Decir que Ava estaba feliz sería un eufemismo. Todo estaba saliendo a la perfección. Alessandro estaba haciendo lo posible por darle la boda de sus sueños. Además de asegurarse que no se esforzara demasiado. A veces exageraba un poco. Bastaba que ella mostrara signos de estar cansada y la sacaría de cualquier lugar sin importarle lo demás. Lo cual no era del todo productivo porque se iban a casar dentro de una semana y según la organizadora aún había varios detalles por pulir. La mujer era la mejor en su trabajo, pero necesitaba relajarse un poco. La de la boda era ella, pero la más estresada era su organizadora de bodas. No entendía como la mujer se sometía a eventos de esa magnitud una y otra vez voluntariamente. Lo bueno es que cada vez estaban más cerca del gran día. Cuando Alessandro le dijo que quería casarse dentro de un mes, ella no pensó que fuera mala idea. Era claro que no estaba en mejor momento. Una boda requería demasiada organización. Ni siquiera con todo un batallón
Ava se miró al espejo y sonrió. Nada podría arruinar ese día. No importa qué, para ella sería un día perfecto y no porque Alessandro se había encargado de darle una boda sacada de una revista de bodas. No. Lo único que a ella le importaba era la persona que le esperaba en el altar, la persona a la que uniría su vida. Había cerca de 500 personas, poco si considerabas que se trataba de la boda de uno de los hombres más ricos del país, y a ella solo le importaba una sola persona en este momento. Si hubiera sido por ella se habría casado con tan solo su familia y amigos presentes. No sabía casi nada de los invitados a su boda y ellos no sabían nada sobre ella. Había sido Alessandro quién había insistido en que invitaran al menos a un grupo de personas con poder en el medio, pero también consideradas. No quería que nadie divulgara falsa información de que la estaba manteniendo en secreto y que era por eso que la boda se había llevado casi a escondidas. A Ava poco o nada le importaba, pero
Alessandro observó a Ava correr detrás de sus hijos, por la orilla de la playa. Piero y Fabrizio riendo a carcajadas, más felices de lo que nunca habían estado. Era así como cualquier niño debía pasar su infancia. Libres de preocupaciones. Él disfrutaba de verlos pasar tiempo juntos. Cada momento era único y valioso. Estaban pasando el fin de semana en la casa de playa que habían adquirido recientemente. A veces él necesitaba alejarse de la ciudad y aislarse junto a su familia. Así que se incluían en la casa del lago o cerca del mar. Alessandro apagaba el celular y dejaba a su secretario a cargo de todo. Con el tiempo sus empleados y socios se habían acostumbrado a esta nueva faceta de él. Siempre había amado a su familia, pero desde que se había casado se tomaba más tiempo libre. Ava y sus hijos lo significaban todo para ella. A algunos podría no resultarles muy agradable la idea de que no los atendiera por estar con su familia, pero nadie diría nada mientras necesitaran de él. Él
Ava estaba nerviosa. El trabajo ya era suyo o eso le dijo su amiga cuando le contó que le había encontrado un empleo. No conocía a Lia desde hace mucho tiempo, para ser exactos, solo había pasado un mes desde la primera vez que la vio; pero confiaba en ella plenamente. Así que si ella había dicho que el trabajo era suyo, así era. Sin embargo, eso no significaba que no la podían despedir apenas la vieran. Ella sabía poco o casi nada de su nuevo jefe. Lia le había comentado que Alessandro De Luca era un empresario millonario que hace poco se había divorciado y que debido a su ocupada vida necesitaba de una niñera para cuidar a sus dos hijos. A ella le sorprendió que la escogieran de entre tantas candidatas. Su amiga le mencionó que su título de profesora de primaria le había ayudado bastante. Ava se limpió las manos en los pantalones, tomó un respiro profundo y tocó el timbre. No pudo impedir que una de sus manos se moviera hasta sus lentes para subirlo por su nariz; era un tic nervios
