Por otro lado, Lía y Molly, las incondicionales. Si bien es cierto, yo era hija única, pero ellas siempre me hicieron sentir que nunca estuve sola; eran de esas hermanas favoritas con las que compartía tanto, las que me conocían a la perfección —creo que todos tenemos algunas así—. Sí, mis mejores amigas del colegio. Me dirigí a sus mesas y las saludé con un enorme abrazo a cada una, sabían lo que significaba este día para mí, y me alegraba verlas allí. Empezamos a platicar de todo. Conversábamos de qué tal les había parecido la fiesta, de cómo estaban sus trabajos, parejas y familia en general.
Mientras tanto, observaba de vez en cuando a Valentino, quien bailaba con su hermana menor. Se lo veía tan guapo y apuesto con su traje negro, su porte, su cabello lacio y fino. Su contextura era tan perfecta, tan masculina. Me robaba suspiros.
Tomé una servilleta de tela que estaba sobre la mesa, de manera sutil para agitarla hacia mí y darme más viento. Por alguna extraña razón, empecé a sentir más calor de lo habitual. De reojo, noté que mis amigas se codeaban con disimulo.
—¡Vaya, vaya, alguien no le quita la mirada a su esposo! —bromeaban, y aducían con ideas algo pícaras al ver mi reacción con Valentino.
—¡Yo creo que alguien está muy acalorada, eh! —insinuó Molly con una mirada que logró sonrojarme.
—Seguro es el baile. Después de todo, no he parado; no hasta hace un rato, eh. Así que no me vengan con sus pillerías —respondí con astucia y las miré con picardía.
—Oh sí, digamos que es solo el baile.
—Mmm, no creo. Además, no le has quitado la mirada a tu querido Valen —intervino Lía, y suspiró imitando la voz de una mujer enamorada.
—¡Caramba, chicas! ¡Ya basta! —Reímos todas al mismo tiempo.
Luego de algunos minutos, me despedí de ellas, pues debía atender a los demás invitados. Hasta el momento en que me dirigí al tocador de mujeres, que estaba frente al baño de varones. Fui a darme algunos retoques en el maquillaje, me miré frente al espejo mientras me intentaba tranquilizar con palabras las ganas intensas de... Esto era algo nuevo para mí, porque lo que había ocurrido aquella vez fue...
—¡No, Eunice! Todo será distinto. ¡Valentino es diferente! —me respondí con firmeza, antes de completar la idea que estaba formándose en mi mente.
Acomodé mi cabello a un lado, sin dañar el peinado, y di unas leves palmadas a mi vestido para disimular un poco lo que se había ajado de tanto bailar. Luego, caminé hacia la salida, giré la perilla de la puerta del baño y, para mi sorpresa, vi a Valentino parado frente a mí. Entró con sigilo, me movió de mi sitio con cuidado y me pidió en señas que no dijera nada. Cerró la puerta con seguro.
—Amor, ¡¿qué estás haciendo aquí?! —musité algo curiosa.
—Quería verte y... —Lo soltó con tanta naturalidad que me vi tentada a responder lo mismo, pero me detuve.
Entonces escuché una voz salir de uno de los baños, que nos interrumpió. Al parecer era la de mi tía política; su acento cubano era fácil de reconocer en cualquier lugar.
—¡¿Qué es esto, chica?! ¿Acaso hay un hombre aquí? —cuestionó mientras se acercaba al espejo del tocador un poco confundida. Escondí rápido a Valentino en uno de los baños. Él subió sus piernas al filo del inodoro para que no se notase su pantalón por debajo de la puerta. Caminé con disimulo en dirección al espejo donde ella se encontraba.
—No creo, tía. Seguro es la voz de alguno de los chicos de afuera —dije mientras llevaba mis manos a una oreja y fingía acomodar mis pendientes.
—Mmm, ¡qué raro, hija! ¡A mí me pareció escuchar a un hombre aquí dentro! Pero bueno, de seguro es la edad la que no me deja oír bien. —Sonreímos. En ese rato, mi tía aprovechó para darme un par de tips matrimoniales.
—¡Muy lindo el detalle del mushasho con esa canción en inglés! —Asentí, con una amplia sonrisa.
—Dímelo a mí, tía. La verdad, no me lo esperaba. Pero eso definitivamente me encantó.
—Me imagino. Por cierto, hija, estás bellísima, ese vestido resalta perfectamente tu silueta.
