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Caminé un par de cuadras hasta la estación del autobús. 

La gente me miraba con mala cara, juzgándome, por mi apariencia. Mi vestimenta no era para nada adecuada para un barrio tan fino como éste. 

Además, de que eran las nueve de la mañana.

Una vez en mi destino, aguardé la llegada del bus.

Los pies me dolían, porque los tacones eran sumamente incómodos. Y la mañana estaba bastante fresca. 

Pero sólo podía pensar en llegar a mi casa y descansar tranquila. 

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