No sé sentir después de aquel día, no.
No vi la comisura de la sonrisa que se te dibujaría
o el color de tu iris cuando abrieras tus ojos al mundo por primera vez
entre mis brazos cargados de miedo por ser algo o alguien mejor para ti.
Tus pequeñas manitas presionando con fuerza mi dedo índice
por temor a que me marchase y te dejase, sin saber que
al ser que tomabas se había abandonado desde hace mucho.
No creciste conmigo, yo crecí contigo. Sin saberlo.
El frío de las noches cala sin piedad
restregándome la cruel verdad,
la mirada perdida no se me quita desde aquel día,
daría todo por escuchar tu llanto en esos segundos cruciales
donde el amor en esencia dice que tu vida y la mía
se definen en el más hermoso vínculo humano.
Pero no. Nada de eso sucedió.
No estás. No te sostuve como debía.
Y es que si tan solo la historia se hubiera escrito diferente...
hoy al menos sabría lo que es volver a sentir.
Años después—¿Me permite esta pieza, señorita Eunice? ¿O, mejor dicho, señora de Almeida? —Su voz cortés y discreta cerca de mi oído hizo que el tinte rosa subiera a mis mejillas. Negué, divertida, con una sonrisa al escuchar con realce eso último que había dicho. Al final asentí a su petición con cierta sutileza.Me levanté del elegante sofá que estaba reservado para nosotros en una esquina de la recepción, accedí a su mirada de complicidad —esa que me cautivaba—. Enseguida, colocó su brazo como todo un caballero; lo tomé con una mano mientras que, con la otra, acomodaba mi vestido blanco con cuidado de no ajarlo. Caminamos despacio en dirección a la pista de baile; era inevitable escuchar el resuene elegante de mis sandalias de taco alto
Por otro lado, Lía y Molly, las incondicionales. Si bien es cierto, yo era hija única, pero ellas siempre me hicieron sentir que nunca estuve sola; eran de esas hermanas favoritas con las que compartía tanto, las que me conocían a la perfección —creo que todos tenemos algunas así—. Sí, mis mejores amigas del colegio. Me dirigí a sus mesas y las saludé con un enorme abrazo a cada una, sabían lo que significaba este día para mí, y me alegraba verlas allí. Empezamos a platicar de todo. Conversábamos de qué tal les había parecido la fiesta, de cómo estaban sus trabajos, parejas y familia en general.Mientras tanto, observaba de vez en cuando a Valentino, quien bailaba con su hermana menor. Se lo veía tan guapo y apuesto con su traje negro, su porte, su cabello lacio y fino. Su contextura era tan perfecta, tan masculina. Me robaba suspiros.
Después de... haber sostenido la promesa de esperarnos hasta el matrimonio para consumar nuestra relación, me dije: «¿por qué no?».Mi respiración se volvió un tanto inestable. Tenía recelo de que alguien tocara la puerta y nos interrumpiera.«¿Por qué es casi imposible decirle que no al amor de tu vida, incluso al punto de hacer cosas que jamás imaginaste hacer?».—¡Ven, cariño! Ya estamos casados, ¿no? —indicó con ímpetu, rodeó mi cintura y me presionó a su cuerpo de un solo movimiento. Sus labios se curvaron con una sonrisa tentadora.Sin duda, la promesa de esperarnos hasta la luna de miel tuvo su límite. Entonces, fue allí donde pude entender por qué mi suegra casi que nos echaba de la recepción. Quizá ella lo había vivido de igual forma con la famosa «
Sacó una llave del bolsillo de su pantalón.—¡Así que ya la tenías lista, ¿eh?! —indiqué con algo de curiosidad. Sonrió.Entramos con discreción. Me dio paso unos segundos, encendió las luces bajas y ambientó la habitación. Cerró la puerta con seguro, yo me quedé a un costado y sonreí cuando volteó a buscarme.—¡Acá estoy, caballero! —Agité mi mano, como quien dice «presente». Él acercó las suyas a mi rostro y dejó un beso sobre mis labios, algo que me hizo soltar un poco los nervios. Por un momento, dudé de lo que estaba haciendo, por miedo a mis inseguridades. Pero, ante aquello, abracé su cuello con lentitud, y traté de disiparlas y recobrar valor. Nos quedamos en silencio por unos segundos, luego, quitó sus lentes de pasta negra y l
A la mañana siguiente, desperté con mi rostro cerca de su pecho desnudo. Su brazo cruzaba por debajo de mi cuello, su manoderecha descansaba sobre mi vientre; estábamos abrazados envueltos entre sábanas blancas. Las cortinas de seda empezaron a hacer eco del radiante sol que se asomaba por una pequeña hendija de la ventana de la habitación.Me moví con cuidado para no despertarlo, pero fue inevitable. Se giró hacia mí mientras me levantaba de la cama, se notaba a leguas que tenía la intención de tumbarme de nuevo. Me miró con una amplia sonrisa y me rodeó la cintura con sus brazos.—¡No, te quedas aquí! —susurró entredormido. Incluso así, se lo veía adorable.«Definitivamente, qué rico se siente dormir y despertar junto a la persona que amas», pensé.—¡Es dif&iacu
Unas horas más tarde, Valentino y yo preparamos algo de comer. Teníamos provisiones en la nevera y aprovechamos para hacer una salsa de queso que le salía exquisita, acompañada con papas al horno y porciones de pollo bien cortadas. Me comentaba que lo había aprendido de sus chefs en la escuela de hoteles. Decidimos tomar una ducha compartida por primera vez en nuestra suite. Era tan romántico ver como mi piel y la suya se descubrían... Era inevitable contenerme al tenerlo tan cerca.«¿Le digo o no se lo digo? ¡Ay, ya no importa! ¡Se lo digo!».—¡Quiero hacerte el amor en este preciso momento, Valentino! —Me miró sorprendido. Negó, sonriendo ante mi propuesta.—No pensé que fueras a pedírmelo, pero ¡haberlo dicho antes, ¿no?! —Soltamos una carcajada luego de su respuest
De pronto, mi cuñada me llamó y me ofreció algo de comer, volteé para tomarlo y, apenas unos segundos después, al girarme, ambos ya no estaban delante de mí. Devolví el aperitivo al charol. Restregué mis ojos para cerciorarme de que quizá era una confusión; pero no, ellos ya no estaban, se habían perdido entre la multitud.—Susana, ¿has visto a tu hermano?—Pues no.—Yo sí, Eunice. Se fue con Candy por allá —intervino Carola, su hermana menor, quien señaló con su mano al cuarto de cocina.—¡Gracias por avisarme, nena!«¿Así que se llama Candy?». Me dirigí a la cocina y me encontré con el cuadro de que ella abrazaba su cuello y acariciaba su mejilla con “demasiada” empatía, pero él no correspondía;
Escuché a Valentino llamarme, así que me despedí de Francis de una forma muy amena y respetuosa. «Su presencia me ha subido el ánimo en medio de tantos desaires al menos», pensé, pero el llamado de Valen, tenía que ver con celos ocultos, supuse.—Dime —respondí en un tono serio. Su mamá estaba más tranquila, sus hijas se encontraban con ella, por lo que pude notar.—Se supone que deberías estar cerca de mí. ¡No! —indicó con dureza presionando su mandíbula.—¿Lo dices por el saludo cortés de Francis? —negó con firmeza.—Protección que es muy diferente. —solté una sonrisa sarcástica.—Por cierto lamento lo de la cocina, Eunice, yo... —torcí mis ojos mirando hacia otro lado.—Estoy acompañándote Valentino, esto