—Gracias tía. ¡Tú no te quedas atrás eh! —Afirmó con su rostro muy segura a mi halago.
—Radiantes siempre; ya luego me cuentas si se porta bien el jovencito, si no me avisas para jalarle las orejas y mandarlo con Fidel. —Frunció el ceño y luego soltó una carcajada.
—Descuida, tía. Todo estará bien. —Negué y sonreí guiñando un ojo. Abrió su cartera de mano, al parecer la estaban llamando a su celular; pidió disculpas y se retiró del sitio. Asentí con la tranquilidad de que al fin Valentino podría salir de allí.
Revisé los cuatro cuartos de baño, por si alguien más se asomaba, y me dirigí a la puerta para poner el seguro de inmediato.
—Amor, ya puedes salir —avisé mientras me paraba fuera del cubículo en el que estaba.
—Mmm… ¿Así que te gustó la canción? —Abrió la puerta a la espera de mi respuesta. Negué.
—¿Cómo que no? Al menos eso no escuché que le dijeras a tu tía hace un momento.
—No me gustó cariño, ¡me encantó! —exclamé con ternura y acaricié con mis manos sus suaves mejillas. Ambos sonreímos. Al rato lo volteé para retirarnos del baño, y lo empujé despacio en dirección a la puerta de salida. Yo iba detrás de él, un poco preocupada de que nos vieran aquí.
—Amor, camina más rápido. No estaría bien que nos encuentren juntos en el baño de damas. Tú sabes que cualquiera puede pensar que... —Aún no completaba la frase, y enseguida detuvo su andar. Se giró hacia mí, mostrando una mirada insinuante y coqueta que hacía que su ceja se enarcara tanto como me gustaba. Yo, un tanto nerviosa, me detuve, pero sus pasos firmes en mi dirección hicieron que yo retrocediera a su cercanía, al punto de tropezar con el límite de la pared del tocador sin darme cuenta.
—¡Valentino, aquí no! ¡Mira que alguien nos puede descubrir! —Reaccioné mirando a todos lados.
—¿Aquí no qué? ¿Acaso sabes lo que haré contigo, señora de Almeida? —advirtió con un susurro demasiado provocativo cerca de mi oído, lo que me hizo erizar la piel. Después de todo su pregunta tenía lógica, entonces...
Después de... haber sostenido la promesa de esperarnos hasta el matrimonio para consumar nuestra relación, me dije: «¿por qué no?».Mi respiración se volvió un tanto inestable. Tenía recelo de que alguien tocara la puerta y nos interrumpiera.«¿Por qué es casi imposible decirle que no al amor de tu vida, incluso al punto de hacer cosas que jamás imaginaste hacer?».—¡Ven, cariño! Ya estamos casados, ¿no? —indicó con ímpetu, rodeó mi cintura y me presionó a su cuerpo de un solo movimiento. Sus labios se curvaron con una sonrisa tentadora.Sin duda, la promesa de esperarnos hasta la luna de miel tuvo su límite. Entonces, fue allí donde pude entender por qué mi suegra casi que nos echaba de la recepción. Quizá ella lo había vivido de igual forma con la famosa «
Sacó una llave del bolsillo de su pantalón.—¡Así que ya la tenías lista, ¿eh?! —indiqué con algo de curiosidad. Sonrió.Entramos con discreción. Me dio paso unos segundos, encendió las luces bajas y ambientó la habitación. Cerró la puerta con seguro, yo me quedé a un costado y sonreí cuando volteó a buscarme.—¡Acá estoy, caballero! —Agité mi mano, como quien dice «presente». Él acercó las suyas a mi rostro y dejó un beso sobre mis labios, algo que me hizo soltar un poco los nervios. Por un momento, dudé de lo que estaba haciendo, por miedo a mis inseguridades. Pero, ante aquello, abracé su cuello con lentitud, y traté de disiparlas y recobrar valor. Nos quedamos en silencio por unos segundos, luego, quitó sus lentes de pasta negra y l
A la mañana siguiente, desperté con mi rostro cerca de su pecho desnudo. Su brazo cruzaba por debajo de mi cuello, su manoderecha descansaba sobre mi vientre; estábamos abrazados envueltos entre sábanas blancas. Las cortinas de seda empezaron a hacer eco del radiante sol que se asomaba por una pequeña hendija de la ventana de la habitación.Me moví con cuidado para no despertarlo, pero fue inevitable. Se giró hacia mí mientras me levantaba de la cama, se notaba a leguas que tenía la intención de tumbarme de nuevo. Me miró con una amplia sonrisa y me rodeó la cintura con sus brazos.—¡No, te quedas aquí! —susurró entredormido. Incluso así, se lo veía adorable.«Definitivamente, qué rico se siente dormir y despertar junto a la persona que amas», pensé.—¡Es dif&iacu