Ava caminó a paso apresurado hacia la cocina, prácticamente estaba corriendo. Había escuchado la puerta de la oficina cerrarse al salir, pero no escuchaba los pasos de Alessandro tras de ella. Esperaba que se hubiera quedado en su despacho. Necesitaba un poco de tiempo para recuperarse del primer encuentro con su jefe y de todas las emociones que bullían en su interior. Su corazón aún latía sin control y sus pensamientos eran un desastre. Le costó mucho esfuerzo poner sus hormonas en orden, pero cuando llegó a la cocina ya estaba un poco más tranquila. Solo tenía que prepararse mejor para el siguiente encuentro. Ava no podía volver a comportarse como una muchachita tímida y callada, como lo había hecho. Alessandro pensaría que había cometido un error al contratar a una mujer impresionable para cuidar de sus hijos. Perder su trabajo, no era una opción. Necesitaba el dinero, sus ahorros no se estaban haciendo más grandes, todo lo contrario, estaban desapareciendo a una velocidad sor
Ava giró por décima vez entre las sábanas. Llevaba media hora sin poder dormir. No importaba si la cama era demasiado cómoda, ella seguía sin poder pegar un ojo. Habían pasado cuatro días desde su llegada a la casa de Alessandro. Las cosas no habían estado tan tensas como al principio. Esto se debía en gran mayoría a que, aparte de las horas de comida y el momento en que los niños se iban a la cama, ella no solía verlo con mucha frecuencia. El incidente del primer día había quedado en el olvido o eso parecía. En su mente ocurría todo lo contrario. Conforme los días pasaban ella sentía más y más real el casi beso entre ellos. Por momentos, incluso, le molestaba que él parecía no recordar lo que había estado a punto de suceder. ¿Es que no significaba nada para él? ¿O solo había sido alguna especie de juego? Por lo poco que había averiguado por parte de Beatrice, él no se involucraba a menudo con mujeres y si lo hacía nunca las traía a casa. Sus hijos eran su prioridad y no quería
Ava se pasó el resto del día pensando en la conversación que le esperaba. No ayudó que Alessandro se ausentara durante el almuerzo y la cena. No lo vio hasta la hora de acostar a los niños, donde, como todas las noches, vino a darles el beso de las buenas noches. No le dirigió una sola mirada a ella, incluso cuando le habló para decirle que la esperaba en su oficina. Usó cada gramo de fuerza antes de tener el valor de caminar hacia el despacho de Alessandro y pasó un buen rato antes de animarse tocar la puerta. Ella ya no era una adolescente impresionable, se dijo. Si tan solo no hubiera permitido que el beso de la noche anterior no sucediera, no estaría en ese enredo. —Adelante. Tomó un último respiro antes de girar la manilla de la puerta e ingresar. Cerró la puerta tras de ella y sintió que se estaba encerrando voluntariamente en la guarida del león. Alessandro estaba sentado trabajando en su laptop, pero en cuanto la vio se concentró en ella. —Toma asiento —ordenó—. Por
Ese día estaba tornándose el peor día de la existencia de Ava, incluso si consideraba el día en que había atrapado a su ex-novio engañándola, y ella había creído que nada podría superar esa experiencia. Marena le estaba demostrando cuán equivocada había estado. —¿Desde cuándo dices que estás trabajando aquí? —preguntó con su voz irritante. Estaba dudando seriamente si era tonta o solo se hacía. Porque aparte de ser la tercera vez que preguntaba eso, seguro que ella debería recordar que la semana anterior no había visto a Ava. Aunque no le sorprendería que nunca se acordara de un rostro que no fuera el que veía todas las mañanas en el espejo. —Desde el lunes, está fue mi primera semana. —Hizo un esfuerzo por sonar amable. Solo tenía que aguantar un poco más. Alessandro no tardaría en llegar. Miro el reloj en su muñeca, sin importarle si ella lo tomaba con un gesto de mala educación. Esa desagradable mujer no era su jefa y tampoco pagaba su salario. Sin contar que le estaba provo