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Después de la discusión Damián no volvió a dirigirme la palabra. La primera noche cuando salió del baño, se acostó en la cama y me dió la espalda ¡Él nunca antes me había dado la espalda! Pensé que sólo estaba haciendo berrinche para que me disculpara, pensé que en la madrugada iba a subirse sobre mí como hacía siempre y a la mañana siguiente haríamos como si nada había pasado.

Pero no fué así.

Se levantó antes que yo lo hiciera, por lo que ese día no lo ví hasta que regresó muy tarde en la noche a la habitación pero no se quedó a dormir, sólo vino, se ducho, entró al armario y salió de él vestido sólo con un chándal para luego caminar directamente hacia la salida, sin dedicarme ni siquiera un mirada por el rabillo del ojo.

Lo extrañaba, lo extrañaba tanto que prefería que me gritara cada dos segundos a que hiciera como sí no estaba. Sabía que lo de nuestro hijo le dolía tanto como a mí, también tenía muy claro que tenía razón, que no debí decidir sola lo que haría con los zapatitos,
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