Unas horas más tarde, Valentino y yo preparamos algo de comer. Teníamos provisiones en la nevera y aprovechamos para hacer una salsa de queso que le salía exquisita, acompañada con papas al horno y porciones de pollo bien cortadas. Me comentaba que lo había aprendido de sus chefs en la escuela de hoteles. Decidimos tomar una ducha compartida por primera vez en nuestra suite. Era tan romántico ver como mi piel y la suya se descubrían... Era inevitable contenerme al tenerlo tan cerca.«¿Le digo o no se lo digo? ¡Ay, ya no importa! ¡Se lo digo!».—¡Quiero hacerte el amor en este preciso momento, Valentino! —Me miró sorprendido. Negó, sonriendo ante mi propuesta.—No pensé que fueras a pedírmelo, pero ¡haberlo dicho antes, ¿no?! —Soltamos una carcajada luego de su respuest
De pronto, mi cuñada me llamó y me ofreció algo de comer, volteé para tomarlo y, apenas unos segundos después, al girarme, ambos ya no estaban delante de mí. Devolví el aperitivo al charol. Restregué mis ojos para cerciorarme de que quizá era una confusión; pero no, ellos ya no estaban, se habían perdido entre la multitud.—Susana, ¿has visto a tu hermano?—Pues no.—Yo sí, Eunice. Se fue con Candy por allá —intervino Carola, su hermana menor, quien señaló con su mano al cuarto de cocina.—¡Gracias por avisarme, nena!«¿Así que se llama Candy?». Me dirigí a la cocina y me encontré con el cuadro de que ella abrazaba su cuello y acariciaba su mejilla con “demasiada” empatía, pero él no correspondía;
Escuché a Valentino llamarme, así que me despedí de Francis de una forma muy amena y respetuosa. «Su presencia me ha subido el ánimo en medio de tantos desaires al menos», pensé, pero el llamado de Valen, tenía que ver con celos ocultos, supuse.—Dime —respondí en un tono serio. Su mamá estaba más tranquila, sus hijas se encontraban con ella, por lo que pude notar.—Se supone que deberías estar cerca de mí. ¡No! —indicó con dureza presionando su mandíbula.—¿Lo dices por el saludo cortés de Francis? —negó con firmeza.—Protección que es muy diferente. —solté una sonrisa sarcástica.—Por cierto lamento lo de la cocina, Eunice, yo... —torcí mis ojos mirando hacia otro lado.—Estoy acompañándote Valentino, esto
Los meses caían en rutinas sin creatividad... al menos para mí.Hasta que una mañana, mientras desayunábamos en el comedor, Valentino me avisó que tendría una reunión de trabajo de última hora; algo que me dejó un poco sorprendida, ya que él trataba siempre de hacerlo de lunes a viernes para pasar el fin de semana en casa o en alguna reunión familiar. Lo noté contento, un poco más que de costumbre.—Es raro, casi siempre pasas aquí los sábados —comenté y acerqué mi mano al plato del centro, donde estaban las rebanadas de pan integral con algo de mermelada de frutilla.Él me pasó una de inmediato.—Sí, cariño, pero esta vez es el negocio más importante que tengo que cerrar, me esperan a las doce del mediodía.—¿Es un almuerzo? —pregunté. Él
Algo dentro de mí no digería lo que él acababa de decir. ¿Cómo pude no recordar que ya cumplíamos un año?Mis lágrimas inevitables se asomaron.«No, definitivamente no. Él no merece una mujer como yo», pensé.Se marchó. Cerré la puerta con seguro y luego revisé con cuidado la tarjeta que vino colgada junto al ramo de rosas. Para mi sorpresa, era él quien las había enviado. Y todo por culpa de mi pésima actitud, no me sentía digna de ser su esposa. De pronto, a mi mente le acribillaban las ideas que hace tiempo me venían rondando: debía pedirle el divorcio. De esa forma, ya no lo lastimaría más con mi absurda manera de ser. Un aniversario, y yo con palabras adoloridas calando en mí: «él debe ser feliz».Muchas estupideces me avistaban tras la idea del divorcio. Cami