Los meses caían en rutinas sin creatividad... al menos para mí.
Hasta que una mañana, mientras desayunábamos en el comedor, Valentino me avisó que tendría una reunión de trabajo de última hora; algo que me dejó un poco sorprendida, ya que él trataba siempre de hacerlo de lunes a viernes para pasar el fin de semana en casa o en alguna reunión familiar. Lo noté contento, un poco más que de costumbre.
—Es raro, casi siempre pasas aquí los sábados —comenté y acerqué mi mano al plato del centro, donde estaban las rebanadas de pan integral con algo de mermelada de frutilla.
Él me pasó una de inmediato.
—Sí, cariño, pero esta vez es el negocio más importante que tengo que cerrar, me esperan a las doce del mediodía.
—¿Es un almuerzo? —pregunté. Él
Algo dentro de mí no digería lo que él acababa de decir. ¿Cómo pude no recordar que ya cumplíamos un año?Mis lágrimas inevitables se asomaron.«No, definitivamente no. Él no merece una mujer como yo», pensé.Se marchó. Cerré la puerta con seguro y luego revisé con cuidado la tarjeta que vino colgada junto al ramo de rosas. Para mi sorpresa, era él quien las había enviado. Y todo por culpa de mi pésima actitud, no me sentía digna de ser su esposa. De pronto, a mi mente le acribillaban las ideas que hace tiempo me venían rondando: debía pedirle el divorcio. De esa forma, ya no lo lastimaría más con mi absurda manera de ser. Un aniversario, y yo con palabras adoloridas calando en mí: «él debe ser feliz».Muchas estupideces me avistaban tras la idea del divorcio. Cami
Algunas horas después, recibí una llamada de la secretaria de Valentino, quien me informaba que estaría listo el taxi que me vendría a recoger para llevarme al aeropuerto, lo cual me dejó desconcertada. Le marqué directo a él a su móvil, no contestaba. Insistí, y al tercer intento respondió. Me dijo que me alistara lo más pronto posible, que se trataba de un viaje de última hora y debía acompañarlo.Mi circunstancia no era la mejor de todas, del lado emocional, pero acepté. Quizá necesitaba despejar mi mente antes de tomar una decisión; sí, una muy importante respecto al rumbo que debería tomar este matrimonio.Viajaríamos a eso de las seis de la tarde. Me coloqué jeans celestes, una camiseta blanca por dentro y unos zapatos tenis. Alisté lo más que pude de mi equipaje. Le marqué al móvil
***Poco después, cuando terminamos de cenar, Valentino se levantó de la mesa y se llevó un par de trastos. Le dije que yo los iba a lavar, pero insistió. Después de todo, él siempre trataba de colaborar en casa; nunca me pude quejar de eso.Al rato vi que dejó todo limpio en la cocina y se dirigió a la habitación, me quedé sola un momento reflexionando en cómo empezar la plática que definiría el rumbo de nuestra relación.Me levanté de la mesa y me aproximé al ramo de rosas rojas que estaba en el centro del comedor. Tomé una, la observé en silencio, acaricié sus pétalos delicados, la acerqué a mí para respirar su aroma; uno tan natural que me trasladaba a un lugar donde seguro no habría problemas, ni miedos absurdos como los míos... Caminé con ella y me dirigí a la habitaci&oa
Ver su reacción me tenían bajo una incertidumbre que me desgarraba el pecho pero debía contarle la verdad, toda la verdad.—Tomé pastillas para desaparecerme de una maldita vez, pero no surtieron el efecto deseado. Algunos días después, solo sé que sangraba tanto cuando fui al baño, que no lo entendía. Fui al médico a escondidas, una de mis mejores amigas me ayudó y ese mismo día me enteré de que estaba embarazada y había perdido a mi hijo, al ser que quizá hubiese podido doblegar mi amor, hubiese sido mi motivación, mis ganas de vivir luego de tal atrocidad. No sabía que estaba esperando un hijo, de haberlo sabido no hubiera hecho lo que hice… Valentino, te juro que no lo hubiera hecho —confesé, arrepentida. Me eché al piso de rodillas y recosté mi rostro en la cama mientras negaba con lágrimas. Valentino se lev
