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Los malditos documentos que Damián tenía que buscar nos dieron más trabajo de lo que pensamos, pues, no recordaba el lugar exacto en el que los había dejado, y después de más de una hora de búsqueda junto a su insoportable secretaria, los encontramos.

Pero de igual manera tuvimos que quedarnos por mucho más tiempo, mientras él ordenaba los documentos y le daba instrucciones a la estúpida mujer que tenía más o menos la misma edad que él, y que en todo el tiempo que estuvimos en la oficina no paró de dedicarme miradas para nada agradables.

Luego de más de dos horas en el edificio de trabajo de Damián, por fin estábamos de vuelta a casa. El reloj de la camioneta marcaba las diez y quince de la noche, y yo sentía que no aguantaría ni un segundo más aquí.

Y es que la maldita bestia a mi lado no había parado de regañarme en todo el camino, y aunque había dejado de escucharlo hace un buen rato, mi enojó de todas formas había florecido.

Mi vista estaba fija en el frente, pero por el rabillo d
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