lado, Lía y Molly, las incondicionales. Si bien es cierto, yo era hija única, pero ellas siempre me hicieron sentir que nunca estuve sola; eran de esas hermanas favoritas con las que compartía tanto, las que me conocían a la perfección —creo que todos tenemos algunas así—. Sí, mis mejores amigas del colegio. Me dirigí a sus mesas y las saludé con un enorme abrazo a cada una, sabían lo que significaba este día para mí, y me alegraba verlas allí. Empezamos a platicar de todo. Conversábamos de qué tal les había parecido la fiesta, de cómo estaban sus trabajos, parejas y familia en general.Mientras tanto, observaba de vez en cuando a Valentino, quien bailaba con su hermana menor. Se lo veía tan guapo y apuesto con su traje negro, su porte, su cabello lacio y fino. Su contextura era tan perfecta, tan masculina. Me robaba suspiros.
Después de... haber sostenido la promesa de esperarnos hasta el matrimonio para consumar nuestra relación, me dije: «¿por qué no?».Mi respiración se volvió un tanto inestable. Tenía recelo de que alguien tocara la puerta y nos interrumpiera.«¿Por qué es casi imposible decirle que no al amor de tu vida, incluso al punto de hacer cosas que jamás imaginaste hacer?».—¡Ven, cariño! Ya estamos casados, ¿no? —indicó con ímpetu, rodeó mi cintura y me presionó a su cuerpo de un solo movimiento. Sus labios se curvaron con una sonrisa tentadora.Sin duda, la promesa de esperarnos hasta la luna de miel tuvo su límite. Entonces, fue allí donde pude entender por qué mi suegra casi que nos echaba de la recepción. Quizá ella lo había vivido de igual forma con la famosa «
Sacó una llave del bolsillo de su pantalón.—¡Así que ya la tenías lista, ¿eh?! —indiqué con algo de curiosidad. Sonrió.Entramos con discreción. Me dio paso unos segundos, encendió las luces bajas y ambientó la habitación. Cerró la puerta con seguro, yo me quedé a un costado y sonreí cuando volteó a buscarme.—¡Acá estoy, caballero! —Agité mi mano, como quien dice «presente». Él acercó las suyas a mi rostro y dejó un beso sobre mis labios, algo que me hizo soltar un poco los nervios. Por un momento, dudé de lo que estaba haciendo, por miedo a mis inseguridades. Pero, ante aquello, abracé su cuello con lentitud, y traté de disiparlas y recobrar valor. Nos quedamos en silencio por unos segundos, luego, quitó sus lentes de pasta negra y l
A la mañana siguiente, desperté con mi rostro cerca de su pecho desnudo. Su brazo cruzaba por debajo de mi cuello, su manoderecha descansaba sobre mi vientre; estábamos abrazados envueltos entre sábanas blancas. Las cortinas de seda empezaron a hacer eco del radiante sol que se asomaba por una pequeña hendija de la ventana de la habitación.Me moví con cuidado para no despertarlo, pero fue inevitable. Se giró hacia mí mientras me levantaba de la cama, se notaba a leguas que tenía la intención de tumbarme de nuevo. Me miró con una amplia sonrisa y me rodeó la cintura con sus brazos.—¡No, te quedas aquí! —susurró entredormido. Incluso así, se lo veía adorable.«Definitivamente, qué rico se siente dormir y despertar junto a la persona que amas», pensé.—¡Es dif&iacu