A la semana siguiente, me encontré sentada fuera del consultorio de la doctora Pereira, pues días antes había concretado una cita con su asistente. La sala de espera estaba vacía, mis manos sudadas y mi corazón agitado me hacían querer devolverme a casa pero no, debía hacerle frente a esto, aunque Valentino insistía en acompañarme le pedí que esta vez por favor me dejara hacerlo a mí sola, era mi último recurso para sanar ese dolor que no me dejaba continuar con mi vida y con él, fue difícil convencerlo de mi decisión pero lo terminó respetando. De repente, vi cómo la puerta blanca frente a mí se abrió, escuché mi nombre. Los nervios se afloraron una vez más. —¿Srta Eunice Montiel? —cuestionó un joven, supuse era el asistente por el uniforme, asentí poniéndome de pie enseguida, acomodé mi pequeña bolsa a un costado, repasé mis manos por mi jean para secarlas antes de entrar. Sonrió con amabilidad. —Pase por favor, la doctora Pereira la está esperando. —se hizo
Tiempo después —Yo creo que, en lugar de estar viendo esta aburrida conferencia, podría estar contigo en una de las habitaciones del hotel. ¿No crees, cariño? Salgamos de aquí —susurró cerca de mi cuello en discreto dejándome sentir su respiración. Sin duda ese comentario había logrado erizarme la piel. Negué con una sonrisa, miré a todos lados con disimulo. Tomé un poco de aire y, con discreción, lo solté ante su propuesta. Acepté dirigiéndole una mirada cómplice. Agarré mi cartera, la cual tenía sobre mi regazo, y me cercioré de que estuviera allí lo que debía mostrarle a Valentino. Con cautela, nos levantamos de nuestros asientos despacio. Le hizo señas a su personal de logística para que se quedaran a cargo de lo que necesitasen los anfitriones del evento. Luego nos salimos del auditorio. Unos minutos después, estábamos en la habitación máster que siempre utilizábamos para nosotros. Sí, en el piso nu
—¡Quiero que seas mía! —susurró, mis manos se deslizaban por su espalda baja. —Yo también lo quiero. —Eunice, cariño —repetía mi nombre y su escaso aliento se agitó mucho más de lo normal. Sentí que estaba entrando en mí al tiempo en que decía que me amaba. —Asentí haciendo presión con mis manos en sus fuertes brazos, tras sentir su estocada. Mi mirada y la suya seguían conectadas una con la otra. Mi cuerpo empezó a estremecerse de placer al sentirlo moverse dentro de mí, despacio y después más rápido. Esa fricción tortuosa me llevaba a soltar gemidos que derrochaban éxtasis a sus oídos. —¡Valentino! —Dime mi amor. —Me fascina. Sigue, por favor, no te detengas. —Mi pierna rodeaba sus glúteos una vez más, él cerraba sus ojos como si viajara a otra galaxia, entreabría su boca soltando jadeos, sus embestidas eran firmes y profundas, lo que me dejaba sentir su virilidad. Entonces, sabía que en cualquier momento llegaría el punto en que empezaría a sentir
Luego de tomar las riendas de mi vida, volví a creer en el amor. Sí, en ese amor que llega sin tantas complicaciones, que viene resuelto, no es perfecto pero que a la vez es tan humano y real; ese que te encuentra, más sano y más listo que nunca, ese que no esperas, pero que se asoma para caminar de tu mano, sin juicios, respetando tus procesos, ayudándote a crecer, ese que ama, confía, ese amor al que le puedes llamar «hogar» dondequiera que te encuentres. Porque entiendes que la relación se construye día a día, y es algo en equipo, desde la comunicación. Ese amor que aparece cuando decides hacer las paces contigo mismo y ya no buscas afuera lo que sabes que hay dentro de ti. Y Valentino, sin lugar a dudas, se había ganado ese espacio. —¡Te amo, mi cielo! Y gracias de verdad, ¡gracias por haberme comprendido todo este tiempo! —musité mientras nos pusimos de pie y nos fundimos en ese mágico y fuerte abrazo que entremezclaba tantas emociones a